NICKE «ROYALE» ANDERSSON. «Songbook»

Hellacopters
Nicke by Ladrón

En la cola de la bestia como batería de Entombed o en la cabeza del caballo alado como guitarrista / cantante de The Hellacopters, Nicke Andersson siempre ha sido el director de orquesta, el motor que espoleaba la maquinaria death-metal de los primeros y el general que organiza la estrategia de batalla de los segundos. Si con Entombed la historia llegó a su fin por cierto estancamiento creativo, por un desgaste en los mecanismos que impelían a la banda a marcar nuevos límites dentro del metal, con The Hellacopters Andersson ha sabido mantener en todo momento la chispa de lo imprevisible, el poder revitalizador de la música concebida sin ataduras, sin límites prefijados ni censuras gremiales.

Para realizar la transición de un grupo a otro – recordemos que los compartió ambos hasta poco después del segundo álbum cóptero- fue capital el sentimiento fraternal que le unía a Dregen, guitarrista “loud & snotty” que también necesitaba un cambio tras la grabación de “Diesel & Power” (1994), el primer LP de su banda durante los últimos cinco años, Backyard Babies. En febrero del año siguiente 1000 copias en vinilo azul transparente del primer single de The Hellacopters eran editadas por la propia banda a través del “sello” Psychout en su hogar, Suecia. Dos temas propios y una versión del “The Creeps” de Social Distortion que presentaban en sociedad, de forma modesta pero cruda, cortante e implacable, a una banda a tener muy en cuenta.

Herederos del espíritu high-energy que sus ídolos locales Nomads y Union Carbide Production habían aprehendido de formaciones más de culto que instauradas en el imaginario colectivo a finales de los 80 como MC5 o Stooges (no digamos ya Radio Birdman, Sonic’s Rendez-vous Band o Dictators), The Hellacopters también añadieron a su personal credo sónico material de fundición extraído de los vinilos de Supersuckers, Motorhead, New Bomb Turks o Misfits. Grabado en 26 horas, ardiente y doloroso como tragar cristales esperando una traqueotomía, “Supershitty To The Max” (1996) fue un debut de impacto que causó revuelo tanto en su Suecia natal como entre la prensa europea más atenta a lo que de bueno venía cociéndose en Escandinavia desde principios de los 80. Pero el auténtico crack, o al menos el de mayor resonancia internacional, llegó justo año y medio después con la salida al mercado, de nuevo a través de White Jazz, de “Payin’ The Dues”, materialización más epatante del Detroit “angst” que se intuía en esa irredenta punkarrada con la que habían ensordecido unos oídos nada preparados para adentrarse en el interior de “aquello”.

Más “comercial”, claro y directo en la exposición de sus postulados sonoros, su segundo trabajo confirmaba la química existente entre aquellos cuatro chavales, porque no podemos menoscabar el papel clave que en esta historia han jugado desde el principio el bajista Kenny Hakansson y el batería Robert Eriksson, dos antiguos “roadies” de Entombed (como lo oyes) a los que Nicke encomendó la mesiánica tarea de darle un patadón en los huevos al consumidor de rock europeo con un sonido incómodo, de confrontación, visceral y al tiempo contagioso y vigorizante por su capacidad de espolear la excitación en el oyente apelando a sus más bajos instintos. De las gónadas al cerebelo, por la vía del riff directo al mentón.

“Payin’ The Dues” quebró los charts suecos y dio alas a la invasión de la vieja Europa por parte de las hordas escandinavas: 1997 fue el año en que también explotaron peligrosamente vecinos noruegos como Turbonegro y Gluecifer. Ante semejante éxito y hastiado del callejón sin salida en que se había convertido Entombed, Andersson decidió dedicarse al 110% en Hellacopters, más escuchando las ofertas de sellos del otro lado del Atlántico y hojeando el listado de festivales europeos que les abrían sus puertas para un desembarco en toda regla. Lo hicieron en España causando hondo impacto entre los asistentes al Festimad 98, en un show que significó el abrupto punto y final de la relación de Dregen con sus hasta entonces “bloodbrothers”. Backyard Babies, la banda que había aparcado momentáneamente, había al fin despuntado con ese descomunal sopapo punk-sleaze llamado “Total 13”, tercer trabajo con el que Dregen & Co parecían destinados a convertirse en el relevo natural de sus venerados Hanoi Rocks.

Todo aquello coincidía con la edición americana de “Payin’ the Dues” en Man’s Ruin, movimiento estratégico que les sirvió para entrarles a los yanquis por la trastienda para, una vez ganadas las bases, salirse por la tangente con un “Grande Rock” perfectamente “vendible” en la madre patria del Sonido que adoraban, pero que levantó ampollas entre la parroquia de fans que se les distanciaba. Pero jamás miraron atrás, habían decidido cual iba a ser su futuro y decidieron ir a por todas sin levantarse nunca demasiado del suelo como para lamentar luego aquello de “más dura será la caída”. Y no cayeron, no han caído. “Grande Rock” (99), “High Visibility” (00), “By The Grace of God” (02) y “Rock & Roll Is Dead” (05) configuran un corpus creativo excelso, una obra que se retroalimenta disco a disco como si su capacidad de reinventarse, de darle otra vuelta de tuerca a su discurso no fuera a agotarse nunca. Y, además, con una facilidad pasmosa, exhibiendo una capacidad de empaparse de los materiales clásicos de ese rock 70’s que veneran – Lynyrd Skynyrd, Ted Nugent, Thin Lizzy o KISS- ciertamente admirable. Y al frente de esta suerte de misión divina sigue inasequible al desaliento, siempre con la metralla a punto, desbocado como el primer día, Nicke Andersson, figura capital para entender los últimos diez años del rock europeo que realmente importa.

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Texto: Roger Estrada
Ilustración: Ladrón, extraída de su álbum «Songbook» (Ruta 66 ediciones, 2006)

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