
Cuando leas esto, puede que Warren Zevon haya muerto. En agosto del año pasado se le diagnosticó un cáncer de pulmón inoperable. Los médicos le dieron tres meses de vida, pero mientras este texto se escribe (abril de 2003), Zevon escupe con rabia “Excitable boy” desde los surcos del festivo directo del 82 “Stand in the fire” y la angustia por el inevitable desenlace se hace más llevadera. Las últimas noticias nos lo situaban trabajando a toda prisa en su disco de despedida, “My Dirty Life and Times”. Viejos amigos y colaboradores se han pasado por el estudio para apoyarle en la grabación: Bruce Springsteen, Bob Dylan, Jackson Browne, Don Henley, Ry Cooder, Dwight Yoakam, Tom Petty, Mike Campbell, Emmylou Harris, Joe Walsh, David Lindley, Timothy B. Schmit, Jim Keltner, John Waite, Billy Bob Thornton y uno de sus dos hijos, Jordan.
Puede que la siguiente propuesta te suene asépticamente morbosa, pero a buen seguro que Zevon, un tipo para quien la muerte ha sido compañera de viaje y sustento creativo durante años, esbozaría una sonrisa cómplice. Conéctate a Internet y entra en la página deadoraliveinfo.com. Teclea Warren Zevon en el campo de búsqueda y sabrás la respuesta. Jodidamente sencillo. Si está vivo, te aparecerá un smiley; si ha palmado, una calavera. Pero no esperes la calavera que fuma en pipa en la portada del recopilatorio “Genius: The Best of Warren Zevon”, ni tampoco la que apura un pitillo y se oculta tras unas gafas zevonianas en el interior de su disco del 95, “Mutineer”. Hoy hago la prueba: la sonrisa amarilla me anuncia que sigue vivo y, por si acaso, me recuerda que Warren Zevon es “conocido por su canción ‘Werewolves of London’, además de otras.” Jodidamente sencillo e injusto.
DISFRUTA DE CADA SANDWICH
Miércoles, 30 de octubre de 2002. Por primera vez en la historia del programa, el Late Show de David Letterman dedica sus sesenta minutos a un solo invitado: Warren Zevon. El célebre presentador adora su música, envidia su incorruptible carácter, le admira y le quiere. Desde que irrumpiera en la parrilla televisiva yanqui, en 1982 y sustituyendo al mítico show de Johnny Carson de la NBC, siempre se ha acordado de su ídolo y amigo para dejarle libre el escenario cada vez que lanzaba al mercado un nuevo disco. Además, desde mediados de los 90, cuando el carismático pianista de la banda del show, Paul Schaffer, se ausenta por las festividades judías de Rosh Hashanah y Yom Kippur, Zevon acude a la llamada de Letterman para sustituirle. Estaba cantado que algún día la ahora estrella de la CBS acabaría colándose en uno de sus discos, y es divertido oír como grita “hit somebody!” en los coros del tema “The Hockey song”, incluido en el álbum que lanzó el pasado año, “My Ride’s Here”.
Pero esa noche es especial. Las emociones están a flor de piel, pero Letterman evita caer en ese sentimentalismo gratuito al que seguramente se agarraría un entertainer al uso, alguien que no supiese como se las gasta Zevon, el genio de la agudeza y la negra ironía. Un ejemplo: “Puede que haya sido un error táctico no visitar un médico en veinte años. Ya sabes, una de esas fobias que no compensan”. Otro: “Warren, ¿tienes otra visión de la vida y la muerte desde que sabes que estás enfermo?” Se encoge de hombres y responde: “No creo… excepto que ahora sé cuanto debemos disfrutar de cada sándwich”. Demoledor, el público se queda mudo. Y Letterman hace lo más difícil, lo único posible en eso momento, acabar la entrevista con un “Gracias por estar aquí y gracias por todo”. En la web de la CBS podéis verla íntegra, así como los tres temas que Zevon interpretó dándolo todo, disimulando el agotamiento físico, sacando al chico excitable que todavía hay en él y agradeciéndole a la banda del programa esos años compartidos. Tres canciones para despedirse del mundo: “Mutineer”, “Genius” y una de las más representativas, “Roland the Headless Thompson Gunner”. Al finalizar ésta, Letterman se le acerca, le pone el brazo en el hombre afectuosamente y le despide como sólo él sabría hacerlo: “Warren, disfruta de cada sandwich”.
Warren William Zevon nació el 24 de enero de 1947 en Chicago, Illinois. Único hijo de William, un judío ruso emigrado a Estados Unidos, y Beverly, una mormona de ascendencia escocesa, vivió una infancia nómada por la costa oeste, con paradas en Arizona, Fresno, Valle de San Fernando y San Pedro. En el instituto, asiste a shows de los Byrds para copiarle la técnica a Roger McGuinn, se da cuenta que “Revolver” esconde las verdaderas claves de lo que debe ser el pop y sueña con tener el curro de Bob Dylan. Con todo, no le hace ascos a la música clásica, asiste durante tres años a lecciones de piano y, gracias al profesor de música del instituto, conoce al mismísimo Igor Stravinsky, vecino de los Zevon cuando se trasladan a Los Ángeles. “Él era mi Elvis. Una vez, en compañía de su colaborador Robert Craft, Stravinsky trajo la última grabación de Stockhausen que le habían enviado desde Alemania, con las cuatro partituras que se precisaban para poder seguirla. Craft tomó dos, Stravinsky una y yo otra. Fue fantástico, la mejor experiencia formativa de mi vida.” Pero la atracción dylaniana es demasiado fuerte y le empuja a subirse al escenario del mítico club de folk Ash Grove, donde fueron descubiertos Ry Cooder y Taj Mahal, al frente de la banda permanente del local, The Rising Sons. Es entonces cuando entra en escena su mentor, el ingeniero y productor Bones Howe, que a mediados de los 60 andaba trabajando en discos de Elvis Presley, Mamas and The Papas, The 5th Dimension, The Monkees y The Association, entre otros.

En 1966, Zevon y una antigua compañera de instituto, Violet Santangelo, forman el dúo Lyme and Cybelle y graban tres singles, producidos por Howe, que ahora pueden escucharse gracias a la reedición, “The First Sessions”, que acaba de editar el sello Varèse Sarabande con todo este material descatalogado. Destacan su único seudo-hit, “Follow me”, y sendas versiones de sus dos obsesiones, Dylan (“If You Gotta Go, Go Now”) y Beatles (“I’ve Just Seen a Face”). Lynne & Cybelle estaban en el mismo sello, White Whale, que el excelente grupo folk-pop The Turtles; Zevon sintonizó con ellos y Howe le propuso cederles dos temas escritos por él, “Outside Chance” y “Like the Seasons”, para que los grabaran en sus siguientes discos para Sundazed, “You Baby” (66) y “Happy Together” (67), respectivamente.
Durante esa época frenética cuela su Rickenbacker mercenaria en sesiones para Glen Campbell, Hal Blaine, Joe Osborne y Larry Knetchel, escribe jingles radiofónicos, cuela una canción en la BSO de “Cowboy de medianoche” (su “She Quit me” reconvertido en “He Quit Me” para ser cantado por Leslie Miller) y, con la ayuda de David Marks (guitarrista en el debut de Beach Boys, “Surfin’ Safari”), consigue una audición para los Everly Brothers. Toca “Hasten Down The Wind” y se hace con el trabajo de director musical. Phil y Don le meten de pianista en su programa televisivo, “Johnny Cash Presents The Everly Brothers Show” (70) y luego le piden que “llame a la gente” para colaborar en su último disco antes de acabar partiendo peras, “Stories We Could Tell” (73). Acude todo aquel que es alguien en la escena de Los Ángeles: Kris Kristofferson, Ry Cooder, Graham Nash, David Crosby, Clarence White, Spooner Oldham, John Sebastian… Y le da su primera oportunidad al guitarrista Waddy Wachtel, que luego le acompañará durante su carrera en solitario.

SE BUSCA, VIVO O MUERTO
Retrocedamos a 1969, porque aunque siempre se mencione de pasada, con cierto desdén, lo cierto es que Zevon grabó ese año su primer disco, “Wanted Dead Or Ailve”. Aunque es cierto que es un trabajo a medio gas, algo disculpable en un debutante, para nada merece el desprecio que ha propiciado su descatalogación durante décadas. “Esencialmente, se trata de un chaval tratando de hacer un disco de rock que suene como John Hammond”, confesó su autor, que, dicho sea de paso, nunca ha renegado de un álbum que, curiosamente, es el único de su discografía donde en la foto de portada no aparece con sus características gafas. A más de uno le sorprenderá saber que el productor que inició las sesiones de grabación de “Wanted Dead Or Alive” fue Kim Fowley en persona, para el que había trabajado en su disco “Good Clean Fun” (66). La cosa no cuajó y Zevon acabó tomando las riendas.
Primeros apuntes del Raymond Chandler del folk-rock: en el tema que da título al disco, un fugitivo se desespera al darse cuenta que no puede esconderse porque “todos dicen que tengo cara de forajido”; en “A Bullet For Ramona” un hombre trata de olvidarse de una relación fallida, pero al descubrir a su ex con un perdedor, “supe en ese instante que Ramona debía morir”; y en la antes citada “She Quit Me”, Zevon se pregunta “¿dónde halló el valor para decirme adiós”. Jackson Browne supo ver las virtudes sepultadas por una producción nefasta y apuntó que Zevon era “el mejor embajador del ‘song noir’”, un estilo narrativo cargado de tensión, violencia y desamor que se convertiría en su marca de fábrica. Pero ni la industria, ni la crítica, ni, evidentemente, los compradores apreciaron esos tímidos destellos de genio y Zevon tuvo que dedicarse a malvender su talento en los trabajos arriba mencionados. Se hunde y entra en una depresión terrible. Se rumorean dos intentos de suicidio: del primero le salva su vecino, el escritor Ross McDonald, que irrumpe en su apartamento cuando Warren está a punto de apretar el gatillo; del segundo, a base de pastillas, su joven amigo Browne, que acaba de editar su homónimo y aclamado debut.
En 1974, éste se vuelca en Zevon y le “obliga” a superar la crisis para volver a escribir. Mientras Warren expía sus demonios sobre el papel, Jackson llama a Don Everly, David Lindley, Waddy Wachtel y Lindsey Buckingham (Fleetwood Mac) para que participen en la grabación de una demo para luego llevarla a las discográficas y así conseguirle un contrato a Warren. En el verano del 75, nuestro protagonista se traslada a Sitges (como lo oyes) para, en compañía de su esposa, desconectar del bullicio angelino, ver mundo y refrescar sus ideas. Se gana un dinero actuando en The Dubliner, un pub irlandés propiedad de David Lindell, personaje de dudosa reputación con el que acabará escribiendo a medias “Roland the Headless Thompson Gunner”, tema que luego aparecerá en “Excitable”.
Tras una fulgurante estancia en Londres para colaborar en el “Mystic Line” de Phil Everly, regresa a Los Ángeles, donde Browne le espera para trabajar, bajo el amparo del sello Asylum, en su segundo disco, “Warren Zevon”. De Sitges se trae un trío impecable de composiciones: “Poor, Poor, Pitiful Me”, “The French Inhaler” y “Carmelita”. El traspiés de su debut es cosa del pasado: la hora de la verdad ha llegado y la plana mayor del soft-rock californiano está allí para ayudarle: Lindey Buckingham y Stevie Nicks, Glenn Frey y Don Henley (The Eagles), sus inseparables Waddy Wachtel, David Lindley y Jorge Calderón, el saxofonista Bobby Keys, Bonnie Raitt y hasta Carl Wilson, autor de los arreglos de “Desperados Under the Eaves”, el tema que cierra el disco.

“Warren Zevon” (76) es uno de los mejores discos de rock de los 70, un clásico recibido con los brazos abiertos por la crítica pero prácticamente ignorado por el público. Se tiende a criticar la producción, en exceso pulida, de Browne; pero ese “defecto” involuntario fue, en realidad, fundamental para conferirle al disco su condición de disco crucial. Por su sonido, se ajusta al patrón de pop-rock más o menos meloso que causaba estragos en la época gracias a Eagles, Linda Ronstadt o Fleetwood Mac; pero líricamente esconde veneno insospechado, humor negrísimo, mala baba, puñetazos directos al estómago y mucha experencia acumulada. Ordenando sus vivencias, el narrador vertebra en once canciones la historia de un joven en busca de un nuevo hogar. Un joven llamado Warren Zevon cuya madre se crió en el Sur, probablemente en Missouri (“Frank and Jesse James”). Se casa con un jugador desoyendo a sus padres (“Mama Couldn’t Be Persuaded”) y se instala con su hijo Warren en California. El chaval, criado en la calle, trata de hallar algo de securidad en su primera relación seria (“Backs Turned Looking Down the Path”), pero descubre que ha elegido a una chica que no quiere saber nada de ataduras (“Hasten Down the Wind”). Tiene distintos escarceos amorosos, pero los encuentra dolorosos y harto degradantes. Aunque se ríe de su propia desgracia (“Poor Poor Pitiful Me”), eso sólo le sirve para sentirse peor (“The French Inhaler”).
Tratando de hallar nuevos vínculos afectivos, se traslada a una pequeña ciudad de la frontera mexicana, pero el desolador panorama le mantiene aislado y sólo encuentra consuelo en las canciones que suenan por la radio (“Mohammed’s Radio”). Hundido, rememora sus peores vicios y se engancha a la heroína (“I’ll Sleep When I’m Dead”). Un nuevo amor (“Carmelita”) parece reactivarle. Regresan juntos a Los Ángeles, pero su addicción es más fuerte que lo que siente por ella (“Join Me in L.A.”). Cuando ella le abandona, saca fuerzas de flaqueza para desengancharse, pero la triste realidad es que está solo en un motel barato, contemplando el océano y preguntándose qué futuro puede construirse (“Desperados Under the Eaves”). Un narrador único se presenta en sociedad, con un puñado de canciones inmaculadas, respaldado por un plantel de artistas por el que muchos matarían y arrastrando todo un mundo con las teclas de un piano arrebatador y apasionado.
AULLIDOS AFILADOS
Linda Ronstadt decide echarle un cable a su buen amigo Zevon y recupera tres canciones suyas para grabarlas en dos de sus discos, “Hasten Down the Wind” (76, con el tema que titula el álbum) y “Simple Dreams” (77, con “Poor Poor Pitiful Me” y “Carmelita”). Los fans que la habían convertido en una estrella gracias al éxito de “Heart Like a Wheel” (74) y “Prisoner in Disguise” (75), descubren al por aquel entonces desconocido Zevon. Los derechos de autor le ayudan a dejar atrás las dificultades económicas y a concentrarse en la elaboración de su segundo disco para Asylum, de nuevo producido por Browne, aquí ayudado por Waddy Wachtel.
“En esa época vivía con Phil Everly. Yo estaba metido en algún tipo de lío, y él nos acogió a mi y mi mujer en su casa. En su casa de invitados, claro. Y una noche me dijo: ‘Estoy trabajando en un nuevo disco en solitario. ¿Por qué no tratas de escribir una canción con los chicos? Algo bailable. Como… Werewolves in London.’ Lo dijo con esas palabras. Y yo dije, ‘Okaaaay’. Fui a visitar a Roy Marinell y se lo comenté. Empezó a improvisar algo pegadizo con el pian, entonces entró Waddy y nos preguntó ‘¿qué estáis haciendo?’. Y le dije: ‘Werewolves of London’; a lo que él, sin pensárselo dos veces, replicó ‘Quieres decir Aah-Ooh! Werewolves of London?’ Y Roy y yo gritamos: “¡Exacto!”. Nos sentamos los tres a escribirla y la dejamos acabada en 20 minutos.” Así nació el tema por el que la mayoría de la gente le conoce, el único hit importante que jamás tuvo (#21 de la lista Billboard, en abril del 78) y en gran medida responsable de que “Excitable Boy”, su tercer disco, se convirtiera en el de mayor éxito de toda su carrera (#8 y disco de oro en ese mismo año, legando a platino en el 99). Su “L.A. gang” personal vuelve a apoyarle en el estudio, con Mick Fleetwood y John McVie al frente de la sección rítmica de esa crónica humorística sobre los avatares de un hombre lobo.
En su crítica para Rolling Stone, Paul Nelson alaba el disco con entusiasmo: “Es el mejor disco americano de rock & roll desde ‘Born To Run’ (1975) de Bruce Springsteen, ‘Zuma’ (1976) de Neil Young y The Pretender (1976) de Jackson Browne. Zevon es como Sam Peckinpah tratando de salir adelante con sus obsesiones en ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’. Como en ‘Wanted Dead or Alive’ y ‘Warren Zevon’, ‘Excitable Boy’ descubre su pasión por las figuras históricas más grandes que la vida, las fuerzas de la naturaleza y los códigos de conducta normalmente asociados con el coraje y el honor.” Aunque pueda situarse un peldaño por debajo de su predecesor (“Night Time in the Switching Yard” y la irregular “Tenderness On the Block”, co-escrita con Browne, rompen con la perfecta cohesión general), estamos ante otro gran disco, un trabajo que le confirma como un cronista aventajado de la cara menos amable de la condición humana. Y lo hace con valentía, riéndose de la desagradable verdad sin pestañear.
En la poppie canción que titula el disco, espoleado por los “woo-aah-woo” que le lanzan Ronstadt y Jeniffer Warnes, él canta “Acompañó a Suzie al baile de graduación / Todos dicen que era un chico nervioso / Y la violó y la mató y luego la llevó a casa….”. ¡Brutal! La guitarra de Waddy nos perfora el alma en un “Johnny Strikes Up The Band” digno del mejor Springsteen; en su canción “catalana”, “Roland the Headless Thompson Gunner”, planea su asalto al Congo armado con una Thompson durante un día lluvioso en Dinamarca; en la preciosa balada “Accidentally Like a Martyr” se muestra hundido ante el vacío del amor que se ha ido (“El dolor se hace insoportable y el corazón se endurece”); su amigo Calderón le ayuda a escribirle una oda, tirste y desesperada, a una ciudad fronteriza, “Veracruz”, que se desvanece; y cierra el disco, de forma vacilona y exultante, enfundándose en el pellejo de un anti-héroe que no deja de meterse en líos currando como agente secreto para la Unión Soviética. En una entrevista para la revista Goldminre, Warren valoraba así el éxito de “Excitable Boy”: “Aunque el disco se colocó entre el Top 10, el presidente de la discográfica me llamó a su despacho y me dijo ‘Bien, has vendido 700.000 copias. Hubo un tiempo en que lo hubieramos celebrado. Pero, claro, lso Eagles han vendido 14 millones en todo el mundo’. Era como ‘Has perdido’”.

OTRO TRAGO PARA SOPORTAR EL DOLOR
Eso lo dicen los empresarios. La gente y la prensa le adoran, pero Warren no puede soportar el peso de la fama. La gira de presentación es un desastre absoluto, emula a su adorado F. Scott Fitzgerald ahorando sus desilusiones en litros de vodka y su matrimonio está herido de muerte. En un último intento por salvar su relación con Crystal, ingresa voluntariamente en una clínica de desintoxicación. Pero al cabo de unos meses, se separan de forma amistosa. A pesar de estar roto por dentro, lucha por mantenerse sobrio para enfrentarse a su siguiente trabajo, “Bad Luck Streak In Dancing School” (80), el favorito de quien esto escribe. Una obra arriesgada, hecha con las tripas, el corazón y un revólver cargado por si decide acabar con tanto sufrimiento acumulado. Es su disco de divorcio, su “Blood On The Tracks”, una terapia necesaria para alejarse de la botella.
En una entrevista concedida en 1981 a la revista Rolling Stone, Zevon (que aparece en la foto de portada) confiesa: “Una noche me desmoroné mientras observaba una foto que me habían hecho hacía algunos años junto a Jackson Browne y John Belushi. Mi aspecto era horrible, parecía un borracho obsceno; mientras que ellos tenían una imagen saludable. Me puse a llorar, porque pensaba ‘Mira a estos chicos tan creativos. ¿Por qué, Señor, por qué caí tan bajo? Después, al morir John, me di cuenta de lo cerca que había estado de acabar como él. Es muy duro llegar a esa conclusión, pero me di cuenta que, a pesar de todo, seguía vivo. Es algo reconfortante y la vez desolador. Mi obsesión y mis experiencias con la muerte tienen mucho que ver con el hecho de que mis canciones estén tan cargadas de violencia, con mi interés por las historias de detectives y espías. Escribir acerca de un acto de violencia, como en ‘Excitable Boy’, me sirve para mirarle de frente a la muerte sin ningún miedo, sin sentirme desamparado.”
Quizá uno de sus discos más infravalorados, “Bad Luck Streak In Dancing School” está producido a medias entre Zevon y Greg Ladanyi, estrecho colaborador de Browne e ingeniero y responsable de las mezclas de “Excitable Boy”. Su presencia, y el ligero distanciamiento de Browne, le sirven a Warren para ajustar la producción a los niveles que el disco precisa en cuanto a robustez sonora se refiere. Este disco rockea como ninguno de sus anteriores, y hasta en los momentos más tristes e introspectivos, se evita caer en los tics de soft-rock que anteriormente le habían restado pegada emocional a alguna de sus baladas. “Empty Handed Heart” es el ejemplo perfecto: unos arreglos de cuerda que se elevan con brío durante el estribillo, Waddy nuevamente golpeando su guitarra en el momento preciso, y Ronstadt erizándonos la piel como la mujer añorada por el hombre solitario. “Play It All Night Long” es su peculiar tributo a sus apreciados Lynyrd Skynyrd (“Sweet Home Alabama / pincha la canción de esa banda muerta”) y, de paso, un intento por demoler los tópicos con que se suele retratar a los rednecks sureños.
“Jeannie Needs a Shooter”, escrita a medias con Springsteen, es una escalofriante canción en la línea de “The River” (curiosamente también se abre con la frase “I was born down by the river”); en “Ben Lee” y “Bed of coals” (escita con T-Bone Burnett) se adentra en su dolor y trata de encontrar un nuevo camino, sin olvidarse de los que, para bien o para mal, ya ha dejado atrás; y la vibrante “A Certain Girl”, escrita por Allen Touissant para los Yardbirds, tuvo un moderado éxito (#45 en las listas). Espoleado por las buenas críticas, con la botella aparcada y la moral alta, se lanza a la carretera para recorrer EEUU con “The Dog Ate the Part We Didn’t Like Tour”. Sólo él podía ponerle ese nombre a una gira. El directo “Stand In The Fire” (81) captura de forma explosiva su pletórico momento de forma (da gusto verle rockear en las fotos del interior del disco), reproduciendo su mítica actuación en el Roxy angelino. Caen sus clásicos más dos temas inéditos (el que titula el disco y “The Sin”) y una versión de su bluesman favorito, “Bo Diddley’s A Gunslinger”.
En “The Envoy” (82) es capaz de admitir, con reconfortante sentido del humor y emotiva honradez, que durante demasiados años ha sido un auténtico capullo, otra estrella fundiéndose en el cielo de Los Ángeles. Con la mente clara, el mundo se distingue mejor, y la realidad no es tan puta. Aparca la bilis, pero su afilado sacasmo sigue pinchando. Todo un año encerrado trabajando en este complejo y ambicioso álbum, sin duda el más variado de su carrera, el que presenta una paleta de sentimientos y estilos más amplia. Una ardua tarea que le lleva a desestimar enfoques, a luchar con su creatividad, con sus vicios de compositor, para dar con la canción que el disco realemente necesita.

Si antes las emociones que le ardían en el interior se vaciaban sobre el papel con punzante inmediatez, ahora se dejan enfriar para que corazón y cerebro, libres de vodka y dolor, decidan como deben ser expresadas. “Ahora, cuando estoy enfrascado a conciencia en una canción, me doy cuenta de qué es el verdadero trabajo. Es un proceso más frustrante, pero también más excitante. Noto unas vibraciones, primero vagas, luego intensas, de temas sobre los que podría escribir, pero sé que para verbalizarlas como precisan debo trabajar duro. Es algo que no había experimentado jamás en los viejos tiempos. Y he llegado a la conclusión que esta metodología basada en la tenacidad refuerza la idea en torno a la que gira el disco. Porque si hay una idea que impregna “The Envoy” es la de cómo solucionar tus problemas, cómo ordenar las opciones que te da la vida para encararlas con algo más de control”.
Obra de madurez, “The Envoy”, conmueve por su franqueza al afrontar las inquietudes zevonianas básicas (fortaleza del alma, necesidad de amor, esperanza en el futuro, aceptación de los errores cometidos…), dando como resultado algunas de sus composiciones más ajustadas, más redondas, como el desolador relato de “Charlie’s Medicine”, donde habla abiertmente de su adicción a las drogas; la satírica reverencia a su ídolo Elvis que es “Jesus Mentioned”; o aquella que sintetiza a la perfección el estado de ánimo que recorre el disco, “Ain’t That Pretty At All”, que arranca así: “He visto todo lo que hay que ver / He oído todo lo que tienen que decir / He hecho todo lo que quería hacer / Eso lo he hecho también / Y no es para nada tan bonito / Para nada tan bonito / Así que me voy a estampar contra la pared / Porque prefiero sentirme mal que no sentir nada en absoluto…”
Los ejecutivos despiadados de Asylum ni se molestan en escuchar a un hombre que se está desnudando ante el mundo: lo echan a la puta calle, a la puta realidad con la que Zevon se había reconciliado. Es algo devastador para él. Al poco de enterarse de la notícia, reanima el cadáver de Charlie para que le pase más de esas medicinas que antaño le calmaban el dolor. Y vuelve a imitar a Scott Fitzgerald. Necesita el vodka para levantarse de la cama, para funcionar, y toca fondo cuando se encierra durante semanas en su apartamento vaciando botellas de su medicina sin control alguno.

Por esa época, comparte su vida con Anita Gevinson, una locutora de radio de Filadelfia. Se quieren y disfrutan el día y la noche al máximo, pero las adicciones de Zevon convierten su relación en una discusión contínua. Y en eso aparecen los chicos de R.E.M. en escena para echarle un cable. Acaban de editar su portentoso “Reckoning” (84) e invitan a su admirado singer-songrwriter a viajar a Athens para tocar algo juntos. Anita le anima a salir de su ostracismo voluntario, pero Warren tiene mucho miedo. Finalmente acude a la llamada de Peter Buck, Mike Mills, Bill Berry y Bryan Cook (miembro de la banda local Oh-OK), se lo pasa en grande con ellos en el estudio (“Me van a matar. Son como adolescentes. Están despiertos toda la noche”, le comenta a Anita en una divertida llamada telefónica), graban varios temas de una sentada y regresa con Anita. Las borracheras no cesan, pero una noche Warren vuelve a tomar la decisión más dificil, ingresar en un centro de rehabilitación. A pesar de ello, Anita ha perdido las ganas de luchar por la relación y rompe con él a finales del 84. A los pocos meses, el primer single surgido de las sesiones de Athens, “Gonna Have A Good Time b/w Narrator”, aparece en IRS en el 85. Buck, Mills y Berry acuden ahora a la llamada de auxilio de Warren.
SOLO, CON TODO EL MUNDO
Está limpio, pero nota que se le viene el mundo encima. Necesita trabajar, recuperar la fuerza comunicativa y reencontrarse con viejos y nuevos amigos. Y ahí están: Bob Dylan aparece con su armónica en “The Factory”, George Clinton aporta groove funkadelico a un “Leave My Monkey Alone” que no acaba de cuajar con su estilo, Don Henley canta coros en una “Reconsider Me” que sí corta la respiración y Neil Young hace crugir su guitarra en el tema que da título al álbum, “Sentimental Hygiene”. Pero en el guest-list también figuran Jennifer Warnes, Mike Campbell, Brian Setzer, Flea, R.E.M. al completo (Stipe sólo hace coros en un corte) y sus inseparables Calderón, Wachtel y Lindley. Produce Niko Bolas y Zevon rompe cinco años de silencio (el disco sale en el 87), con un lavado interior digno de elogio, centrifugando su propia mierda a oidos de sus fans de toda la vida. Porque el público MTV pasó olímpicamente del álbum. En la era del hedonismo sleaze de Guns’N’Roses y Mötley Crüe, no mola sintonizar en el dial a un tipo que cuenta su paso por una clínica de desintoxicación: “Es difícil ser alguien / Y es duro no desmoronarse / Aquí arriba en Rehab Mountain / Debemos aprender estas cosas con el corazón” (“Detox Manson”). Y “Reconsider Me” y “Trouble Waiting To Happen” ahondan en el autoanálisis y la necesidad de expiar los fantasmas del pasado.
Pero siempre aparece el humor, amargo e implacable.En “Even Dogs Can Shake Hands” lanza agudas puyas contra el show bussiness: “Repetirás esta escena hasta que barran tus huesos / No, no dejan mucho para los fans / Todos intentan ser amigos míos / Incluso un perro puede dar la mano”. Reírse de uno mismo es la mejor terapia para evitar regresar a las nubes, allí desde donde la caída es más dura. Porque este es un negocio que te devora si te lo crees demasiado: “Si hay algo que tengo claro es que Perry Farrell y Perry Como son lo mismo: todos estamos en el negocio. No importa que un tipo se rompa un vidrio contra el pecho o cante con gomina y esmóquin. No seamos hipócritas. El humor nos salva. Si conseguimos decir algo serio, importante o conmovedor, todo bien. Pero en cuanto se vuelve estúpido, mejor que tengas algo de humor disponible. No hay nada que deteste más que la hipocresía y la pomposidad. Y el rock y el pop están llenos de eso: la ropa de cuero, las revolcadas en el escenario, los televisores arrojados desde las ventanas de los hoteles…”
A principios del 87, Zevon reparte su tiempo contando los billetes que se ha embolsado al permitir que Tom Cruise chuleara de su habilidad al billar cantando su hit de hace diez años, “Werewolves in London”, en la peli de Scorsese “El color del dinero”; y perdiéndose en las páginas de la novela “Neuromancer” del gurú de la cultura cyberpunk William Gibson. Descubrí “Transverse City” (89) mientras escribía estas líneas, gracias a un amigo que se lo pilló en Singapur (un mercado envidiable, sin duda), y debo admitir que su escucha me dejó un pelín frío. Al contrario que “Sentimental Hygiene”, este pastiche sonoro condensa algua de las señas de identidad más pesadillescas de las producciones ochenteras. No es un disco malo (con Zevon eso es imposible), pero tampoco un disco excelente (eso siempre es posible en él), y la decepción no se aligera al saber que Jerry García (“Transverse City” y “They Moved The Moon”), David Gilmour (“Run Straight Down”), Neil Young (“Gridlock”), Chick Corea (“The Long Arm Of the Law”) y tres Heartbreakers de Tom Petty (Epstein, Campbell y Tench) colaboran en un trabajo a medio gas.
Su crítica valoración del modo de vida yanqui carece del punch de su mejor época por culpa de una sobredosis de sintetizadores mal digeridos (“They Moved The Moon”) y una producción que amortigua el embite de temas nada desdeñables (“Turbulence”, “Gridlock”). El mejor corte, sin duda, “Splendid Isolation”, en la que su cinismo más efusivo da forma a una de sus canciones pop más redondas y divertidas: “Michael Jackson en Disneyland / No tiene que compartirlo con nadie / Cierra las compuertas. Goofy coge mi mano / Y condúceme a través de Mi Mundo”. David Geffen pone fin a su País de Nuncajamás y, tras dos fracasos comerciales seguidos, decide rescindirle el contrato.

En 1990, Giant Records, el sello que le da una nueva oportunidad, decide editar el disco de Hindu Love Gods, en el que se recopilan algunos de los temas, todo versiones, que Zevon grabó con el esqueleto instrumental de R.E.M. durante las sesiones de “Sentimental Hygiene”. Aunque Zevon se desentiende del lanzamiento (“eso fue cosa de mi mánager, yo no quería tener nada que ver”) y la banda de Athens acusa a su ¿amigo? de querer aprovecharse de su éxito, lo cierto es que vale la pena dedicarle una escucha a sus relecturas de “Vigilante Man” (Woody Guthrie), “Wang Dang Doodle” (Willie Dixon), “Battleship Chains” (el tema escrito por Terry Anderson con el que Georgia Satellites tuvieron un gran éxito) o una sorprendente y muy lograda “Raspberry Beret” (Prince). Ese mismo año, Zevon logra colar una canción en uno de los episodios de la serie de la HBO “Tales From The Crypt”, iniciando un periodo en el que cine y televisión reclaman su talento (cede temas para pelis de Alan Rudolph y series como “Route 66” o “Action”, e incluso hace cameos como “estrella” invitada en capítulos de “Sigue soñando”, El show de Larry Sanders” o “De repente, Susan”).
En el 91, vuelve a sus raíces más rockeras con “Mr. Bad Example”, otro disco que nadie parece querer escuchar, otro excelente disco que recupera el equilibrio entre las dos caras de la moneda zevoniana: el chico malo que se preocupa por la tardanza de su chica, pero prefiere quedarse en casa “sorbiendo un bol de crack” (“Angel Dressed In Black” y el tipo vulnerable cuya búsqueda del amor “no se puede detener con una pistola” (“Searching For A Heart”, tema que le vuelve a meter en las listas y que recrea con el respaldo de la orquesta de James Newton-Howard para la BSO de la peli “Grand Canyon” de Lawrence Kasdan).
Regresa a la carretera: “¡Me encanta salir de gira! Para expresarlo de otro modo, siempre olvido que odio salir de gira hasta que subo al autocar”, sentencia con ese humor tan suyo. Europa del Este, EEUU y Australia durante dos años. Gira acústica, por cierto, palpable en el directo “Learning to Flinch” (93), grabado en distintas actuaciones y con todos los clásicos que uno quiere oir. “Indifference of Heaven” y “The Piano Fighter”, los dos temas nuevos que presenta en ese directo, aparecen en “The Mutineer», trabajo menor dentro de su discografía, pero del todo reivindicable cuando se reescuchan canciones como las previamente citadas, “Seminole Bingo”, “Something Bad Happened To A Clown” (esa grandilocuencia y ese timbre agudo que alcanza Zevon ponen la piel de gallina), o ese homenaje a los rufianes de alta mar más rebeldes que da título y pone fin al disco.

LA VIDA TE MATARÁ
“Me enteré que habían trabajado en los primeros discos de Radiohead. Esa era la única recomendación que necesitaba. Radiohead es uno de mis grupos favoritos, lo que quiere decir que está entre mis dos o tres preferidos de todos los tiempos.” Con estas palabras explica, durante una entrevista radiofónica, qué le llevó a dejar las tareas de productor de su disco “Life’ll Kill Ya” (2000) en manos de Paul Q. Kolderie y Sean Slade. Durante estos cinco años de silencio discográfico, ha escrito muchas canciones, ha ofrecido conciertos benéficos, ha sustituido a Paul Schaffer en el show de Letterman, ha dejado el tabaco y ha perdido otro contrato discográfico. Cuando el sello Artemis se ofrece para financiarle su regreso, Warren les comenta que quiere una grabación sencilla (“por razones económicas, porque quiero tocar estas canciones por mi mismo, y porque adoro ‘Nebraska’ y la personalidad que trasnmiten los discos de John Wesley Harding”). Con la dolorosa perspectiva que nos da conocer los acontecimientos, es muy jodido pinchar “Life’ll Kill Ya” y “My Ride’s Here” (2002) y escuchar como Zevon desglosa las complejas claves que hilvanan la fina línea que separa la vida y la muerte.
El primero de ellos merece ser reivindicado una y mil veces, puesto que puede contarse entre los mejores trabajos de su discografía: “Algunos cogen enfermedades desagradables / Algunos cogen el cuchillo / Algunos cogen la pistola / Y algunos se mueren mientas durmen / A la edad de 101 años / Pero la vida te matará”. En una de sus habituales coñas, rebaja la pesadumbre general con una versión del “Back In The High Life” de Steve Winwood (“Le adoro. Todos los seres humanos le adoran”, comentó en una ocasión), pero cierra el álbum con la preciosa “Don’t Let Get Us Sick”, una balada sedante y espaciosa que concluye con una estrofa digna del Lou Reed de “Magic And Loss”: “La luna tiene un rostro / Le sonríe al lago / y provoca graciles ondas en el Tiempo / Soy afortunado de estar aquí, con alguien que me gusta / Alguien que hace brillar mi espíritu.” Por el camino, un triste recuerdo a los años finales de Elvis (“Porcelain Monkey”), otro dardo envenenado contra los profesionales de bata blanca (“My Shit’s Fuck Up”), la acongojante sentencia “Puedo hacer el amor / pero necesito voluntarios” de “for My Next Trick I Need A Volunteer” y, entre otras, ese sardónico desafío a la dama de la daga que es “I Was In The House When The House Burned Down”. Una obra “conceptual” sobre la vejez y la muerte absoultamente imprescibdible. Para “My Ride’s Here” Zevon llama a dos buenos amigos escritores.

Con Hunter S. Thompson (“el mejor novelista de nuestra generación”) escribe a medias, y en conversaciones telefónicas (¿?), la canción de significativo título y oscuro andamiaje blues “You’re A Whole Different Person When You’re Dead”; con Carl Hiaasen, “Basket Case”, una oda a “Una chica con cara de ángel / Es maníaco-depresiva y esquizoide también / La psicópata más freak que jamás he conocido / Somos amantes paranoicos perdidos en el espacio”. Las dos últimas piezas, “I Have To Leave” y “My Ride’s Here”, producen escalofríos, en especial la que da título al disco y en la que parece despedirse del mundo: “… Entonces entró Charlton Heston / con las Tablas de la Ley / Dijo: ‘Aún es la Historia Más Grande / Le dije: ‘Tío, me gustaría quedarme / pero voy rumbo a la gloria / sigo mi camino”. Poco después de la salida del disco, descubre que su tren se acerca a la última estación. Le llama su amigo Hiaasen, y Warren le dice: “Esto es mucho más duro para ti que para mi. Si tú te hubieras ido a la cama, como tantas veces fui yo en los viejos tiempos, sabiendo que habías tomado tanta mierda mortal que nada te garantizaba que te despertarías al día siguiente, esto no es tan impactante como crees.”
En octubre de 2002, Bob Dylan toca en el Wilthern Theatre de Los Ángeles. Zevon, que todavía recuerda cuando su ídolo se presentó en el estudio durante la grabación de “Sentimental Hygiene” para hacerle saber que la admiración era recíproca, entra en el backstage poco antes de que empiece el concierto. Dylan le comenta la tristeza que le produjo saber de su enfermedad, a lo que Warren responde “Ahora valoro cada instante”. Antes de salir al escenario, Dylan se gira hacia su compañero y le dice: “Espero que te guste lo que oigas”. Sin comentario alguno, fundidas con su propio repertorio, Dylan le rinde tributo a Zevon cantando “Mutineer”, “Lawyers, Guns and Money” y “Accidentally Like A Martyr”. Zevon vivió la vida con intensidad, pasión y un amor desaforado por los seres humanos. La puta vida le dio inolvidables lecciones a base de golpes, algunos encajados con una sonrisa, otros casi acaban con él demasiado pronto. Todos, sin embargo, le sirvieron para reconvertir el dolor en fuente de conocimiento interior. Como le dijo a Letterman: “He vivido como Jim Morrison, y luego otros 30 años”. Morirá sabiendo lo que le espera al otro lado.
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (julio/agosto 2003)

Esto ni es un artículo. Es una monografía! Duros meses,
esos de 2003, sí. ♥️♥️♥️