Punks, skaters, granjeros, camareros, abuelos, fumetas, carpinteros, vagabundos, metaleros, tías buenas, bebés, fontaneros, strippers, profesores de arte, adolescentes, pueblerinos, mamás, papás, conductores de camión y brujas; a todos ellos les encantará . Bueno, eso al menos es lo que afirma Kyle Thomas, aka King Tuff, en el texto que Sub Pop hizo circular como nota de prensa de su tercer álbum, Black Moon Spell, una rodaja que tuvimos a bien alzar a lo más alto de nuestra sección Discomático en el pasado número de diciembre. ¿Lo merecía? ¡Qué más da! ¿No había otros discos mejores? Seguramente, ¿y? Sigamos todos la recomendación que nos da el propio Kyle en esta charla y no nos tomemos tan en serio a nosotros mismos. O, como mínimo, combinemos la faceta sesuda y la majara cuando buceemos en la música buscando analgésicos para el espíritu, ya sea en forma de discos que nos sitúen en el abismo insondable de nuestra contradictoria naturaleza o de vinilos sin otra pretensión que la de hacernos pasar un rato endiabladamente genial apelando a los ritos primigenios sobre los que se edificó esa música sacrílega que conocemos como rock’n’roll. Porque da igual si no eres skater, ni fontanero, ni profesor de arte ni bruja; pondrás Black Moon Spell en el plato, subirás el volumen al 11 y… Eso mismo. Tan elemental, tan necesario.
Se dice que no hay que juzgar un libro por su portada, pero la de tu nuevo disco me tiene obsesionado. ¡Violeta! ¿Por qué ese color?
Cuando recibimos las mezclas finales, mis compañeros de piso y yo llegamos a la conclusión de que el disco sonaba a violeta. No me preguntes por qué. Lo pusimos y visualizábamos ese color cada vez con más fuerza. El violeta es un color curioso: es mágico, majestuoso y misterioso. Y me gustaría pensar que el disco también.
Black Moon Spell es como un parque de atracciones r’n’r; excitante, entretenido, un poco aterrador y loco… Mantiene tu atención del primer al último tema y creo que eso se debe a tu actitud en plan “me lo estoy pasando en grande tocando esto y quiero que te unas a nuestra fiesta”…
¡Claro! El rock ha perdido parte de su atractivo y de su ridiculez, que es lo que lo hacía antes divertido y peligroso. Yo crecí escuchando punk, pero también mucho heavy-metal. ¡Qué bandas más adorablemente ridículas eran esas, por Dios! ¿Por qué hoy en día todo tiene que ser tan rematadamente serio y formal? ¿Por qué tomarse tan en serio, por qué hay tanta gravedad en muchas de las bandas que veo por ahí? ¡Un poco de diversión, por favor!
¿Cuál fue el primer concierto al que fuiste?
Uno de Corrosion of Conformity al que me llevó mi padre.
Fan de tu padre. ¿Y qué tal?
Demencial. Había un tipo balanceando una cadena gigante en las primeras filas.
Menudo impactó para el pequeño Kyle. ¿Qué opinan tus padres de lo que haces?
Son mis fans número 1. Cuando era pequeño escuchaba sin parar singles de la colección de mi padre y al cumplir los siete me regaló mi primera guitarra, una Stratocaster. Me apoyan de forma incondicional, sin ellos no habría llegado donde estoy.
La canción que da título al disco has contado con Ty Segall a la batería. ¿Cómo le sedujiste para que colaborara?
Ty está loco y por eso le amo. Ambos somos duendecillos traviesos. Vive en el vecindario y apareció un día por el estudio. Charlamos un rato, le empecé a tocar la canción, se sentó a la batería y ¡boom! Fue un día divertidísimo.
El videoclip de ese tema lo tiene todo: cuernos sangrientos, amplis Marshall, melenas al viento, explosiones, serpientes, tumbas… Como una peli de terror de serie B loca y extraña. ¿Cómo fue el proceso de ensamblar todas esas ideas y cuáles son tus títulos favoritos para una velada de terror?
Al director Jared Eberhardt se le ocurrió lo de que todo sucediera en una gran tarta giratoria de varios pisos; yo me encargué de reclutar a las headbangers. Fue todo muy colaborativo. Aborrezco el terror moderno, me gustan más las pelis de género de los ochenta, con desnudos y humor. Aunque mis favoritas de siempre son Un mundo de fantasía, Fievel y el Nuevo Mundo y Suburbia, sobre unos chavales punks okupas y en la que salen actuando T.S.O.L. Y The Vandals.
Brujas que lanzan hechizos, seres transformados por intoxicantes pócimas, seres seducidos por el mismísimos Diablo… Lo oculto predomina en Black Moon Spell, ¿por qué?
Bueno, es algo que me atrae. No creo que el Diablo sea necesariamente una fuerza negativa, yo lo asocio con muchas cosas divertidas de este reino en el que habitamos. El rock’n’roll, y por extensión el blues, es la música del Diablo, así que cómo no íbamos a querer abrazarle.
Es difícil escoger una canción del disco por encima del resto, pero me obsesiona especialmente »Eyes of the muse», tiene algo en su melodía que hace que cuando llega avanzado el disco se genere un paréntesis sumamente especial. ¿Algún misterio en su creación que debamos conocer?
Pues sí, es la única canción en la que use una afinación distinta, Re-La-Re-Fa#La-Re. Quería que tuviera distintas partes instrumentales largas con las que no tuviera que estar cantando todo el rato. Debo reconocer que no era del todo una canción hasta que no empezamos con los overdubs; aparecieron la melodía y el riff y fue como “¡joder!”.
¿Cómo recuerdas tus inicios en bandas como Happy Birthday o Feathers?
Como una época de libertad, todo era mucho más fácil. Ahora me esfuerzo más porque sé que se han generado expectativas y hay más gente pendiente de mi música. No me quejo, es genial saber que hay quien espera mis canciones, pero echo de cierta despreocupación de antaño. En cualquier caso, estoy tratando de recuperar ese estado mental, esa manera de relacionarme con la música.
En 2005 J Mascis te reclutó como cantante y guitarrista de Witch, la banda de doom metal con la que grabásteis dos discos para Tee Pee Records. ¿Qué tal la experiencia?
Fue una locura. Imagínate, yo con 21 años y abriéndole la puerta de casa de mis pades a J para que ensayáramos juntos en el sótano. Yo no tenía idea de nada, ¡no sabía hacer solos! Pero Witch siempre fue una banda a la que le importaba todo una mierda, solo queríamos hacer música ruidosa y pasarlo bien juntos.
He leído que no eres muy amigo de la crítica o, mejor dicho, de leer reseñas de libros o discos. ¿Por qué?
Creo que todos interpretamos las cosas a nuestra manera y aunque me gusta oír lo que otros tienen que decir sobre un disco, un libro o una película, no soy partidario de analizar en exceso las cosas porque me gusta que retengan cierto misterio. Hoy en día uno tiene tal acceso a las interioridades de la grabación de un álbum o al día a día del artista al que idolatra, que se ha perdido gran parte de esa fascinación que antes producían las estrellas de rock clásicas.
Por tus ilustraciones y por la alegre vulnerabilidad de algunas de tus canciones, veo cierta conexión con otro fanático de los superhéroes, Daniel Johnston.
Lo adoro. Su música tiene una inocencia infantil que me conmueve y su arte, sus dibujos, son una auténtica pasada. En general, me gustan aquellos músicos que han desarrollado también la parte visual de su telento artístico, como Captain Beefheart, Bob Dylan, John Lennon…
En sus incios, Johnson grababa compulsivamente casetes con canciones que fueron pasando de mano en mano hasta darlo a conocer. En los últimos años, Burger Records, sello que reeditó tu debut Was Dead, ha revitalizado el formato cinta, quién sabe si recuperando también su valor como objeto a través del que se comparte música, cultura. ¿Cómo lo ves?
Burger es increíble porque es un sello muy inclusivo. Sean y Lee han sabido crear esta comunidad loca en la que ellos, sus bandas y el público forman una comunidad unida. Han sido intuitivos a la hora de ver una oportunidad, de ver un hueco, una audiencia y unos artistas destinados a encontrarse. Y lo han hecho sin muchas de las tonterías de otras discográficas. Puedes ir a la tienda de Burger Records y charlar con ellos, participar en sus podcast radiofónicos o verles por la noche en alguno de los bolos que montan. Son muy cercanos y creo que el formato casete, en esta era tan fría de lo digital, simboliza en cierta manera su espíritu a la vieja usanza de hacer las cosas. Estoy orgulloso de formar parte de ello.
Tu nombre artístico, King Tuff, me hace pensar en ese célebre sketch del Saturday Night Live donde Steve Martin canta »King Tut» acompañado por la Nitty Britty Dirt Band. ¿Lo conoces? ¿Te gustan los stand-up comedians?
El viejo Steve Martin era oro puro, luego ya… Hay ciertos humoristas que me gustan, pero la mayoría me dan que me dan ganas de arrancarme los ojos. Una vez vi a Sarah Silverman y estuvo fantástica. Llevaba pantalones de chándal y fumaba hierba, me enamoré de ella al instante.
En »When I’m 64» los Beatles le cantan a envejecer con alguien a tu lado con quien puedas compartir esas pequeñas cosas que, en última instancia, le dan sentido a la vida. ¿Es algo en lo que piensas ahora, cuando te faltan unos 30 años para llegar a esa edad?
Por supuesto. Me imagino como un viejo pintando acuarelas de mi preciosa mujer de pelo plateado y construyendo extrañas cabañas en los árboles junto a mi chavales.
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (enero 2015)