Supongo que ya todos conocéis la ruidosa trifulca digital –sordo rifirrafe para la mayoría de mortales– acaecida entre Diego A. Manrique y la cúpula de Rockdelux a raíz del artículo publicado por el primero en El País el pasado 10 de noviembre. En Desde un país extraño, Manrique –reciente Premio Nacional de Periodismo Cultural y referente ineludible de la crítica musical española– insinuaba una posible manipulación por parte de la dirección de Rockdelux de la lista de 300 discos confeccionada a partir de las votaciones de sus propios redactores. Sus suspicacias ante el listado final se debían a que no acababa de cuadrarle que no apareciera en él 19 días y 500 noches, el disco de Joaquín Sabina que él había colocado en su Top1 de los últimos 30 años.
Esta omisión, inconcebible según él, a la postre le servía de acicate para incidir en esa idea tan en boga últimamente –pregúntenle a Víctor Lenore– según la cual los críticos musicales «somos felices inquilinos de una altísima torre de marfil, sin necesidad de interactuar con el mundo», a tenor de las enormes y diríase que insalvables distancias existentes entre nuestros gustos y los del gran público. Entre los que vivimos ensimismados con lo indie y esa gran masa que atiende en piloto automático lo que le dispensa el mainstream.
Nueve días después de la publicación de dicho artículo, cuando éste ya había extendido su reguero polemizador por la Red, aparecía publicada en El País una carta al director firmada por Santi Carrillo, co-director de la cabecera que había festejado su feliz 30 aniversario con la lista de todas las listas, una más en el histórico de la publicación que más gusta de sentar cátedra con ellas. Breve y directa, la misiva cortaba de raíz las teorías conspiranoicas de un Manrique que hubiera hecho bien en contrastar sus fuentes –noción básica que uno presupone en un periodista de su categoría–; sin embargo, Carrillo perdía una valiosa oportunidad para defender en las páginas de un medio generalista una manera de ejercer la crítica musical, la de Rockdelux y de muchas otras revistas especializadas, que considero que es importante preservar, hoy más que nunca.
Por partes. Hace años que no compro Rockdelux. No, ya no soy ese belicoso plumilla que hace una década blandía su espada rutera en el foro de Mondosonoro para batirse en estéril duelo cibernáutico con Carrillo –ojalá Wayback Machine pudiera recuperarnos ese thread–, pero tampoco tengo la necesidad de alterar mi digestión con según qué escritos. En sus páginas escriben o han escrito periodistas a los que admiro y es innegable la profesionalidad de quienes la hacen mes a mes, pero me es imposible conectar emocionalmente con una revista en cuyas páginas se ignoran o desprecian sistemáticamente algunos de los artistas que han conformado mi educación musical / emocional. La lista es demasiado larga y, sinceramente, tampoco viene al caso.
¿Puede deducirse del anterior párrafo que me considero estafado con la publicación de la lista «1984-2014 en 300 discos», que me parece escandalosa la omisión de este o aquel disco ? NO (*). ¿Debería estarlo cualquiera de sus lectores porque no aparecen en ella Simplemente amor de Camela, Residente o visitante de Calle 13 o el disco de 1999 del alado Sabina? Querido Manrique, permíteme que lo dude. Como esforzado juntaletras, pero sobre todo como aficionado a la música, me atrevo a hablar en nombre de ellos al agradecer que Rockdelux tenga su propio criterio; igual de caprichoso que el mío o el tuyo –Top1, really?–, pero que solo le debe explicaciones a su público, a aquellos lectores que mensualmente pasan por caja para recibir lo que esperan de ella. Treinta años en los kioskos diríase que evidencian que esa complicidad existe, ¿no crees?
¿Baja el número de esos lectores porque las nuevas generaciones buscan publicaciones que atiendan sus gustos más mainstream? Hombre, eso sería como pensar que los chavales no se acercan a disfrutar la versión digital de tu columna «Universos paralelos» porque prefieren hacer clic en otro artículo con titular-anzuelo de Playground. Puede ser, pero rendirte cuentas a ti por ello sería algo triste, ¿no crees? Porque, seamos serios, ¿qué valor intrínseco hay en el vídeo de Munchkin, el perro disfrazado de oso que corre por una cinta y que a día de hoy han visto 3.332.918 personas? Sí, es ingenioso y te hace esbozar una sonrisa. Y sí, claro, lo ha visto mucha gente. ¿Pero acaso eso lo convierte por defecto en un producto audiovisual del que tenga que hablar todo medio periodístico que se jacte de serlo?
Sigamos. ¿De verdad consideras que «nuestra irrelevancia, nuestro fracaso total en conectar con el gran público» se solventaría si desde Rockdelux, Rockzone o Ruta 66 se reseñara, por ejemplo, Terral, lo nuevo de Pablo Alborán? Con la que está cayendo, necesitados como están los artistas verdaderamente independientes de más ventanas a través de las que darse a conocer, necesitados como están los propios medios especializados de lectores que compartan su línea editorial, su labor como prescriptores fiables en el ruidoso marasmo en que se ha convertido la actualidad musical –no hablemos ya de cuando de echar la vista atrás se trata– y necesitados también aquellos que intentamos ganarnos la vida escribiendo de música –esto es, al menos en mi humilde caso, compartiendo con esa minoría silenciosa la música que nos golpea el pecho a cambio de cuatro perras– lo único que NO necesitamos es que alguien como tú, desde esa verdadera torre de marfil que es la principal cabecera del todopoderoso Grupo PRISA, venga a decirnos que vivimos en «un país imaginario, un territorio proteico cuyas fronteras son redefinidas mayormente por medios como NME, Mojo, Pitchfork». Porque no, lo siento pero no cuela ese «nosotros» usado en el último párrafo para hacer acopio de mea culpa gremial si viene a rematar un texto cuya motivación primera ha sido poner negro sobre blanco tu malestar al no ver TU disco favorito de los últimos 30 años destacado en la maldita lista de Rockdelux. ¿Acaso hay algo más esnob que eso?
PD: Abro el especial 30 aniversario de Rockdelux y leo: «El parto de 1984 fue traumático y el recién nacido no gustó a algunos, pero con los años [Rockdelux] fue madurando hasta convertirse en el referente actual como único medio musical serio de pago en papel». Cojonudo, chavales, el próximo día os defiende vuestra puta madre. Si es que, en el fondo, sois tal para cual.
Texto: Roger Estrada
(*) Dos apuntes:
1. Sí, It Takes A Nation of Millions to Bring Us Back, de Public Enemy, me parece uno de los mejores discos de las tres últimas décadas, pero ¿DÓNDE COJONES ESTÁ EL «DUST» DE SCREAMING TREES? 😉
2. Para listas de listos, me quedo antes con la del número 300 de Ruta 66 que recopilaba los 300 discos del mes aparecidos en la revista entre 1985 y 2012. Un listado que rezumaba una concepción de la música con la que sí conecto emocionalmente: «Algunos de ellos han desaparecido de la memoria colectiva… y casi de la individual. Otros han perdurado en el tiempo, son obras clásicas y existe unanimidad sobre su grandeza. Todos son absolutamente recomendables y actúan como termómetro que indica por dónde iban los tiros en esta disfuncional casa». Pues eso, sigamos siendo disfuncionales residentes en nuestras torres de marfil… o de barro.
Gracias por tus comentarios, Roger. Lamento que no se me haya entendido, seguro que no me explique con suficiente claridad y eso sí que me preocupa.
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Me la trae al pairo que salga o no el disco de Sabina en la revista de Santi Carrillo pero me chocó que, de acuerdo con las reglas que me contaron sobre el cómputo de votos, sí salieran discos que (sospecho) tuvieron menos puntuación. La razón de votar ese y demás títulos de mi lista era -lo expliqué en mi columna- juntar los discos que más había escuchado en mi casa y en las de mis amigos durante esos 30 años, que no eran necesariamente los que pasarán a la historia. Se lo conté así a Santi y Miquel Botella y aceptaron que les mandara ese listado.
Podían haber hecho un ejercicio de transparencia y publicar en la web las listas de los 119 votantes. Al negarse, aumentaron las dudas de muchas personas suspicaces.
Sospecho que, en el fondo, entiendes que mi sugerencia de atender a artistas más mainstream NO PASA por el equivalente musical del perro-oso ni por Pablo Alborán (aunque estoy seguro de que Jordi Bianciotto, que ha escrito un libro sobre el malagueño) podría hacer un texto al menos interesante para RDL, donde colabora.
Hola Diego, gracias por tu réplica y tus puntualizaciones. En lo referente al listado final y las suspicacias que este pueda despertar, yo normalmente doy por hecho que al final los que llevan las riendas de la líndea editorial del medio en cuestión acaban de pulirlo –no hablaría de flagrante manipulación- con el fin de asentarlo en los parámetros que más se adecúan a lo que ellos consideran que debe ser la cabecera que dirigen. En cualquier caso, se trataría de una licencia tomada en el seno de una revista musical independiente, con lo que tampoco es algo por lo que debamos rasgarnos las vestiduras. Somos apasionados, lo sé, pero quizá cuando una reflexión sobre algo de escaso interés más allá del «gremio» y los que lo siguen se publica en un medio de la difusión de El País, debería ponerse en contexto y evitar hacer más leña de ese árbol seco del que ya apenas brota papel con el que imprimir los pocos ejemplares que de revistas musicales llegan a los kioskos.
En lo referente al mainstream, visto lo poco atinado que parece que he estado al intuir tus sugerencias, agracedería algunos ejemplos para poder seguir con este hilo –si es que te apetece, claro–… Aunque por lo que comentas sobre que Bianciotto podría al menos escribir un texto interesante sobre Alborán para RDL por el mero hecho de haber escrito un libro sobre él –¿no son realidades editoriales distintas?– creo que no llegaremos a acercar posiciones. Pero, hey, seamos disfuncionales también en eso.
Un saludo.
Hombre, cuando hablo de mainstream, me refiero por ejemplo a grupos y solistas de rock como Extremoduro, Fito, Los Suaves, Rulo, Bunbury etc. Llevan años llenando grandes recintos y quizás merezcan atención crítica, más allá del ra ra ra de las revistas heavy. Lo de Bianciotto era una broma.
De todas formas, espero que el incidente no quede como un ataque de un periodista de un gran medio a una pequeña revista independiente. Se ha hablado más del Especial 30 Años que de los anteriores números extra y estoy seguro de que algo se notará en las ventas. Y eso me alegraría, como veterano de innumerables revistas musicales que he visto chapar.
Hombre, de esos artistas no solo se habla en revistas heavy; en Los 40 o la edición española de Rolling Stone se les atiende puntualmente. Y ya que citas a Fito, aparece entrevistado en el último número de Ruta 66 –revista en la que colaboro–, algo que intuyo te gustará saber… Y que a mí me está costando lo suyo asimilar, claro. 😉
El salir en Rolling Stone ¿les descalifica para ser tratados en Rockdelux, con su mayor exigencia crítica? Si vas limitando tu territorio a las últimas propuestas y un puñado de vacas sagradas, no es extraño que tus cifras de ventas caigan en barrena. Lo he escuchado muchas veces, por parte de buenos aficionados que no pueden pasarse el día escuchando música: «me compré el último RDL y no reconocí a nadie».
Descalificar no los descalifica nada, solo que creo que si una revista especializada tiene una línea editorial y en ella no encajan esos artistas que enumeras, pues allá los responsables de la misma con sus actos, pero no creo que estén en la obligación de meterlos con calzador. Y en relación a «buenos aficionados que no pueden pasarse el día escuchando música» y que no reconocen a nadie de quién sale en RDL, varias reflexiones: ¿qué sería reconocible para ellos? ¿En qué momento dejaron de ser buenos aficionados con inquietud musical? E, insisto, ¿por qué debería RDL atender a su necesidad de darles nombres reconocibles? ¿No sería eso algo impropio de una publicación especializada de su perfil cuya vocación última entiendo que es rastrear en la actualidad y ofrecer un equilibrio entre artistas más o menos consagrados y sonidos minoritarios? No reconocer a nadie, especialmente en RDL –que se acerca más al mainstream, al menos internacional, que otras revistas–, es haber relegado el consumo de la música a un plano muy secundario, casi residual en tu vida. Si es así, algo respetable, RDL ya no será tu revista. Pero creo que el «problema» –encontrar esa publicación que te dé algo reconocible– lo tendrás tú –o sea, uno de esos buenos aficionados– y no RDL.
Estás hablando del mundo ideal, Roger. En el mundo real, la maravillosa revista especializada se va quedando con un número cada vez menor de lectores hasta que, zas, llega el día que no es rentable sacarla en papel y se queda en la Red.
Tampoco cabe despreciar a los que «no reconocen a nadie» en un RDL reciente. Por lo que sé. se lo montan por otras vías para estar informados: recurren a determinado programa de radio, se fian de tenderos amables, se aficionan a tal o cual blog. La pena es que la revista de la que antes se nutrían haya perdido la vocación ecuménica de otros tiempos.
Buenos días, Diego. Hablé con Coco ayer y me dijo que habíais coincidido en Madrid. A ver si coincidimos el año que viene en los festejos ruteros. 😉
Un saludo y gracias por tu cordialidad.
Lo mismo, Roger. Qué decepción para los morbosos: igual esperaban que nos matáramos!