TAV FALCO. Pequeño gran cuentacuentos

Foto: Alberto García-Alix
Foto: Alberto García-Alix

Muchos venderíamos nuestro alma al diablo por haber vivido la mitad de experiencias y haber conocido a la mitad de increíbles personajes que ha conocido Gustavo Antonio Falco en sus 70 años sobre la faz de la Tierra. Figura clave, junto a The Cramps, X o Gun Glub, para entender la revalorización que géneros genuinamente americanos como el blues o el rockabilly experimentaron a finales de los setenta, su excéntrica personalidad y el espíritu más rompedor, vanguardista con el que él y sus Panther Burns acometían sus actuaciones quizá alejaron a la banda de un mayor reconocimiento por parte del aficionado rockero medio. En cualquier caso, nunca fue esa demasiada preocupación para un Tav Falco que se las ha apañado para mantener a flote su elegante leyenda, siempre embarcado en todo tipo de proyectos paralelos –libros, películas y fotografías dan cuenta de su multidisciplinaria inquietud– y tirando siempre de su mejor baza, un enciclopédico conocimiento de la historia de la música de raíces americana y una proverbial, hipnótica habilidad para narrar su propia odisea vital. Un raconteur en estado puro, un pequeño gran hombre.

Háblame de Urania Descending, la última película que has dirigido.
Es una intriga protagonizada por una chica estadounidense que, desencantada con su vida, siente el impulso de huir de su rutina y subirse a un avión destino a Viena, la alegre pero también siniestra ciudad del Danubio. A su llegada, pronto se ve envuelta en una oscura trama para desenterrar un tesoro nazi que permanece oculto en las profundidades insondables del Lago Attir. La película es un poema en blanco y negro inspirado en el mito de Urania, la musa de los cielos, donde el pasado impregna el presente y el presente evoca al pasado. Es una cinta modesta, rodada en 16 milímetros y luego digitalizada, que evoca el cine del pionero Louise Feuillade, autor de títulos clásicos como la serie Los vampiros o el díptico sobre Fantomas. Hicimos una proyección privada en Los Ángeles, gracias a la que recibimos una elogiosa reseña del reputado crítico Guy Maddin y ahora estamos viendo las mejores opciones para estrenarla en Europa [finalmente se presentó en septiembre en Londres y en diciembre en Viena, n.d.r.]

¿Quizá en España?
Quién sabe. Actué por primera vez aquí en 1988 y desde entonces he regresado en distintas ocasiones, siempre de forma bastante underground o modesta, si exceptuamos mi actuación en el Festimad de 1996, cuando fui invitado a participar en una sección de poesía junto a John Cale, Lydia Lunch y otros autores locales. Con los años he ido conociendo al público español, creo que tengo cierta perspectiva como para poder detectar sus peculiaridades, y es por eso que intuyo que Urania Descending podría serle interesante a aquellos que, además de entretenimiento, buscan un diálogo intelectual con el arte.

Esperemos que, llegado el momento, la proyección no acabe como el concierto que diste en Barcelona hace ya unos años…
Yo diría que eso fue más bien un happening, ¿no? Hubo un percance con el batería, era un tipo algo complicado; empezó a tirar las baquetas al público, siguió con el bombo y las cosas se pusieron feas. El público nos pedía que tocáramos más, así que invité a quien quisiera seguirme a que me acompañara a un bar cercano donde acabé tocando unas cuantas canciones a la guitarra. Fue una noche distinta, pero la historia de The Panther Burns está repleta de noches singulares, de situaciones imprevisibles y de personajes atípicos que se han cruzado en nuestro camino…

Para aquellos que no conocen vuestra música, ¿cómo les atraerías al universo Panther Burns?
Somos el eslabón perdido entre las primeras formas del rock’n’roll y sus mutaciones contemporáneas. Cuando empezamos nuestra aventura en 1978, yo escuchaba country-blues por un lado y a Karlheinz Stockhausen y Eric Dolphy del otro; de la fusión de las raíces más underground y de cierta vanguardia musical surgió nuestra música.

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¿Y cómo se había forjado este espíritu inquieto en el joven Gustavo, el chico que vivía entre Whelen Springs y Gurdon, en Arkansas?
En la Universidad leía muchos libros, asistía a obras de teatro, charlaba con otros estudiantes… Era un joven hambriento de experiencias y sabía que quedándome allí no saciaría mi apetito. Hay quien prefiere el confort o la tranquilidad del entorno que reconoce, sus vecinos, su ciudad, pero yo siempre quise conocer de cerca aquello a lo que había sido expuesto a través de las fotografías de Man Ray o de la música de John Coltrane y Sun Ra. Fui a San Francisco a mediados de los sesenta porque quería conocer a Big Brother and the Holding Company y pude verles en directo; quise conocer a Dr. John y viajé a Nueva Orleans y sabía que tenía que experimentar Nueva York y cuando llegué a ella fue como aterrizar en la Luna. Visité los Anthology Film Archives del director Jonas Mekas, pasé largas horas en The Kitchen o The Knitting Factory y entablé amistad con la gente de la productora de vídeo experiental Global Village y los miembros de la compañía Squat Theatre, que residían cerca del Hotel Chelsea. Todo esas experiencias tuvieron un enorme impacto en mí.

¿Y qué te llevo a instalarte en Memphis en 1973?
Trabajaba como guardafrenos en el ferrocarril Missouri Pacific que cubría la ruta por el oeste del río Misisipi. Vi Memphis por primera vez desde uno de sus vagones; el río, el skyline, fue una visión muy estimulante, un flash que me reveló que todo iba a ser posible en esa ciudad. Enseguida fui golpeado por el ritmo y el rugir de sus calles, con la música revoloteando por el aire, saliendo a través de las ventanas de las casas de Beale Street. En los sesenta hubo una explosión del blues, con gente como Furry Lewis o Mississipi Fred McDowell que se habían instalado en Memphis u otros que la visitaban para tocar y a los que tuve la posibilidad de ver en directo, como Howlin’ Wolf, Muddy Waters, Johnny Taylor, BB King o mi favorito, mi ídolo, Bobby “Blue” Bland. Era increíble, tenía una voz prodigiosa, muy aguda, que le confería un tono espiritual a sus canciones. Oías su voz, ese lamento y notabas que había sido alguien que había sufrido mucho.

¿Cómo te influyó otro artista local, el fotógrafo William Eggleston?
Fue mi mentor, aprendí mucho de su manera de trabajar, cómo observaba la realidad y extraía arte de ella. Teníamos maneras de ser distintas, sobre todo a nivel político, pero el arte nos unió, nos sirvió para trascender esas diferencias y conectar gracias a una misma visión creativa. Hay un idioma universal con el que nos comunicamos aquellos con cierta sensibilidad artística, con el que superamos las barreras que puedan existir entre nosotros por diferencias en nuestro background. Gracias a Eggleston y a otros personajes que tuve la suerte de conocer pude establecer un diálogo con Memphis muy estimulante, pues en la ciudad confluían distintas corrientes artísticas llegadas desde otras partes del país y desde otras partes del mundo.

Y así surgió TeleVista, el colectivo de “arte y acción” que liderabas con Randall Lyon.
Exacto. Cuando fundamos TeleVista nuestra intención era documentar todo lo que hervía en la ciudad. Grabamos a bluesmen como Jessie Mae Hemphill o RL Burnside en su honky tonk antes de que Alan Lomax hiciera lo propio pero con más medios; grabamos a la gente de Sun Records, al gran Charlie Feathers, a los artistas que nos habían cautivado, como el escultor John McIntire… Todo con un estilo muy cinema verité. Pero TeleVista iba más allá del vídeo, no había separación entre videoarte, música y teatro de la acción; como dijo Charlie Parker “es labor del artista derribar las fronteras entre las distintas artes”. Esa máxima y el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud son esenciales para entender cuáles eran nuestras intenciones… Unas intenciones que, a finales de los 70 y en Memphis, no nos granjearon precisamente popularidad sino más bien dificultades para subsistir y una gran frustración.

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¿Esta frustración canalizada en ira explicaría esa sonada actuación en la que destrozaste una guitarra en escena con una sierra eléctrica?
Algo de eso habría, sí. 1 de octubre de 1978, concierto de Mud Boy and the Neutron Boys [influyente banda local liderada por Jim Dickinson, ndr] en el Orpheum Theatre. Fui invitado a participar en el evento y en plena interpretación del «Bourgeois Blues» de Leadbelly subí al escenario con una sierra mecánica y empecé a destrozar mi guitarra. El público se volvió histérico, en esa época la gente no estaba acostumbrada a ver algo así. Solo los Who y Plasmatics habían hecho destrozos similares en escena, pero en Memphis no tenían ni idea de que algo así podía pasar en un escenario. Tuve que ser yo, en mi primer concierto, el que les mostrara como se hacía, para horror suyo. (risas).

Esa performance captó la atención de Alex Chilton, que estaba entre el público.
Nos habíamos conocido antes, cuando Randall y yo nos acercamos a filmar las sesiones de grabación de su disco Like Flies on Sherbert. Pero fue la noche del concierto en el Orpheum, en una fiesta posterior, cuando Alex y yo empezamos a conversar y vimos que existía una conexión. Desde el primer momento me insistió para que montáramos una banda juntos; él venía del rock and roll, yo del blues y la vanguardia y fue la mezcla espontánea y apasionada de nuestros respectivos mundos lo que le dio esa personalidad tan especial a The Panther Burns. Alex era alguien increíble, un artista muy intuitivo y con una sensibilidad imponenete.

¿Qué suposo para ti que la editorial Creation Books te propusiera escribir uno de los volumenes de Mondo Memphis, ambiciosa obra que recorre la historia de la ciudad que cambió tu vida?
Pensé que podría servirme de catarsis, para depurar cierto desajute emocional que todavía, tantos años después, sentía respecto a Memphis por haber vivido allí en mis años formativos. Pero era tanta la información que tenía acumulada, por vivencias propias y documentación ajena, que cuando me enfrenté al libro no tenía ni idea de cómo enfocarlo. Me di cuenta que no podía ceñirme solo los años que pasé en ella, sino que tenía que retroceder mucho más en el tiempo para dar cierta perspectiva histórica que ayudara a entender por qué la ciudad era como era cuando yo la descubrí. Y así fue como cree a Eugene Baffle, mi alter ego, un personaje que viaja en el tiempo y a través del cual sabemos de Memphis antes de que existiera como tal, cuando solo era una región poblada por indios Chickasaw. Pero también está presente en la detención del gángster “Machine Gun Kelly” el 26 de septiembre de 1933, en el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril de 1968 o esa noche en el Orpheum cuando su historia y la de Tav Falco se cruzan y empezamos a narrar mis años en esta ciudad tan especial. Dijo el poeta Gertud Kolmar que el arte existe a través de la selección, debes seleccionar y editar, no puedes contarlo todo; eso es lo que hace Eugene Baffle en Mondo Memphis. Y yo hago algo parecido cuando me subo a un escenario: presento una selección de las vivencias acumuladas, de las músicas aprendidas y los personajes que se han cruzado en mi camino con el objetivo de remover las oscuras aguas del inconsciente del público.

tavfalco.com

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (febrero 2015)

Tav Falco & Alex Chilton
Tav Falco & Alex Chilton

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