
“Estimado Patrick, nosotros, the Black Keys, hemos grabado esta maqueta para que la escuches. Esperamos que te guste, estamos satisfechos con ella. Hemos actuado en Cleveland, Ohio, y alrededores; somos jóvenes, inocentes y tenemos hambre de carretera. Puedes contactar con nosotros por teléfono o vía e-mail. Gracias por tu tiempo. Atentamente, Dan Quine y el resto de The Black Keys”. Akron, Ohio, finales de 2001. Dan Quine Auerbach tiene 22 años y acaba de grabar una maqueta con seis temas que espera que alguien escuche. “El resto de The Black Keys” son Gave Fulvimar, vecino de los Auerbach y amigo de su hermano pequeño, y Patrick Carney, compañero inseparable de Dan desde que se conocieran en el Firestone High School, instituto cuyo nombre remite a los días de esplendor de una industria de neumáticos local que hizo de Akron “la capital mundial de la goma”. Pero estamos en 2001 y la producción de neumáticos ha dejado de ser el motor económico en favor de una floreciente industria basada en la investigación sobre polímeros. Los tiempos han cambiando, sin duda, pero eso a Dan, Patrick y Gave parece no importarles demasiado. De forma rudimentaria, con un ocho pistas Tascam 388 y encerrados en el sótano de la casa de los Carney, acaban de plasmar su particular visión del blues añejo en seis cacofónicos, rugientes temas. Planchan varios cedés para hacerlos llegar a distintas discográficas independientes, americanas y europeas. En cada sobre adjuntan una breve nota como la del principio, dirigida a Patrick Boissel, capitoste de Alive Naturalsounds Records, sello californiano especializado en los sonidos más básicos de lo que él denomina “la familia disfuncional del rock’n’roll”.
Diez años después de que esa maqueta llegara a sus manos, Boissel recuerda como si fuera ayer el impacto que le causó su escucha: “Fue un auténtico flechazo, quise trabajar con ellos al instante”. Dicho y hecho. Boissel les ofrece un acuerdo para grabar su primer disco y los chicos regresan al sótano de Patrick, esta vez sin Gave ni sus teclados, para regrabar alguno de los temas de la maqueta, crear de nuevos e incluir versiones de «Busted» (R.L. Burnside), «Do The Rump» (Junior Kimbrough) y «She Said, She Said» (The Beatles), tres personales relecturas que, vistas con la distancia, ya insinuaban el amplio abanico de influencias que siempre nutrió su sonido, así como el largo arco estilístico que iban a desarrollar a lo largo de su carrera. Boissel ha dado con un diamante en bruto.
“The Big Come Up es una mezcla de blues, funk, pop y soul; todo rock’n’roll. Encajaba a la perfección en el catálogo de Alive Naturalsound”. El disco, con un artwork que emula el desgaste de las fundas de los vinilos y presidido por una inquietante foto en B/N de unos insomnes The Black Keys, empieza a disparar el boca a oreja en el circuito indie y a hacer correr torrenciales ríos de tinto entre la prensa especializada. Sleater Kinney y Beck, fans declarados, se los llevan de gira. Consiguen una reseña con cuatro estrellas en Rolling Stone y colarse en la lista de lo mejor de 2002 para Mojo. En esta casa, el compañero Alfred Crespo, saluda The Big Come Up en estos términos: “La unión de dos fanáticos seguidores del blues más añejo procedentes de Akron, Ohio, dispuestos a aplicar las enseñanzas de los viejos gurús del género pasándolas por el recalentamiento de la corteza cerebral resultado de la audición desmesurada de la Experience de Hendrix, ni más ni menos. Economía de medios, grabación precaria y resultado satisfactorio (…) Aúllan como posesos, se fotografían con cara de esquizos, desconocen la palabra glamour y no venderán un pimiento, ni falta que parece hacerles” (Ruta 187; octubre 2002). Tranquilo Alfred, ni tú ni ellos se esperaba entonces lo que ocurriría años más tarde.
Por el momento, ya a finales de 2002 y tras una primera gira nacional que les ha mostrado como animales de directo (“a su primer show en Los Ángeles acudieron 12 personas y arrasaron como si tocaran ante 1.000”, recuerda Boissel), toca no dejar enfriar la cómplice energía que se ha ido generando entre Auerbach y Carney. De vuelta al sótano auspiciador de hechizos mágicos, Carney asume las riendas del segundo trabajo con su “patentada técnica de grabación conocida como medium fidelity”. Catorce horas después de haber bajado las escaleras que conducen a un agujero bautizado como Studio 45, The Black Keys salen de él con el artefacto sonoro que les ha pedido su nueva discográfica, Fat Possum, hogar de sus adorados Burnside y Kimbrough, así como de otras recuperadas leyendas del blues del Mississippi como T-Model, Little Freddie King o CeDell Davis. Thickfreakness, algo así como gruesa monstruosidad, hace honor a su título con un sonido robusto y compacto al servicio de una extrañamente cautivadora reanimación del corpus blues. Es un álbum crudo y sudoroso, una entusiasta pero respetuosa aproximación a un género incrustado en el tuétano de la música que Auerbach y Carney han mamado desde chavales. Eso que llaman rock’n’roll. No hay atisbo de ironía posmoderna; los alaridos febriles y los electrizantes punteos de Auerbach y el beat quebrado que muta en mamporro salvaje sin previo aviso de Carney son fieles conductores de la pasión visceral que ambos sienten por su música.
En abril de 2003, Thickfreakness sale al mercado justo una semana después del Elephant de The White Stripes, el dúo del momento, acaso el grupo responsable de la reanimación mediática del garage y el blues, sonidos antes denostados por parte de esa misma crítica que ahora los encumbra. Las comparaciones entre ambos dúos son odiosas, pero inevitables. A su bola, pero calibrando de reojo la creciente ola del hype para evitar que les engulla, se embarcan en su primera gran gira, con la que recorren más intensamente Estados Unidos y vuelan por primera vez a Europa y Australia, país donde Auerbach y Carney empiezan a ser conscientes de las dimensiones que está alcanzando su proyecto de naturaleza casera. En un impagable artículo para el diario local Clevescene, la por entonces novia de Carney (y futura ex mujer) Denise Grollmus describe con perfecta ironía un fenómeno que pudo ver (y padecer) acompañándoles durante su odisea transoceánica: “The Black Keys son a Australia lo que David Hasselhoff es a Alemania. Su estatus de rockstars nos garantiza un confort que nunca tuvimos en casa. En Melbourne, Pat y Dan tocan para 2.000 personas, casi el triple que sus mayores shows en Estados Unidos”. Otro testigo de su éxito en las Antípodas es un tipo llamado Brucini, apodo para la blogosfera de un australiano que, tras quedar prendado de su show en Sidney, empieza a darle forma al proyecto que ahora conocemos como theblackkeysfanlounge.com, punto de encuentro ineludible para los fans del grupo. “Su música sonaba a todas horas en la radio australiana, así que fui a su concierto movido por la curiosidad, sin apenas conocerles. Me volaron la cabeza, su música me agarró para no soltarme en todo el show. De pronto, muchos de mis intereses musicales parecían combinarse en esa banda en concreto. El blog nació de mis ansias por saber más sobre ellos y su música”.

La pasión generalizada por The Black Keys no hace sino crecer tras la edición en 2004 de Rubber Factory, un tercer LP grabado por Carney en una antigua fábrica de neumáticos abandonada a su suerte como tantas otras en Akron por aquel entonces. En ese emplazamiento más espacioso el dúo puede dar rienda suelta a experimentar con las posibilidades de un sonido, el suyo, que ofrece pocas fisuras pero sí interesantes aristas que y moldear. Auerbach y Carney ya forman una unidad segura de sí misma y por ello no se amilanan en Rubber Factory a la hora de aventurarse a jugar con las posibilidades de un sonido moldeable más allá de los parámetros del garage-rock y el blues. Así se lo expresa el propio Auerbach al compañero JF León en la entrevista que nos concede para promocionarlo, justo antes de su primera y por el momento única visita para actuar en nuestro país: “Es más profundo que cualquier cosa que hayamos grabado. En los primeros discos no teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo (…) En éste hemos experimentado mucho más, nuevos sonidos, diferente instrumentación”.
En esa misma charla, publicada en Ruta 210 (noviembre 2004) bajo el titular “La suerte es determinante”, también ofrece Auerbach su visión acerca del fenómeno White Stripes y su posicionamento dentro de la onda expansiva del boom: “Tenemos los pies en el suelo y estamos preparados para lo que venga. A muchos nos ha hecho populares que a Jack White le haya ido bien. Lo único que los músicos podemos hacer es intentar mantener nuestra integridad. Seguimos viviendo en una pequeña ciudad de Ohio y no se nos ha subido a la cabeza. Necesitamos la música para vivir, nos encanta. No creo que nos vaya a ir mal”. Y así es. Tras una extenuante gira mundial durante la que abren para Pearl Jam o Radiohead, se despiden de Fat Possum con Chulahoma: The Songs of Junior Kimbrough, sentido EP de homenaje a uno de sus ídolos que concluye con un mensaje de voz en el que la viuda de Kimbrough les dice cuan orgullosa está de su trabajo y cuan parecido es su sonido al de su marido. Con semejante bendición, The Black Keys están listos para dar el salto a Nonesuch, la susidiaria de Warner Records fundada en 1964 por el gurú Jac Holzman y hogar de artistas del calibre de T Bone Burnett, Ry Cooder, Joni Mitchell, Randy Newman o unos Wilco en plena canonización como nuevos reyes del rock alternativo. Parece que ha llegado su hora… o casi.
Magic Potion, editado en septiembre de 2006, es recibido con frialdad y cierta decepción por parte de aquellos, fans y periodistas por igual, que esperaban el disco que les diera el espaldarazo definitivo. Siendo justos (el tiempo es el mejor juez), hay que calibrar su cuarto álbum como un trabajo condicionado por unas expectativas quizá desmesuradas y por la presión que parece haber atenazado las ambiciones del grupo. Magic Potion no es el disco con guiños a la radiofórmula que singles recientes como el trallazo «10:00 AM Automatic», de Rubber Factory, podían aventurar. No, es un álbum que sigue reptando por una senda conocida con semejantes dosis de contundencia y misterio; otra muesca más en una trayectoria sólida como pocas en el panorama rock alternativo del momento.
Con todo, The Black Keys son conscientes de que necesitan dar un golpe de efecto, ni que sea para revigorizar la dinámica de un dúo que quizá necesite oxigenarse con una perspectiva externa. Y es en entonces cuando Brian Burton, aka Danger Mouse (mitad de Gnarls Barkley), entra en escena como necesario contrapunte, como tercera cabeza pensante en el estudio. Attack & Release (Nonesuch, 2008) es un apasionante viaje de exploración donde se nos van desvelando nuevos matices hasta entonces desconocidos dentro de la paleta estilística del grupo; un exquisito trabajo en los arreglos, con Danger Mouse salpimentando con brillo melódico cada tema y con aportaciones mágicas como la de Marc Ribot a la guitarra. Es su disco más soul (y con más alma) de su carrera, punto de inflexión para afrontar sin titubeos su a partir de entonces imparable ascenso hacia el éxito… O casi.
A pesar de la notable acogida que tiene Attack & Release, se respira un aire enrarecido en el seno del grupo. Los conflictos matrimoniales de Carney salpican a su relación con Auerbach, por entonces feliz padre de una niña. Éste decide encerrarse en su nuevo estudio, Akron Analog, para grabar con la ayuda de cómplices (los ingenieros Bob Cesare y Mark Neill) y familiares (su tío James Quine, padre del mítico guitarrista Robert Quine) su debut Keep It Hid. Auerbach defiende su aventura en solitario durante la entrevista que le hago para Ruta 259 (abril 2009): “Me siento seguro y satisfecho de mis habilidades como compositor y me he podido aventurar a dar vida a unas canciones que sentía que necesitaban más instrumentación de la que Patrick y yo podíamos darles como dúo”. A Carney, que se entera del proyecto cuando su compañero ya está en plena faena, la notícia le cae como un jarro de agua fría, inmerso como está además en los últimos estertores de su fallido matrimonio. Al poco de ver la luz Keep It Hid, Carney se junta con amigos baterías de la escena de Ohio para grabar Feels Good Together (Audio Eagle, 2009), algo más que un mero divertimento y que le sirve a Carney de terapia para dejar los malos rollos atrás.
Es el momento de la reconciliación, ¿punto de encuentro? Nada mejor que citarse en un estudio para gabar un disco ¡en compañía de reputados raperos! Blackroc, la banda que forman junto a tres Wu-Tang Clan (Raekwon, RZA y Ol’ Dirty Bastard), Mos Def, Q-Tip (A Tribe Called Quest) y otras figuras del flow contemporáneo es un proyecto auspiciado por el gurú Damon Dash que funciona como una moderna, rocosa fusión de dos estilos, el hard-blues y el hip-hop, más emparentables de lo que el oyente excéptico pudiera pensar. Sea como fuere, el experimento les sirve a ambos para reencontrarse y reforzar sus lazos de unión. Con confianza renovada se instalan en el mítico Muscle Shoals Odissey Studio de Alabama para, en apenas diez días y de nuevo con la complicidad de Mark Neill como co-productor, grabar los 16 temas que conforman Brothers. Disco cumbre de su carrera, es éste un sobrecogedor tour de force creativo cocinado a fuego lento a base de calidez soul y un punto de ebullición que es puro R&B. Curiosamente, el tema que catapulta Brothers a lo alto de las listas es el único no producido por Neill sino por un Danger Mouse con ganas de darle a sus amigos el hit que necesitan. Como suele decirse, el resto (73.000 copias vendidas en una semana, casi un millón a estas alturas; un videoclip convertido en fenómeno viral, «Tighten Up»; tres premios Grammy y el aplauso unánime de la crítica) es historia. ¿Próxima parada en el camino? Un séptimo disco tan increíble que se merece ser comentado aparte…
“¿ESTO QUÉ ES, UN GREATEST HITS?”
A los pocos días de salir a la venta (o al poco de filtrarse en Internet, claro) Twitter era un hervidero de mensajes exaltados con #elcamino adosado. “Mi disco del año. Brutal de principio a fin” (@edward_burns); “Escuchando El Camino. Hasta el ecualizador parece estar pasándolo en grande” (@Zachinspace); “Fíjate si el disco es bueno que no me puedo sacar de la cabeza las últimas canciones” (@trucootrato); “The Black Keys me la pone dura” (@MEtxebarria). Este último tweet firmado por Mikel, un adolescente vasco, sintetiza de forma primaria una sensación que, sin embargo, no distingue entre sexos ya que El Camino ha puesto igual de cachondos a chavales y chavalas, hombres y mujeres. Puede pareceros burdo que haya acudido a Twitter para arrancar la reseña del último disco de vuestro / mi adorado grupo de Akron, Ohio. Y seguramente os lo parezca todavía más que haya destacado el explícito tweet de Mikel. ¿Mis razones? El chaval, teniendo a su disposición 140 caracteres, ha resumido su mensaje al mundo en 30. ¿Para qué más? Y lo ha hecho de forma simple y directa. ¿Para qué andarse con rodeos? Intuyo que estas preguntas fueron, con todas las distancias que queráis poner entre Bilbao y Nashville, las que también se hicieron The Black Keys antes de entrar a grabar su séptimo álbum en el Easy Eye Sound Studio que Auerbach tiene en la capital de Tennessee.
Otra pregunta, ésta ya exclusivamente suya: ¿Qué hacemos después de ganar tres Grammy y vender casi un millón de copias de nuestro anterior disco? Aunque, ahora que lo pienso, lo más seguro es que esta reflexión nunca cruzara sus mentes. Es más, creo que lo que mejor sintetiza su actitud durante la grabación de El Camino es un sonido que se esconde en la cuarta canción del disco. «Little Black Submarines», curiosamente el tema más largo (4:11) de su álbum más corto (37:42), arranca como una balada acústica, con Dan cantando que “Todo el mundo sabe que un corazón roto es ciego”, para, en un quiebro zeppeliano, dinamitar esas lamentaciones con un estallido guitarrero que propulsa la canción hacia un final de infarto. Es entonces, en el minuto 3:38, cuando se escucha ese sonido, como un golpe seco en segundo plano. Es Auerbach gritando “Yeah!” justo antes de precipitarse hacia una outro de riffarama enloquecido, subido a lomos de la pantagruélica batería de Carney. Ese grito es la síntesis de un disco que exuda entusiasmo rock’n’roll.
Si Brothers era un álbum oscuramente seductor, en el que uno se adentraba para ir descubriendo los recovecos impregnados en soul y R&B del alma de sus autores, El Camino es un fogonazo de luz, un chute de adrenalina, 38 minutos de colocón subidos en el asiento de copiloto de una furgoneta con motor de Fórmula 1. Disco escrito y producido a seis manos junto a su cómplice Danger Mouse, representa la fusión perfecta de su olfato innato para el hit y el punch más implacable de unos Black Keys que han citado a “Clash, Sweet, The Cars y un montón de rockabilly 50’s” como referentes más cercanos. Hay chulería glam y efectividad pop, pero también guiños al apasionado arena-rock de Bob Seger o Bachman-Turner Overdrive, destellos de gospel ácido, rompepistas con galope funk y flagelos de excitado beat nuevaolero. El Camino es enorme y crea adicción. ¿A quién diablos le importa el bajonazo? Dale otra vez al “repeat”, por favor. ¿Mi tema favorito? Imposible elegir, vuelve a leer el tweet de arriba: “¿Esto qué es, un greatest hits?” @RogerEstrada.
DIRECTOR ARTÍSTICO. GANADOR DE UN GRAMMY. HERMANO.
El 13 de febrero de 2011, en la edición 53 de los Premios Grammy, Michael Carney, el hermano pequeño, cómplice en la sombra del grupo desde que asumiera el diseño de Rubber Factory, brilló finalmente con luz propia al recoger la estatuilla al Mejor Packaging por su trabajo en Brothers. Con los dos otros galardones que Dan y Patrick recogieron, Mejor Álbum de Rock Alternativo y Mejor Interpretación Rock (por Tighten Up), la hermandad de Las Llaves Negras vivió esa noche sino el momento más dulce de su carrera, sí el de mayor exposición mediática. El director artístico de los de Akron es un tipo que vive intensamente su profesión, que se esmera hasta el detalle en cada proyecto, pues cada proyecto es otro eslabón más en una trayectoria que ha crecido, ha madurado paralelamente a la del grupo. El diseño es su pasión, The Black Keys es su vida. Hablamos con él al poco de descubrir en Internet, con asomo y entusiasmo, la portada del nuevo disco, con esa camioneta luciendo de perfil en un paraje algo desolador. Puedes repasar su trabajo en www.carneymatters.com.
¿De dónde surgió la idea para el diseño de El Camino?
En EEUU el Chevrolet El Camino es un modelo de coche muy icónico, un híbrido de camioneta y sedán que gozó de gran popularidad en los setenta. Les comenté a Pat y Dan que sería divertido poner en la portada un auto que no fuera ése; al final decidimos que la elección más lógica sería la típica minifurgo de finales de los ochenta, una similar a las que ellos usaron al principio de su carrera para ir de gira.
¿Fue difícil dar con la furgoneta de la portada?
Me pasé una tarde entera dando vueltas por mi vecindario en Brooklyn buscando minifurgos como las que tenía en mente. Localicé una, la fotografié, hice un diseño previo de cómo iba a plantear la portada y se lo envié a los chicos. Estuvimos de acuerdo en que encajaba con el concepto pero vimos que sería mucho mejor si hiciera las fotos en Akron. Así que tomé el primer avión hacia allí y me pasé una semana subido a mi coche localizando furgos y fotografiándolas todas. Acabé viajando dos veces a Ohio para tomar fotos. Hice unas 100, de las que acabé seleccionando cinco que sentía que encajaban para la portada. Los tres coincidimos en elegir la que finalmente aparece. Treinta de las 100 que hice puedes verlas en el libreto del CD o en el póster desplegable del vinilo.
¿Qué tal sienta eso de ganar un Grammy?
Es algo increíble, la verdad. Pero lo que realmente me alucina es que mi hermano y yo ganáramos ambos uno el mismo día, por el mismo disco y que ese disco se titule, precisamente, Brothers.
¿Cuándo tuviste el chispazo que iluminó la idea para esa portada? ¿Por qué usaste esa fuente tipográfica?
Era algo sobre lo que llevábamos un tiempo bromeando, así que hice un prediseño, se lo mandé y me llamaron tan solo verlo para decirme que era perfecto. Estuve semanas trabajando, refinando ese primer esbozo hasta la extenuación. En cuanto a la tipografía, la Cooper Black es una de mis fuentes favoritas, ha sido usada en infinidad de discos clásicos de soul y funk y me parecía la elección idónea.
¿Cómo describirías tu metodología de trabajo?
Soy muy meticuloso. Cuando doy con el concepto idóneo para un álbum empiezo a darle vueltas a qué estilo será el adecuado para plasmarlo y a buscar las herramientas necesarias para hacerlo. El diseño de un disco siempre me lleva el mismo tiempo, pues necesito desarrollar un estilo y ejecutarlo. Gran parte de mi trabajo se basa en diseños hechos a mano, como las letras de la portada de Brothers. Lucen perfectas, sí, pero eso es porque esa fuente posee una calidad sutil que en mi opinión es difícil de alcanzar si la trazas con ordenador.
Como director artístico, ¿eres responsable también el merchandising del grupo?
Diseño y superviso todo el merchandising, decido qué camisetas salen de gira y cuáles dejamos de vender. La idea para una camiseta puede venir de mí o de ellos. A veces yo diseño, propongo y ellos comentan qué les gusta y qué no; otras, me mandan un mail y me dicen “¡Hemos tenido una idea genial!” y yo o bien me pongo a trabajar (si me gusta la idea) o miro de convencerles de lo contrario (si no me ha gustado). No siempre logro convencerles, eso sí.
Echando la vista atrás, ¿cómo valoras estos años de estrecho trabajo junto a The Black Keys, junto a tu amigo y a tu hermano?
Las palabras no pueden expresar cuanto significa esta banda para mí. Pat es mi hermano, pero Dan es como si lo fuera también. Trabajar juntos es algo natural para nosotros porque juntos hemos ido aprendiendo a hacer lo que hacemos. He aprendido a ser un artista trabajando en sus discos, siento como si su estética hubiera ido arraigando en mí.
UN FENÓMENO DE LA ERA YOUTUBE
Un masaje para desentumecer las piernas. La final de Wimbledon entre Nadal y Djokovic. Un bebé que le muerde el dedo a otro. El clip del puto Justin Bieber junto a Ludacris. ¿Qué diablos tienen en común estos vídeos? Pues que todos ellos figuran entre los más vistos de 2011 por los usuarios de YouTube, una red social tan apasionante e insignificante como nuestras propias vidas. Con 35 horas de vídeo subidas a YouTube cada hora, cuesta lo suyo llamar la atención. Pero a veces menos es más y el clip más sencillo, con la idea más simple, puede resultar más efectivo (y rentable) que una gran producción. Durante la campaña previa al lanzamiento de Brothers, Nonesuch encargó a Chris Marss Piliero la filmación de un teaser que sirviera para alimentar la expectación de los fans / internautas. En una sola toma rodó a Frank, (la marioneta de) un dinosaurio de la especie Funkusaurus Rex, haciendo playback con el single «Tighten Up»,. Corrió por la Red como la pólvora. Tanto, que Marss volvió a reclamarle para el clip de «Next Girl»,, donde Frank se lo pasaba de lo lindo en una piscina rodeado de nenas en bikini que se pelean por sus huesitos. Otro fenómeno viral.
Al poco tiempo llegaría el vídeo oficial de «Tighten Up protagonizado por las versiones infantiles de Auerbach y Carney, dos niños que se pelean en el parque por la niña que les vuelve loquitos. A día de hoy lleva casi 15 millones de reproducciones. El pasado 25 de noviembre, y para promocionar El Camino, The Black Keys subieron a su canal oficial en YouTube el videoclip del primer single, el irresistible «Lonely Boy». Dirigido por Jesse Dylan (sí, hijo de) presenta, en medio del pasillo de un motel de segunda, a un negro cuarentón vestido con camisa blanca y pantalones negros, cantando el tema en playback y bailando con un estilazo que no se puede describir con palabras. Hay que verlo para creerlo. Y darle al “Me gusta” y al “Compartir”, claro. Así lo hicieron 400.000 personas al cabo de 24 horas de haber sido colgado. Mientras esto se escribe ya son 3.644.347. Y subiendo… ¿Y quién es él, que a todos vuelve locos? Él es Derrick T. Tuggle, actor, músico, bailarín (y circunstancial guarda de seguridad) residente en Los Ángeles. Un currante del show business, hasta anteayer anónimo, cuyo lema de vida puede uno leer bajo la firma de sus mails: “¡Vive cada día con tu máximo potencial!”. Con él hablamos.
Tengo entendido que la idea inicial del videoclip no tenía nada que ver con la que ha visto la luz, ¿es así?
Fui elegido junto a otros seis tipos para distintos segmentos del clip donde aparecíamos cantando el tema en playback y bailando. Rodamos una escena donde Patrick y Dan me devuelven las llaves de su habitación, pues yo soy el propietario del motel. Luego hicimos la parte en que bailo mientras hago el playback. Una sola toma. Todo el equipo me felicitó al acabar. Me fui a casa y ellos siguieron rodando. No fue hasta más tarde, cuando colgaron el vídeo, cuando descubrí que a Dan, Patrick y Jesse les había gustado tanto mi actuación que decidieron olvidarse del resto del material y quedarse con esa toma.
¿Cuánto tardaste en aprenderte la letra?
Tuve unos 20, quizá 30 minutos para memorizarla. Estoy acostumbrado a esa presión; cuando vas a una audición puede que te den el texto la noche antes, pero la mayoría de veces te lo entregan cinco minutos antes de entrar.
Ese baile, ¡¿de dónde sale?!
Mis fuentes de inspiración originales siempre han sido mi madre y mi primo William “Skip”, Cunningham, un bailarín de claqué profesional. Pero también he absorbido mucho de Jackie Wilson, James Brown, Michael Jackson y Prince. Me encanta bailar, de joven quemaba la pista en los clubes de mi ciudad, Chicago, donde la música house era muy popular.
¿Conocías a The Black Keys antes de participar en el clip? ¿Qué tal el trato con Dan, Patrick?
Con Dan y Patrick solo coincidí el día del rodaje. Me agasajaron tras mi actuación, estaban muy contentos. Para serte sincero sólo había visto un par de clips suyos, pero ahora ya tengo ganas de hacerme con toda su discografía, ¡claro!
¿Cómo se lleva eso de convertirse en un fenómeno de Internet?
Es un poco abrumador a veces, porque sigo considerándome un tipo de lo más normal. Pero con la respuesta de la gente en YouTube y Facebook y tras haber sido invitado al programa de Ellen Degeneres, creo que todo esto es increíble. Mis amigos y mi familia están tan orgullosos. Con todo, es un sensación agridulce porque mi madre falleció en 2001 y mi padre seis años después. No han podido llegar a ver los frutos de su trabajo conmigo, aunque sé que están sonriendo en el cielo.
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (enero 2012)