“Cuando le prendo fuego a mi guitarra es como un sacrificio. Sacrificas aquello que amas. Hay momentos en que uno puede llegar a odiar su guitarra, a sentir unas ganas inmensas de abandonarla. Pero si perseveras, si le eres fiel, la recompensa es inconmensurable”.
Monterey International Pop Festival, 18 de junio de 1967. En el clímax de su actuación, tras cincuenta minutos en los que había hechizado a los hippies y sacudido los cimientos del rock tal como se conocía hasta entonces, Jimi Hendrix escenificó el infinito amor que sentía por su Fender Stratocaster rociándola con gasolina y quemándola viva mientras Noel Redding y Mitch Mitchell avivaban su cremación sin piedad. Los alaridos que desprendía esa madera mientras se iba consumiendo al ritmo del “Wild thing” de los Troggs eran la mejor plasmación sonora de la combustión de materiales que nutrían la música de Hendrix.
Dos meses antes de que MCA editara su debut, “Are You Experienced?”, Hendrix y los suyos tomaron el escenario de Monterey para enseñar a una nueva generación el futuro de la música rock. Fue ese el festival donde se consagró Janis Joplin y se presentaron ante el público estadounidense The Who, pero también la cita musical multitudinaria y benéfica (al contrario que Woodstock, no lo olvidemos) en la que se congregaron Otis Redding, Simon & Garfunkel, Buffalo Springfield, The Grateful Dead, The Byrds, Moby Grape, Booker T. & The MG’s, The Animals, Jefferson Airplane y Ravi Shankar, entre otros. El pintor Brice Marden, que ejerció de improvisado técnico de sonido en Monterey, rememoraba la “experiencia Hendrix” en una entrevista: “El festival era un carnaval sin fin, con actuaciones teatrales, malabaristas, juegos y demás escenas circenses desarrollándose día y noche. Pero la mañana en que Jimi Hendrix hizo su prueba de sonido todo se congeló. La mayoría de nosotros no sabía nada de él, pero el rumor se fue extendiendo como la pólvora y la gente empezó a hablar de aquel tío que hacía «feedback» como no se había oído a nadie antes. Y también se propagó la sospecha de que iba prenderle fuego a su guitarra, de que íbamos a ser testigos del sonido del fuego eléctrico. Y así fue”.
Arrancando con el “Killing floor” de Howlin’ Wolf, la Jimi Hendrix Experience irrumpió en escena con ganas de hacer mella en la conciencia ácida del espectador, que si no había tenido bastante tratamiento de shock con la virulenta despedida de Pete Towshend & Co destruyendo su arsenal tras el himno de los jóvenes airados, “My generation”, tuvo otra ración de angst sonoro con el “Like a rolling stone” de Dylan que hizo crepitar la Experience. Hendrix era amor puro, una llama incandescente que iluminaba todo aquello que tocaba, que expresaba sus emociones a través de unas melodías desbordantes, intensas, que hacían volar la mente y estremecían el corazón en su irrefrenable, mágica conjunción de blues, psicodelia, rock y pop. La dulzura, como brisa fresca, de “The wind cries Mary”; su apropiación free-rock de “Hey Joe”; los solos de guitarra que espolean ese bramido blues que es “Rock me baby”; el hechizo que altera los desarrollos psicodélicos de la inmortal “Purple haze”; Hendrix implorando “Can you see me” con la base rítmica golpeando su corazón roto; la vacilona, chulesca, perturbadora “Foxy Lady”… Y “Wild thing”, el crack final, esa outro de amor suicida, el creador reduciendo a cenizas su herramienta de trabajo, su propia voz, para purificar su dolor, su amor, su alma. La llama como exégesis del arte. El fuego y la palabra.
Texto: Roger Estrada
Ilustración: Ladrón
Publicado en Songbook (2006)