SANTOS. «El sueño del mamut» (Blind Records, 2015)

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“… Somos esa hermandad, bestia y simple hermandad; un hermoso pelotón, somos versos de esta canción…”

Una sonrisa de felicidad desbocada y un beso sudado de éxtasis. La memoria me devuelve estas dos difusas imágenes, envueltas en un halo de estruendo y luz, cuando le pido recordar el concierto barcelonés con el que Santos despidió 2013. No necesito más pues valen por todos los nítidos minutos que hay en YouTube de esa gloriosa noche en la que el hermoso pelotón decidió darse un último, y merecido, homenaje en su ciudad antes de retirarse a hibernar…

Jordi Calatayud, Santos Berrocal, Florenci “Fluren” Ferrer, Roger Marín, Andreu Cunill y Alex Vivero; lo suyo es bestia y simple bromance. ¡Ah! Qué hermoso y desvergonzado término el acuñado por algún atrevido angloparlante para describir la intensa relación de amistad (sin sexo) entre dos (o seis) hombres. Para entendernos, y tirando de cinefilia, bromance es el camino que ha recorrido la masculinidad desde, por ejemplo, la camaradería etílica de Peter Falk, Ben Gazzara y John Cassavettes en Husbands (1970) hasta la entrañable química existente entre Paul Rudd y Jason Segel en, cómo no, I Love You, Man (2009). Y “¡bro!”, así entre exclamaciones, es saludo apasionado y grito de guerra para estos Santos nada inocentes, seis hermanos rondando peligrosamente los 40 que se quieren sin tapujos y que sin tapujos ponen letra y música a sus alegrías y sus pesares, a sus victorias y sus derrotas.

Historias ancianas, futuros inciertos fue otro de los títulos barajados para este segundo disco; un encabezado menos simbólico pero que igualmente incidía en cierta preocupación por el paso del tiempo, en una necesidad de afrontar el presente dejando a buen recaudo el pasado. El hombre ante su reflejo: así he sido, así quiero ser. Canta Calatayud en Sombra invernal: “Y nada importa / lo que dejo atrás / he logrado encontrar / a esa persona / con quién compartir / la alegría y el placer”. Pero como aquí hay una de cal y otra de arena, en Todas nuestras derrotas admite: “Y es mi revelación / mantra que soñé / todas mis derrotas son / amantes que amé / Es todo lo que soy / vencido y vencedor”. Es precisamente este tira y afloja entre el optimismo luminoso de las letras de Calatayud y la lírica más críptica y sombría de Cunill lo que le insufla una atractiva dinámica narrativa a El sueño del mamut; cara y reverso de este hombre en la encrucijada, una misma voz abriendo sus entrañas ante nosotros, oyentes rendidos desde el primer verso ante su implacable, penetrante franqueza. ¡Y qué voz, queridos! Calatayud canta como nunca, como nadie en el panorama musical español actual, y escuchar En calma con unos buenos auriculares es el mejor modo de entender de qué estamos hablando aquí; del susurro confesional al júbilo que atraviesa el pecho en cinco minutos arrebatadores.

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Si Homenaje (Blind Records, 2013) presentaba a un grupo de amigos en apasionada comunión musical, viejos conocidos de la escena barcelonesa reunidos para grabar en directo, en apenas cinco días, diez “cuentos de amor y desguace”, El sueño del mamut es quizá el disco que Santos llevaba dentro desde el primer momento, cuando se dijeron los unos a los otros “Bros, ¿hacemos algo juntos?”. Tres factores han sido claves en el prodigioso avance que acontece en el siempre difícil segundo disco: ganas de experimentar, tiempo para hacerlo y la complicidad del séptimo santo. Así debe entenderse la implicación de Ricky Falkner —sobran las presentaciones, ¿no?—, integrado como uno más del hermoso pelotón para reforzar con su poliédrico expertise los pilares sobre los que se asientan diez canciones simple y llanamente prodigiosas. Amplitud, tempo, profundidad y detalle fueron las directrices que guiaron las sesiones de grabación en los Estudios Blind Records, propiedad de Berrocal y Ferrer; un mes entero de relajada pero meticulosa experimentación en el que cada tema fue trabajado a conciencia, vistiéndolo con aquellos arreglos que mejor realzaban su esencia, su belleza inherente, desnuda.

Hubo quien acertadamente comparó el espíritu en el que se gestó Homenaje con el de Amorica, el (todavía más difícil) tercer disco de The Black Crowes, un trabajo en el que los hermanos Robinson y su troupe desplegaron su más libre y ambiciosa (eso es, desprejuiciada) revisitación del rock 70s, ricamente impregnado en soul y R&B. Ahora, dos años después de esa rotunda carta de presentación, con El sueño del mamut la paleta de Santos sigue abriéndose a nuevos colores, nuevos matices con los que enriquecer la base de pop-rock clásico de su sonido; de la suntuosa melancolía de Scott Walker o Richard Hawley a la calidez mediterránea de Joan Manuel Serrat —cuyo Vagabundear grabaron para la caja-tributo Serrat encanta—, del sinuoso groove rockero de los últimos My Morning Jacket ese Ni héroes ni insectos en el que se cuela seductoramente Quique Gonzálezal romanticismo quebrado y el rock esponjoso, reconstruido de los Wilco en manos de Jim O’Rourke la final El impulso, con ese duelo de guitarras entre Martí Perarnau y Alex Vivero que nos invita a asaltar los cielos y vuelta a empezar—… Ecos más o menos lejanos para un gran grupo que es mucho más que la maravillosa suma de sus partes; ¿verdad, bros?

“… Y la manada en éxtasis lunar / con el calor de la honestidad / Quijotes en acción / somos familia…”

Roger Estrada
Barcelona, agosto 2015

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