THE BLACK ANGELS. Hay que salir de la autocompasión en la que vivimos sumidos

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“Te animamos a repensar tus ideas preconcebidas…”. Esta sentencia puede leerse impresa en el interior del libreto de Indigo Meadow, el cuarto y último trabajo de la banda de Austin. En realidad, dicha invitación es un extracto de la letra de ‘Snake in the Grass’, el hipnótico tema de 16 minutos que cerraba su segundo disco Directions To See A Ghost. Allí, y antes de abandonar al oyente a su suerte en una turbadora maraña de reverb, percusión y caos, el cantante Alex Maas proseguía la frase diciendo “… cuestiona la autoridad y crea otros medios de supervivencia”.

Y es que si por algo The Black Angels se ha convertido en la banda de rock más importante del revival psicodélico que vivimos actualmente es no solo por haber recuperado, reformulado y articulado en presente mejor que nadie el legado musical de esas bandas lisérgicas y oscuras en las que se ve reflejada (Velvet Underground, The Doors, Spaceman 3, Brian Jonestown Massacre, The Warlocks), sino por tomar como propio un discurso subversivo igual de –o quizás más– necesario hoy en día que cuando empezó a impregnar la música pop en la década de 1960.

Contacto telefónicamente con Alex Maas pocas horas antes del show que The Black Angels van a dar en Angers como cabezas de cartel de Levitation France, nuevo evento auspiciado por la organización de un Austin Psych Fest –el epicentro– del que Maas es co-director desde su fundación en 2008.

Grabásteis Indigo Meadow en el estudio Sonic Ranch, en Tornillo, Texas. ¿Cómo crees que os influyó “grabar en casa” en comparación a cuando registrasteis vuestro anterior disco, Phosphene Dream, en Los Ángeles?
El entorno influye, sin duda, y estar en Texas, sin tanta presión, hizo que todo fluyera más relajadamente. Te lo tomas todo con más calma, trabajas más, las sesiones se alargan, las ideas fluyen…

Y te encuentras con más canciones para discriminar cuáles entran en el disco final. Si las canciones son como hijas para un artista, ¿no es duro tener luego que elegir tus favoritas?
¡Me encanta tu analogía! La canción como si fuera una niña. Le dedicas tiempo, la alimentas, la escuchas, la cuidas y luego ella te habla, te dice “quiero sonar más oscura, más electrónica o más aterradora”. Y tú entonces te paras a escucharla y a ver su potencial como niña, como canción. Porque quieres verla crecer, quieres acompañarla en su proceso de descubrimiento y fascinación, apoyarla como mis padres hicieron conmigo cuando era un crío. O sea que imagínate cómo nos sentíamos cada vez que le decíamos a una de nuestras hijas-canciones “lo siento, adiós” (risas).

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El Austin Psych Fest ha vivido este 2013 la edición del cambio, con un nuevo emplazamiento y una mayor repercusión mediática y de público. ¿Qué valoración haces de ella y cómo te gustaría que fueran las próximas?
Habernos trasladado a Carson Creek Ranch, un espacio al aire libre, ayudó a que se respirara un ambiente clásico de festival de música. Miraba a mi alrededor y era emocionante pensar en el camino recorrido, en el largo salto adelante que estábamos dando, especialmente a nivel de producción. Cuando el primer día vimos la larga cola de gente esperando para entrar al rancho todos esbozamos una sonrisa de satisfacción.

¿El futuro? Me gustaría que, musicalmente, abrazaramos lo psicodélico desde distintos estilos musicales: hip-hop, electrónica, world music… Profundizar más para descubrir nuevos grupos excitantes de cualquier parte del mundo; porque, en definitiva, eso es lo más divertido de hacer este festival. A un nivel más personal, pude compartir este año crucial con mi padre, que vino al festival por primera vez. Dirige una guardería infantil en Houston y normalmente en primavera anda muy atareado y le es imposible venir; pero este año se tomó unos días libres, vino y nos echó una mano. Fue genial.

¿Cómo reaccionó al ver en directo lo que su hijo había logrado?
La cosa fue así: le dije “papá, ven a verme al curro, por favor”. Nos había visto actuando en directo, pero el festival es algo distinto, muy especial para mí. Y dijo “OK, allí estaré”. Nada más llegó y vio el tinglado que teníamos montado se emocionó y me dijo lo orgulloso que estaba de mí y lo feliz que estaba al ver en persona algo que solo intuía por lo que había leído en la prensa o por mis llamadas llenas de entusiasmo (risas). Ya sabes, uno siempre intenta impresionar a su padre.

¿Te apoyaron tus padres en tus inquietudes musicales cuando eras adolescente, comprándote discos, regalándote una guitarra por Navidad…?
Tardé tiempo en comprarme mi primera guitarra, la verdad; prefería gastarme el dinero de la paga comprando vinilos y CD. Pero lo importante es que ellos siempre nos apoyaron emocionalmente a mí y a mis hermanos, siempre nos animaron a luchar por nuestros sueños, a desarrollar cualquier inquietud que tuviéramos; fuimos adolescentes muy afortunados.

Cuando empecé a meterme en serio con la música mi padre, como hombre de negocios, me dio buenos consejos, me ayudó a entender el equilibrio necesario entre arte y negocio. Sin cuidar la viabilidad económica de una aventura artística, por mucho entusiasmo y mucha honestidad que pongas en ella, el fracaso está a la vuelta de la esquina y la decepción por no poder ganarte la vida con lo que amas acabará minando tu creatividad.

Foto: Sigried Duberos
Foto: Sigried Duberos

¿Y cuánto ayudó desarrollar estas inquietudes creativas en Austin?
Es una ciudad muy artística y que apoya mucho a los artistas locales. El único inconveniente es que hay tanta creatividad, tantas bandas de rock, que puede costar mucho llamar la atención, sobresalir en un entorno desbordante en propuestas. Por eso creo que al principio lo mejor que hicimos fue salir de Austin y empezar a girar.

Al volver a casa la gente nos miraba de otra manera, con más respeto; era como si el hecho de no haber decidido quedarnos con lo fácil, con actuar cada semana en el circuito de clubes local o del estado, lanzara el mensaje de “vamos en serio, a por todas”. Pero en realidad no empezamos a girar por ese deseo de ser reconocidos en casa, sino para que otra gente en otras ciudades escuchara nuestra música y pudiéramos ir tejiendo una base de seguidores, futuros compradores de discos y merchandising (risas).

En sus primeras ediciones, Austin Psych Fest se desarrollaba justo al acabar South By Southwest, el macrofestival de referencia en la ciudad y en todo el país. ¿Qué tiene de bueno y de no tan bueno para la ciudad un evento de sus dimensiones?
Empezaré con la parte positiva. El SXSW ha hecho un trabajo enorme por esta ciudad y, aunque lo analices con lupa, lo positivo eclipsa lo negativo. Sí, ahora es algo enorme y quizá desmesurado, pero la gente que lo montó lo hizo movida por un amor total hacia la música y hacia Austin. El festival ha traído todavía más cultura y, muy importante también, más dinero; el impacto económico ha sido muy positivo en mi opinión, creando trabajo y nuevas oportunidades de negocio a una ciudad sin duda necesitada de inyecciones de estímulo empresarial.

¿Lo malo? Lo evidente, mucho branding, saturación de marcas y progresiva pérdida de perspectiva sobre qué es lo esencial, la música. Y eso es algo que afecta a las propias discográficas, que olvidan que sin el artista, sin las bandas que están allí y tocan a destajo, no habría negocio para ellas, no tendrían razón de ser. A veces se comportan como si fuera al revés, que ellas hacen que el artista exista. Pero no, lo siento pero no es así.

¿Cómo crees que tu experiencia en SXSW como artista, espectador y vecino te ha ayudado a planificar con cautela o conocimiento de causa cada paso que ha ido dando Austin Psych Fest?
No olvidando nunca que el epicentro son los grupos y los fans. ¿Y por qué? Porque el festival es un espacio de encuentro entre personas inconformistas; músicos y espectadores. Comparten una misma inquietud por la música, por la cultura, que les lleva a buscar la información que les interesa y no tragar aquello con lo que los medios masivos, televisión y radio, bombardean a gran escala a la población.

Cualquiera que acuda al festival puede comprobarlo por sí mismo. Pero somos una minoría insignificante, la verdad. En una ciudad de un millón de habitantes, quizá desde fuera pueda parercer que la psicodelia es algo muy popular aquí, pero te aseguro que no es así para nada. Por eso me quito el sombrero y le doy las gracias a todos y cada uno de los espectadores; también a las bandas, porque no ponen barreras de ningún tipo con sus seguidores. Todo es muy natural y fluído y esperamos que siga siendo así.

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Como hiceron en su día las bandas de rock más concienciadas de la década de 1960, en las canciones de The Black Angels siempre aflora, a veces de forma críptica y a veces explícitamente, un discurso contestatario con la realidad social y política que os ha tocado vivir. ¿Cuál fue el caldo de cultivo en el que se maceraron vuestras futuras letras, quién o qué os hizo crecer como artistas y como personas con espíritu crítico?
Mis padres son hijos de la Guerra Fría, les inocularon ese miedo que te lleva a pensar que todo podría ir mal en cualquier instante. Cuando creces en un hogar donde ese miedo sobrevuela el ambiente, no de manera evidente en el día a día pero sí como neblina extraña en el horizonte, se te despierta cierta curiosidad; como niño quieres hugar en eso desconocido que a veces sacude a tus padres. Quieres saber para poder comprender. Pero ellos nunca se avergonzaron de ser como eran, más bien nos animaron a conocer la historia de nuestro país para hallar por nosotros mismos las respuestas. Y eso es lo que sigo haciendo ahora con mi banda, no solo seguir preguntándome el porqué de las cosas, sino para, aunque sea tímidamente, despertar la curiosidad de aquellos que nos escuchan.

El conformismo en el que nos ha sumergido el capitalismo me aterra y más viendo cuánto nos está costando despertar y reaccionar ante una de las épocas política, social y económicamente más devastadoras de las últimas décadas. En Estados Unidos, los sucesivos gobiernos han sido siempre muy hábiles a la hora de desviar la atención, siempre metiendo nuestra nariz imperialista en otros países para decirles a sus gobiernos cómo debían comportarse democráticamente cuando la democracia, aquí en casa, era pisoteada a diario.

Por todo ello, creo que es importante generar debate, hablar de lo que sucede, ya sea nosotros dos ahora mismo al teléfono o la banda cuando entra a grabar un nuevo disco o da un concierto en cualquier parte del mundo. No me resisto a pensar que todo está perdido, que esto es lo que hay y que Estados Unidos va a ser siempre el país que puede volver a elegir dos veces a un presidente como George Bush o donde el Tea Party siga creciendo en fanáticos.

Es un problema global, me temo. Como comentas, el espíritu crítico y la toma de conciencia serían armas valiosas para combatir la corrupción moral de los que mandan; pero aunque vosotros intentéis alimentar ese espíritu con vuestras canciones, ¿no sería mucho más fácil si el oyente ya viniera alimentado desde casa o, en primer lugar, desde la escuela?
Pero eso no interesa, claro. La educación es la última prioridad de los gobiernos. O mejor dicho, su prioridad es desproveerla de recursos para así criar seres adormecidos, personas sin conocimiento de causa que nacen, crecen, se reproducen, consumen y mueren. En Estados Unidos el sistema educativo es especialmente persverso porque se está produciendo una revisión de los libros de textos a partir de preceptos religiosos ciertamente alarmantes que pretenden instaurar falsedades en las mentes de nuestros hijos. La tan cacareada separación entre Iglesia y Estado es algo que está dejando de ser verdad aquí; no dejan de proliferar lunáticos religiosos que están bombardeando el discurso político a diario y sumiendo al país en la confusión.

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Foto: Briana Purser

¿Y cómo te sientes al recorrerlo y apreciar realidades tan distintas según el estado o la ciudad en qué actuéis?
Afortunado. En serio. Está bien conocer otras maneras de pensar, otras culturas, porque también me ayudan a decidir en qué quiero creer, quién quiero ser. No por pura negación de éstas, eso sería demasiado fácil, sino por contraste y reflexión. Por ejemplo, toma como referente una ciudad como Houston, una de las más conservadoras del estado de Texas. Si alguien con capacidad crítica crece allí, donde todo gira alrededor del dinero, creo que debería estar agradecido de que en la otra punta del país exista una ciudad como San Francisco, más abierta, progresista, comprometida ecológica y socialmente. Porque puede que algun día tenga la posibilidad de visitarla y conocer personas con sus mismas inquietudes.

O quizá no, quizá no pueda viajar hacia allí, pero quizá algún día vaya a tocar a Houston una banda de San Francisco y conozca en persona a los chavales que la forman y a partir de allí surja algo que le haga sentir más conectado con su forma de pensar. Por suerte, hoy en día y gracias a Internet las fronteras se están desdibujando y cualquiera puede acceder a la información que le interesa sin importar dónde esté. San Francisco está a un solo click de distancia.

Y toda la música también. ¿Cómo valoras el papel de Internet en el negocio de la música o, si prefieres, en el desarrollo cultural de eso que conocemos como música?
Creo que su papel es escencialmente positivo. Tendrá su parte negativa, pero como te comentaba antes al hablar de SXSW, lo bueno eclipsa lo malo. Tener más acceso a la información y a la cultura es positivo. Siempre. Y sí, ahora puedes grabar y dar a conocer tu música sin tener que pasar por una discográfica. De hecho, puedes grabar un disco en casa y lanzarlo al mundo sin tener que salir de tu puñetera habitación si quieres (risas).

Internet ha significado la mayor revolución cultural y social de nuestra generación. Será interesante ver qué hacemos con toda esa información a la que ahora tenemos libre e ilimitado acceso, porque como en todo gran cambio hay un proceso de aprendizaje y es evidente que no siempre estamos usado esta nueva herramienta de la manera más adecuda. Pero creo que, volviendo a lo de la educación, Internet puede ser nuestro arma con el que combatir el poder; diseminar cultura y conocimiento por todo el mundo, en las escuelas más desfavorecidas de Estados Unidos o en un pueblo de África, donde con un ordenador y una pantalla podemos aportar algo de luz o tímidamente abrir una ventana de esperanza. Sin duda el drama africano no se resuelve con un ordenador, pero sí que puede alimentar la curiosidad, despertar el espíritu crítico y que, aunque sea lentamente, la gente se rebele contra tantas décadas de opresión y abandono.

No sé, quizá suene algo naïf (risas). Pero el futuro es muy interesante; saber cómo nos relacionaremos con la tecnología, algo que ya no veremos como un componente meramente funcional en nuestras vidas sino como un acicate para nuestra evolución como especie.

Foto: Marco Costa
Foto: Marco Costa

Veo que es un tema que te apasiona.
¡Claro, es el futuro! Y soy positivo al respecto porque quiero serlo, porque creo que hay que serlo. Es como con la crisis económica que estamos viviendo. Si todo lo ves negativo, si el mensaje que te dicen y que luego repites es “esto es un desastre, cada vez estaremos peor”, pues sí, cada vez estaremos peor. Hay que salir de la autocompasión en la que vivimos sumidos. Yo lucho contra ello.

Última pregunta, inevitable. The Black Angels sois un referente para muchas de las bandas de la nueva hornada psicodélica; ¿qué opinión te merece este momento dulce que está viviendo actualmente la psicodelia?
Me parece genial. Genial para las bandas y para la gente. Si la música psicodélica acaba convirtiéndose en algo popular será algo maravilloso para el mundo (risas). ¡En serio! Es a lo que aspiro. Llevamos seis años de Austin Psych Fest y hemos visto la evolución, lenta pero constante; y es algo hermoso de ver y de lo que formar parte. Como te decía al principio, cada año nos reunimos un buen puñado de personas que pensamos por nosotras mismas, inquietas y con hambre de información, conocimiento y verdad. Y creo que cuanta más gente así seamos, en el festival o donde sea, mejor será el mundo.

theblackangels.com

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (Noviembre 2013)

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