Dolorosa de ver como todas aquellas películas que proyectan en la pantalla verdades de la vida que preferimos mantener bajo llave, Blue Valentine es, sin embargo, una película de visionado terapéutico. Lo que en ella se cuenta, la historia de amor y desencanto que une y separa a Dean y Cindy, no es evidentemente nuevo. Pero la construcción del relato, el veraz retrato de las complejas aristas que definen toda relación y, muy especialmente, la conmovedora, desgarradoramente natural personificación que de la joven pareja hacen Ryan Gosling y Michelle Williams –dos de los intérpretes más dotados de su generación-, sitúan al segundo trabajo de Derek Cianfrance como uno de los mejores dramas (¿románticos? ¿matrimoniales?) del cine reciente. Gosling y Williams son el 50% del éxito del filme, sin duda, pero el 50% restante es obra de un Cianfrance que, como co-autor del guión, tiene tan interiorizados los recovecos por los que discurre la relación de Dean y Cindy que puede luego rodar solo el inicio y el final de la misma sin que la comprensión del drama que ha desintegrado su matrimonio se vea afectada. A base de saltos temporales –más demoledores conforme avanza el metraje- vamos adentrándonos en la historia de un chico y una chica que un día se enamoraron locamente, que vieron en el otro la sublimación de sus anhelos y que juntos construyeron una promesa de futuro maximizando los pros y manteniendo bajo llave los contras. Pero la vida, esos años intermedios no filmados en los que se han ido acumulando la apatía, el desencanto, los sueños rotos y las expectativas no compartidas, acaba abocando a ese hombre y a esa mujer a un proceso de demolición harto doloroso y difícil de asumir en el que culpas, reproches, llamadas de auxilio e intentos fallidos de reconstrucción se encadenan inexorablemente hasta que el desfibrilador deja de tener sentido y el corazón de la pareja deja de latir. Reconocerse en Dean y Cindy duele, y mucho, pero solo asumiendo ese dolor podremos ayudar a nuestro corazón a seguir latiendo con fuerza.
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66