
“La cualidad definitoria del metaverso será la sensación de presencia, como si estuvieras allí mismo con otra persona o en otro lugar. En el metaverso podrás hacer casi cualquier cosa que puedas imaginar —reunirte con amigos y familiares, trabajar, aprender, jugar, comprar, crear—, así como experiencias completamente nuevas.” El pasado 21 de octubre, en el marco de la conferencia anual sobre realidad aumentada y realidad virtual Connect, Mark Zuckerberg comunicó oficialmente el cambio de nombre de su empresa Facebook por Meta para impulsar desde esta renovada identidad lo que el CEO ya vaticina como la “próxima evolución de la tecnología”.
Tipo listo. La vida real, la de salir a la calle e interactuar con nuestros semejantes, acojona. El aire que respiras contiene niveles peligrosos de dióxido de nitrógeno, las personas con las que te reúnes pueden transmitirte la penúltima variante de un virus mortal. Mejor quédate en casa —no vaya a ser también que en tu ausencia alguien te la ocupe— y conéctate para experimentar tu vida sin estar presente en ella. ¿No la sientes? Es el futuro, estúpido.

Cruce de miradas de espeluznante vacuidad en el metaverso.
En febrero de 1971, entrevistado por The New York Times, Pete Townshend definía Lifehouse, la ópera-rock finalmente abortada, como “una especie de fantasía futurista, un poco de ciencia ficción” y sintetizaba su marco narrativo con estas palabras: “Tiene lugar dentro de unos veinte años, cuando debido a la extrema contaminación los ciudadanos británicos viven recluidos en sus hogares, enfundados en unas prendas especiales, llamadas ‘trajes de experiencia’, a través de las que el gobierno les proporciona distintos programas para mantenerlos entretenidos.”
En las notas interiores de Lifehouse Chronicles, la caja editada en el año 2000 que recopilaba todas las demos de las canciones escritas para el proyecto inicial, Townshend detallaba que “estos trajes están interconectados en una red universal, un poco como la Internet moderna (…), operada por un imperialista conglomerado mediático encabezado por una figura dictatorial llamada Jumbo que parece ser más poderosa que el gobierno que le encomendó el proyecto.”
El 10 de abril de 2018, a las pocas horas de su comparecencia ante el Congreso de Estados Unidos para responder sobre el papel de Facebook en el escándalo de la consultora Cambridge Analytica, los ojos de Mark Zuckerberg fueron trending topic en Twitter, con un usuario comentando que “su espeluznante vacuidad me persigue” y otro apuntando que “quizá nos es psicológicamente más fácil verle como un robot que como un ser humano frío y egoísta”. Quién sabe si durante ese duro trance resonaban en su cabeza estos versos cantados por Roger Daltrey: “Nadie sabe cómo es / Ser el hombre malo, ser el hombre triste / Detrás de los ojos azules / Nadie sabe cómo es / Ser odiado, estar destinado / A decir solo mentiras…”
«Behind Blue Eyes» fue concebida por Townshend como pieza musical central del villano Jumbo, alguien que a pesar de lamentarse por la percepción negativa que el mundo tiene de él, no es capaz de mostrarse como realmente es —»Mis sueños no son tan vacíos / como parece estarlo mi conciencia»—, algo que le vuelve todavía más amargado y triste. Pobre Zuck, señalado como el malvado de nuestra distopía cotidiana mientras su animoso avatar nos presenta las bondades del metaverso, ese universo paralelo que, según augura él mismo, “acogerá a la humanidad dentro de diez años”.

Escrita e ilustrada por James Harvey, la pandemia dejó en un limbo su anunciada publicación para 2020.
En la sombría fantasía creada por Townshend, la música rock está prohibida por aquellos que controlan la Red porque temen su capacidad para despertar a las masas abducidas en sus hogares. Pero un grupo de forajidos, capitaneados por un heroico hacker llamado Bobby, se subleva y organiza un concierto clandestino en una sala abandonada, renombrada para la ocasión Lifehouse, al que acuden convocadas unas 300 personas. A partir de distinta información privada proporcionada por los espectadores, Bobby crea para cada uno de ellos un sonido específico que expresa su esencia como individuos; la unión de esos 300 sonidos singulares dará como lugar esa nota universal capaz de conectar y hacer despertar a la población: “Había una vez una nota pura y sencilla / Sonando tan libremente como una respiración ondulando / La nota es eterna / La escucho, me ve / Nos fundimos para siempre, tal como para siempre morimos…”
Aunque «Pure and Easy» fue la primera canción escrita para el proyecto y podría decirse que actúa como eje central de su historia —de un modo similar a «Amazing Journey» en Tommy—, no deja de ser significativo que fuera una de las piezas sacrificadas por Townshend en el trasvase de Lifehouse a Who’s Next?, el álbum que transformó la asunción personal de un fracaso creativo en el mayor éxito comercial de la banda. La canción acabaría apareciendo junto a otras demos de Lifehouse («Let’s See Action» y «Time Is Passing») en Who Came First, el debut oficial de Townshend en solitario de 1972; el álbum incluía también cuatro canciones grabadas con amigos como Ronnie Lane o Billy Nichols y que había hecho circular en dos ediciones de tirada limitada, Happy Birthday (70) y I Am (72), que rendían tributo a su mentor, Meher Baba, el maestro espiritual indio que afirmaba ser el descendiente de Dios en la Tierra, un concepto del hinduismo que en sánscrito se conoce como अवतार: el Avatar.

Meher Baba creía que la fusión cósmica de música y seres humanos era capaz de generar algo cercano a la iluminación espiritual, una idea canalizada por Townshend en el tramo final de Lifehouse, justo cuando las fuerzas del orden irrumpen en el concierto y matan a Bobby cuando se encuentra transfiriendo a través de la Red la señal resultante de fusionar la(s) Nota(s) del público y la energía musical de la banda que actúa sobre el escenario, The Who.
El grito de Daltrey en «Won’t Get Fooled Again» pudiera representar el dolor por el antihéroe abatido, quizá la frustración ante otra utópica revolución frustrada de manera violenta por el sistema. Al morir Bobby, la señal que ilumina / libera a los millones de británicos conectados se interrumpe, un final abrupto que provoca la desaparición instantánea de los 300 espectadores presentes: “La canción ha terminado / Me quedan solo las lágrimas / Tengo que recordarlo / Aunque me lleve un millón de años…”
Epílogo: Roger McNamee es un empresario que pasó de ser uno de los primeros inversores de Facebook a criticar abiertamente a la compañía por su impacto negativo en la sociedad y la democracia estadounidenses. En junio de 2020, justo diez años después de que su firma de capital de riesgo Elevation Partners —de la que es miembro el cantante Bono— comprara 90 millones en acciones de Facebook, McNamee invirtió en una nueva app creada para centralizar y facilitar los ajustes de privacidad en las distintas redes sociales donde tenemos perfiles, como por ejemplo la del imperialista conglomerado digital que tiene como CEO al avatar de ojos tristes. ¿El nombre de tan necesaria aplicación? Jumbo.
Texto: Roger Estrada
Publicado en el número 300 de Ruta 66
