RIPPERS. Fire Tractaät (BCore, 2012)

Foto: Julià Albornà

“Ya no se nos podrá seguir ignorando. Ya nadie podrá pretender que no existimos”. Marc Teichenné cree en Rippers, ahora quizá más que nunca. Pero lo suyo no es fe ciega, no. Ciegos son aquellos que llevan años ignorando a los de L’Arboç, aquellos que siguen pretendiendo que no existen. Que cada uno asuma su parte de culpa en tan sangrante ninguneo… Grupo incluido, ojo. Porque diría que la propia naturaleza de su música (malsana y perturbadora son dos adjetivos constantes en su carrera) y de sus creadores (en especial Marc y su hermano David, dos cabezas borradoras de traca) algo habrá influido en la modesta repercusión mediática y comercial del que es, creo, uno de los mejores grupos de rock que tenemos en nuestro país. ¿Fe ciega? Veamos…

Conocí a Rippers hará unos diez años, gracias al entusiasmo con que les acogió  en estas páginas Jaime Gonzalo a raíz de la publicación de No Mört (Ripper / H-Records, 01), segunda referencia ripperiana tras un debut, Evil, del que el propio grupo renegaba al no haber logrado plasmar el sonido crudo que tenían en directo. “Ningún aficionado serio al punk-rock nacional debería estar desinformado de los hermanos Teichenné (…) Dramático, de densidad tormentosa y ejecución precisa, No Mört se exhibe seguro de sí, fraguado con la urgencia de Lazy Cowgirls y el peso específico de los primeros Turbonegro”, escribía Gonzalo en su reseña (Ruta 179), al tiempo que apuntaba a su lejanía “de la capital y del circuito” y a que “van a su puta bola, porque no les dan otra”, como posibles explicaciones de un ninguneo que ya por entonces era evidente. Un año después (Ruta 191), él mismo entrevistaba a un Marc con la lengua suelta y las ideas claras: “El aislamiento en nuestro caso nos ha impedido entrar en cualquier escena, aunque creo que eso es positivo porque las odio todas (…) Nos encantaría llegar a más público, pero nuestro objetivo es estar orgullosos de lo que hacemos. Muchas veces esto tiene poco que ver con el reconocimiento masivo (…) Lo haremos mientras sea divertido y excitante y mientras creamos que hacemos algo grande”. Recuerdo leer esa entrevista con una sonrisa de oreja a oreja, conocedor como era de la bravuconería de Marc, pero también consciente de la verdad, de la implacable honestidad artística condensada en un disco que, además de a Jaime y a mí, había causado honda impresión en la pequeña pero entusiasta comunidad de aficionados al punk-rock que eclosionó con estruendo en los albores de los foros de Internet.

Vi por primera vez a Rippers en la sala Màgic, mítico garito de perdición barcelonés y baluarte del rock verdaderamente alternativo en nuestro país. El bolo fue un desastre (su melopea enorme) y mi decepción mayúscula. Fue esa misma noche cuando decidí que, anteponiendo la verdad de su música a la ceguera de mi fanatismo, siempre exigiría lo máximo a los de L’Arboç. Ellos me lo dieron al cabo de poco en forma de nuevo artefacto de agresión sonora, un Invertebrät (H-Records, 04) que no hizo sino agrandar su mito gracias a la perfecta conjunción palpable entre los Teichenné y la más estable de las formaciones ripperianas hasta la fecha (con Manel Lucio a la guitarra y Francesc Merchan a la batería), pero también debido al rocoso, inclemente sonido extraído de las sesiones de grabación por el productor Santi Garcia. Contenía ese trabajo el tema «Fool», una descomunal amalgama de grunge, noise y punk melódico que quedará para la historia del grupo como el hit que pudo ser y no fue. A su puta bola como siempre, repitieron con Garcia para perpetrar Nomelêc’s Revenge (Rock On, 06), patada en los dientes en toda regla, disco todavía más retorcido y sin duda más incómodo que Invertebrät. Se repitieron las reseñas entusiastas en medios especializados patrios y foráneos y sus escasos bolos volvieron a congregar a lo más majara de cada pueblo o ciudad. Pero seguían siendo el secreto mejor guardado del punk-rock hecho aquí. Y entonces algo cambió. Fuera no, dentro. Ensombrecido a veces por la desbordante naturaleza de un Marc que aglutina las figuras de compositor, letrista, guitarrista, cantante y enciclopedia musical con patas, David Teichenné, el hermano pequeño, decidió reivindicarse. Y Marc, que le conoce bien, sabía de lo que es capaz. Durante meses y meses de obcecado trabajo, David fue reformando el Antrö, local de ensayo y testigo de algunas de las fiestas más demenciales que se recuerdan en la comarca, hasta conseguir un estudio de grabación de primera magnitud. Asumiendo los controles sin titubear, con una visión clarividente de como debían sonar Rippers a partir de entonces, David produjo Seeds of the New Dawn (Rock On, 09), auténtico punto de inflexión, una obra donde el grupo se acercó con una gran ductilidad sonora a ese rock visceral y catártico, apasionado y siempre inclasificable de los Wipers de Greg Sage, uno de los grandes referentes artísticos de los Teichenné.

Fire Tractaät es el último disco que grabo en el Antrö con los Rippers. Tendremos que buscar otro lugar y otro técnico / productor para el próximo, esto desgasta demasiado a nivel personal”. David Teichenné, julio de 2012. Genio y figura. Si realmente es tu epitafio ripperiano, chaval, puedes morirte ya tranquilo. Decir que su abrasivo, desafiante nuevo trabajo es el mejor que han grabado hasta la fecha es decir mucho, pero es decir la verdad. Porque es la consagración de una manera de entender el rock única e incorruptible, la mejor plasmación de la obsesión creativa de dos hermanos que no viven de la música pero sí para la música. El disco lo edita BCore, así que de la ceguera generalizada deberíamos pasar a una mejor visibilidad de la banda. Sería un acto de justicia, sin duda poética. A la espera de ver cómo se desarrollan los acontecimientos, es necesario apuntar que cualquier temor que pudiera haber generado la salida de Francesc Merchan queda refutada en todos y cada uno de los diez temas del disco, pues Marc Morell toma el relevo a la batería con epatante seguridad. Y lo cierto es que era esta una empresa nada fácil, sabiendo de la exigencia casi enfermiza de los Teichenné y escuchando la riqueza instrumental y los complejos cambios de tempo que catalizan un álbum cuyo aliento notas en la nuca de principio a fin. Luego está, como siempre, ese arañazo en forma de grito escupido por Marc Teichenné, de nuevo asomándose al abismo para cantarnos sobre locuras ajenas o sobre esos demonios interiores que atormentan también al oyente cada vez que decide sacarlos a la luz. Es significativo, y muy acertado, que para ilustrar este abrumador tratado del fuego hayan elegido como portada una de las pinturas con las que William Blake interpretara La Divina Comedia de Dante. Pecadores todos, sigamos avanzando hacia las profundidades del Infierno. Con Rippers señalando el camino, el Paraíso puede seguir esperando.

www.therippers.net

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (septiembre 2012)

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s