THE BUILDERS AND THE BUTCHERS
«SALVATION IS A DEEP DARK WELL»
Gigantic Music
“Ni el dolor ni el sufrimiento son el fin del mundo. Tampoco la desesperación o una buena paliza. El mundo termina cuando estás muerto. Hasta entonces, te aguardan un sinfín de castigos”. Al Swearengen, el dueño de la peculiar taberna —mitad casa de juegos, mitad prostíbulo— alrededor de la que gravitan los descarriados personajes de la serie Deadwood, es un zorro viejo con muchas palizas (y algún que otro cadáver) a sus espaldas, un predicador nato que blasfema acerca de lo mundano desde su condición de pecador no arrepentido. Al Swearengen infunde respeto: no te gustaría deberle dinero ni presentarle a tu sobrina. Por el contrario, a Ryan Sollee, líder de The Builders and The Butchers —a la izquierda de la imagen, con cara de monaguillo iluminado— no dudarías en llevarle a tomar té con pastas a casa de tu abuela. ¿Qué comparte pues con el hijoputa de Swearengen? Un profundo conocimiento de los oscuros recovecos del alma humana. Al se esconde en los suyos para manejar su negocio con mano dura y penetra en los de sus enemigos para sonsacarles lo que quiere; Ryan, alejado del estándar de creador atormentado por sus demonios, canaliza a través de su maníaco alarido la herencia literaria del Southern Gothic, con personajes abrumados por el peso de la moral como los que recorren la obra de Flannery O’Connor. Pero, como decía Swearengen, el mundo no termina hasta que estás muerto y por eso Sollee trata de arrojar algo de esperanza en el ascenso de los protagonistas de sus canciones por ese profundo y oscuro pozo que conduce a la salvación y sirve de título al segundo disco de The Builders and The Butchers.
Anchorage, Alaska. Con unas temperaturas invernales que pueden rondar los -15ºC y una vidilla cultural de lo más anodina, la realidad de un chaval de clase media con ciertas inquietudes puede abocarle al hastío más desesperante. Sollee nació y creció en Anchorage pero “sin trabajo y una banda que no iba a ninguna parte” decide hacer la maleta y huir de allí en dirección a Portland (Oregón), junto a su amigo y vecino Brendon Price. Con su ayuda, en ese nuevo entorno más acogedor para sus inquietudes musicales, Sollee se empapa de viejos vinilos de música tradicional americana: blues, gospel, country, bluegrass, zydeco… Otra amistad decisiva en ese periodo de aprendizaje y experimentación es Adrienne Hatkin, del grupo indie-folk Autopilot is for Lovers, con quien empieza a componer y a tocar en garitos locales, una inmejorable base de pruebas para la nueva dirección musical que hierve en la cabeza de Sollee. Pero el encuentro decisivo para el advenimiento de su nuevo grupo se produce un lluvioso día de septiembre de 2005, cuando Sollee comparte sus últimas composiciones con un nuevo grupo de amigos con los que siente cierta afinidad, una rara conexión. Ray Rude, Alex Ellis, Harvey Tumbleson y Paul Seely forman ese grupo, son su grupo: The Builders and The Butchers han nacido. Unidos por una misma pasión por la música de raíces y unas mismas ganas de tocar a todas horas y donde sea, se entregan a una férrea disciplina de composición / ensayos / conciertos. Unos conciertos entendidos como exorcismo directo, sin amplificación y a pelo de sus canciones allí donde les dejen un hueco para llevarlo a cabo. Tocan en el parque de su vecindario, en la barbacoa de fin de semana de un colega o, como recuerda el propio Sollee, “en la salida del concierto que dio Bob Log III en el club Sabala’s”. Ese espíritu, a medio camino entre un DIY hippy y el carisma callejero de las busking bands, es también el que les lleva a grabar su primer disco en el comedor de un amigo del grupo, con apenas dos micrófonos. Editado en 2007 a través del sello local Bladen County Records —señalado por algunos como el Saddle Creek de Portland y hogar de interesantes nombres como Anders Parker, Ezra Carey o Loch Lomond—, su debut homónimo expone con crudeza su desaforado fervor musical en forma de excitado ejercicio de punkgrass abundante en alcohol, resaca y sentimiento de culpa, como si The Pogues y Violent Femmes se lo montaran juntos para celebrar la festividad de Pentecostés. Su explosivo directo va ganando adeptos entre la parroquia local pues en ellos el grupo busca la comunión constante con su audiencia ya sea bajándose del escenario para tocar entre el público o bien entregándole instrumentos de percusión para que éste se una a la fanfarria.
El eco de sus actuaciones —como teloneros de almas gemelas como Murder By Death, Port O’Brien o Amanda Palmer de The Dresden Dolls— no tarda en llegar a oídos de Chris Funk, guitarrista y multi-intrumentista de los héroes locales The Decemberists, quien se ofrece a producirles su siguiente trabajo. Así, encauzados por el perfeccionismo de cámara de Funk, Sollee y los suyos pueden dar rienda suelta a toda su ambición creativa, por lo que deciden abrir las puertas de su estudio a un torrente de amigos —¡hasta 30 se les unen! — para que participen en la gestación conjunta de Salvation Is A Deep Dark Well. Con todo, el reloj aprieta y deben finiquitar la grabación con Funk en cinco días; da igual, son veloces pero también certeros, tienen hambre pero también las cosas claras. Un ejemplo, apasionante y revelador, es la elección de la canción con que abrirán el disco, aquella que deberá atrapar al oyente y arrastrarlo hacia su carrusel camino a la salvación: «Golden and Green». Sollee ubica su génesis en el visionado del documental In The Realms of the Unreal, sobre la vida Henry Darger, conserje de día y ermitaño artista de vocación, tras cuya muerte se descubrió una impresionante novela ilustrada de 15.000 páginas; una historia apasionante para abrir fuego a un disco igual de ambicioso y fascinante. En las desbocadas «Short Way Home» e «In The Branches», puros crescendos de emociones, acústicas, teclados y percusión, se acompañan de las quince voces del Flash Choir, un coro espectral que parece suspendernos en el abismo de nuestra propia condición de seres amorales. «Barcelona» y «Raise Up» sorprenderán al oyente patrio tanto por su contexto narrativo —la Guerra Civil Española, que obsesionó a Sollee durante la preparación del disco, hasta el punto de llevarle de visita a la ciudad condal— como por su instrumentación —con unas trompetas que más bien parecen ilustrar un drama fronterizo mejicano; discúlpale la deslocalización, son dos temazos. «Down in This Hole» es su reconocido homenaje al maestro de lo tabernario, Tom Waits; «Vampire Lake» y «Devil Town» conectan con los 16 Horsepower de Sackloth ‘n’ Ashes; y «The Wind Has Come», con acompañamiento de sección de cuerda, trompa, órgano, clarinete y mandolina, es la balada del disco y su tema más “colaborativo”. El viaje acaba con «The World is a Top», grabado entre las paredes del mítico Masonic Temple, sede actual del museo de arte de Portland y en su día testigo de incendiarios conciertos de The Doors, Grateful Dead, Kaleidoscope o Alice Cooper. Es el clímax perfecto para una celebración musical que no te dejará indiferente, una guía de sanación espiritual y auditiva a la que deberías agarrarte para encarar con optimismo este 2010 en el que todo debería irnos mejor. Que así sea, hermano.
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (enero 2010)
Escucha el disco aquí.