
Con Changes (2019) e In Plain Sight (2021), el estadounidense Neal Francis (Livingston, New Jersey, 1988) moldeó una propuesta sonora que conecta el legado del soul, el funk y el rhythm & blues con una mirada profundamente personal. Precoz prodigio del piano, creció tocando boogie-woogie en los clubes de Chicago, siempre atento a las enseñanzas de los héroes locales con los que iba compartiendo escenario.
Pero también conoció la caída: adicciones, pérdida de rumbo y una reconstrucción dolorosa que le empujó a redefinir su vida y, por necesaria osmosis, su música. El título de su tercer trabajo, Return to Zero (ATO Records), es toda una declaración de intenciones: estamos ante un álbum que condensa groove, reflexión y deseo de transformación. Una obra de madurez espiritual y musical –¡y muy bailable!– en la que Francis da un paso más allá, cuestionando su propio proceso creativo y abrazando el vértigo de empezar de nuevo.
Me gustaría empezar preguntándote por tu rutina diaria practicando al piano con El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach. ¿Qué te aporta?
Ejercitarme con sus preludios y sus fugas ha sido crucial para mejorar mi lectura y mi comprensión musical desde que empecé con esta práctica, hará unos cuatro años. Al principio fue duro porque quería familiarizarme con todas las tonalidades y volverme realmente competente, pero con el tiempo se ha convertido en algo que disfruto de verdad. Tiene algo similar a resolver crucigramas o rompecabezas: me estimula mentalmente, me exige concentración y me ayuda a mantenerme ágil al teclado. Además, poder organizar la música usando notaciones es muy valioso, especialmente cuando compones o arreglas para instrumentos orquestales.
En ese sentido, has mencionado que el proceso creativo del disco ha tenido una cualidad meditativa. ¿Cómo ha influido la meditación en tu manera de escribir y grabar?
Ha sido esencial para mí en estos últimos cinco años y medio, desde que empecé a tomarla en serio, pero no quiero decir que este disco se escribiera desde un lugar de equilibrio o de plena conciencia, porque en realidad fue todo bastante caótico. Mi disciplina y mi atención estaban muy dispersas durante el periodo en que lo estaba componiendo. Dicho esto, me alegra que la gente lo esté disfrutando, yo mismo he tardado en reconciliarme con él. Ahora estoy muy orgulloso, sobre todo por cómo toda la gente que me rodea me ayudó a hacerlo realidad: mi productor, mis fans o todos los músicos con los que colaboré y que elevaron mucho el resultado. Aceptar este disco tal y como es, y pensar también en qué vendrá después, es importante para mí. Aunque ahora mismo intento centrarme solo en tocar esta noche en Boston.
Quiero detenerme en algunas canciones. Por ejemplo, «Can’t Get Enough» suena como un homenaje vibrante a Roy Ayers, que tristemente falleció hace unas semanas. ¿Qué crees que representa su legado hoy en día para músicos y oyentes?
Su influencia sobre mí es enorme, independientemente del tipo de música que esté haciendo. Artistas como Ayers, Curtis Mayfield, Allen Toussaint o Ari Martin compartían esa habilidad para estructurar canciones y crear grooves. Roy Ayers componía de un modo muy arquitectónico: construía una base sólida con la sección rítmica y luego añadía una ornamentación interesantísima con los cambios de acordes y la paleta de colores armónicos que usaba. Su estilo siempre me pareció accesible como artista, no era intimidante ni pretencioso. Aunque era un instrumentista extraordinario, nunca sonaba atlético o exhibicionista. Incluso hace diez años, con mi antigua banda, ya versionábamos algunos de sus grooves en nuestros directos; estaba a nuestro alcance como músicos veinteañeros. Su música se movía entre el punk, el pop, la música de baile y el jazz. Venía de la tradición del bebop, pero se reinventó completamente, lo que me parece muy inspirador. Y además, su forma de entender la moda o de impregnar su música de espiritualidad, todo ese enfoque era muy potente.
«Dance Through Life» está claramente hecho para la pista de baile. ¿Eres alguien que disfruta bailando? ¿Qué importancia tienen el ritmo y el movimiento corporal en tus conciertos?
Bailar es una de las cosas favoritas que compartimos con mi prometida, aunque no lo hacemos tanto como quisiéramos porque nuestros horarios no nos lo permiten; una buena fiesta suele empezar tarde y nosotros últimamente estamos en la cama bastante temprano. Pero cuando pasa, cuando encontramos un buen DJ y podemos bailar, es algo que me hace sentir increíble, es un subidón natural. Mando un saludo a todos esos buenos DJs que hacen que el cuerpo se mueva sin pensarlo.
«What ‘s Left of Me» evoca los arrebatadores arreglos que Jeff Lyne hilvanaba en las canciones de Electric Light Orchestra. ¿Qué te atrajo de su enfoque y cómo lo llevaste a tu sonido?
En ese tema fui a por todas a nivel de producción, pero me encantaría explorar más a fondo ese territorio. Siempre he apreciado mucho la estética de sus discos, cómo toma influencias del rock and roll de los 50, del sonido de Phil Spector o de los Beatles y las filtra a través de la tecnología de finales de los 70. Me parece un enfoque muy singular y también muy divertido. Además, crecí escuchando esas canciones: sonaban en los viajes en coche familiares, teníamos el casete en casa, así que también hay una conexión emocional fuerte con esa música.

Tu madre era pianista y en casa había una buena colección de discos. ¿Te apoyaron tus padres cuando decidiste dedicarte a la música?
Hicieron todo lo que pudieron para apoyar mis intereses desde bien pequeño, aunque a veces siento que no aproveché del todo todas esas oportunidades. He seguido un camino bastante sinuoso para llegar hasta donde estoy, hubo un momento en mi vida en el que las cosas no me iban bien y no parecía que hubiera mucho en mí que mereciera apoyo. Reconstruir la confianza llevó tiempo. Había cierto escepticismo por su parte, simplemente por ser mayores y saber, por experiencia, lo difícil que es esta vida. Mi padre me preguntaba constantemente cuándo iba a volver a la universidad, pero cuando me vio actuar en el Red Rocks Amphitheatre o en el Carnegie Hall… A partir de ahí, se convirtió en mi mayor fan. No quiero decir que no creyeran en mí, pero es más fácil animar a alguien cuando las cosas empiezan a funcionar. Hemos tenido mucho éxito y me hace muy feliz ver cómo han cambiado las cosas con mi familia, estoy muy agradecido.
Estudiaste con el pianista de boogie-woogie Erwin Helfer y llegaste a girar con Mud Morganfield, el hijo mayor de Muddy Waters. Cuando te sientas al piano hoy, ¿cómo ves tu evolución como instrumentista y qué aprendiste en esa etapa temprana de tu carrera?
Creo que todo eso es la base del rock and roll. Esas formas pianísticas son la raíz, junto con la guitarra, de las primeras grabaciones de rock y, a la vez, son una extensión directa del estilo boogie-woogie. Eso es lo que me atrajo desde el principio, y todavía aparece mucho en mi manera de tocar, especialmente en directo. También influye el hecho de que crecí con una exposición muy amplia a diferentes estilos; siempre tuve interés por todo el espectro de la música negra estadounidense, desde el ragtime hasta el funk. Cuando de joven tocaba en clubes con mi banda Reverend Funk Connection hacíamos covers de Muddy Waters, Johnny “Guitar” Watson, Syl Johnson… Había soul, había funk, había de todo. Eso me dio disciplina, me obligó a estar a la altura desde muy joven, a convivir con músicos profesionales. Metí la pata muchas veces, claro, pero fue parte del aprendizaje.
En abril de 2019, justo antes del lanzamiento de Changes, abriste para Lee Fields & The Expressions en Chicago. ¿De qué manera te inspiró alguien que ha luchado tanto por su carrera y que encontró un reconocimiento tardío?
Me alegra que me lo preguntes porque aquella primera gira fue muy, muy importante para mí, fue extremadamente inspiradora. Justo al comenzar ese tour tuve una ruptura amorosa bastante catastrófica, que coincidió además con el lanzamiento de mi primer disco. Fue un periodo muy duro e intenso. Y allí estaba él, en el backstage, acompañado de su esposa de 55 años; notó lo que yo estaba pasando y decidió compartir conmigo su experiencia. Pero más allá de eso, lo que más me marcó fue su ética de trabajo: lo vi escribir sus letras a mano en papel de carnicero, como ejercicio para interiorizarlas. Tenía canciones nuevas que aprender de su nuevo disco y se pasaba el rato escribiéndolas, cantando, eligiendo con cuidado cada inflexión… Estaba completamente comprometido con su oficio. Ver eso en alguien de más de 70 años fue profundamente inspirador. Ojalá el universo me dé la oportunidad de seguir trabajando así toda la vida, de seguir desarrollando mis habilidades. Y además, gracias a esa gira me hice amigo de Joey Crispiano, el guitarrista que tocaba con Sharon Jones y Charles Bradley, y de Benny Trokan. Gente increíble y grandes músicos, fue un privilegio compartir eso con ellos.
Para promocionar la salida del disco te disfrazarte de hot dog y estuviste sirviendo unos cuantos en The Wiener’s Circle, institución de Chicago para los fans de ese manjar a la parrilla. ¿Pasaste mucho calor?
La verdad es que no, no sudé tanto como parecía. La incomodidad no vino por el calor, sino por la rareza de la situación. Pero fue una experiencia genial, porque me obligó a estar completamente presente y a no preocuparme por lo que los demás pudieran pensar. Ese era el objetivo: no tomarse tan en serio. Me gusta hacer cosas raras porque la vida para mí tiene algo de absurda, y me interesa explorar ese lado. Crecí viendo a Monty Python y muchos programas de comedia surrealista y aunque no soy una persona especialmente graciosa, hacer cosas como esa me resulta emocionante. Parece mucho más divertido antes de hacerlo, eso sí. Luego piensas: “¿Qué demonios estoy haciendo?”. Pero después, cuando ves el resultado, te das cuenta de que a la gente le hizo gracia, que se lo pasó bien. Y que en el fondo no importa. Y por eso valió la pena.

Vivimos tiempos oscuros, no solo en EE. UU., sino en muchas partes del mundo. ¿Crees que la música puede, o debe, tener un rol más allá del entretenimiento, como consuelo, como protesta o como forma de resistencia?
Gracias por preguntarlo. Fui a ver a Meshell Ndegeocello en Chicago, en un show en el que rendía homenaje al escritor y activista James Baldwin. En un momento del espectáculo se leyó un pasaje donde se menciona que los artistas tienen el mandato de decir la verdad. Y eso me tocó mucho. Creo que mi forma de protesta, ahora mismo, es salir cada noche e intentar hacer feliz a la gente. Ese es mi objetivo. Y también enfrentarme al miedo a lo desconocido y seguir profundizando en mi oficio mientras pueda. Tengo los mismos temores que muchas personas respecto a lo que pueda pasar, pero también pienso que cada época ha tenido su oscuridad. Siempre hubo alguien aplastado por el peso del poder y la riqueza concentrada, lo único distinto ahora es que sus motivaciones son más visibles que nunca. Ante ello, lo más útil que podemos hacer es involucrarnos a nivel comunitario. Ahí es donde ocurre el verdadero cambio, donde se construye la camaradería real, al juntarse con los vecinos, conocerse, descubrir qué queremos en común. Por eso he decidido desconectarme un poco del ruido a escala nacional, no soy útil cuando estoy enganchado al miedo por cosas que no puedo controlar.
Para terminar, ¿qué cinco canciones son infalibles para hacerte bailar?
«Love Will Bring Us Back Together» (Roy Ayers), «Dazz» (Brick), «My Forbidden Lover» (Chic), «Golden Years» (David Bowie), «Let’s Start the Dance» (Hamilton Bohannon).
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (mayo de 2025)




Deja un comentario