Fue un domingo por la tarde, a eso de las siete. Llevaba cuatro días trabajando en un evento en el Port Vell de Barcelona y mi cuerpo y mi cerebro hacía horas que operaban en piloto automático. No podía más, así que decidí hacer una pausa en mi constante trajín de un lado al otro del recinto para ver tranquilamente la siguiente actuación musical programada. Amigos de confianza me habían recomendado a Núria Graham desde hacía tiempo, pero llegué a ese domingo por la tarde sin haber escuchado ni un minuto de su música. Nada, cero. Allí estaba yo y allí apareció ella, acompañada de Jordi Casadesús (bajo, teclados; miembro de La Iaia y productor de su disco Bird Eyes) y Aleix Bou (bateria; Mazoni, The Gramophone Allstars). Sonaron los primeros acordes de guitarra — vaporosos y a su vez enigmáticamente intensos– y Núria empezó a cantar: una voz cálida, que te embelesa con su noctámbula dulzura y te zarandea suavemente, como meciéndote a su antojo, juguetona. No recuerdo con qué canción abrió, pero sí sentir un escalofrío, un pellizco que me hizo abstraer de todo –el bullicio de la gente, el agotamiento– y pensar para mis adentros que estaba viendo algo muy especial, que delante de mí se estaba desplegando algo realmente hermoso. Hacía tiempo que no vivía algo similar en un concierto y me sentí afortunado de estar allí a esa hora de un domingo por la tarde.
Como comprenderán ustedes, tras semejante revelación acudí a Spotify –gracias, una vez más– para hundirme en las diez canciones que componen Bird Eyes, esplendorosa, rotunda puesta de largo que, auspiciada por El Segell del Primavera, vio la luz a principios de este año para ratificar las notables expectativas generadas a raíz de First Tracks, la maqueta con la que empezó a darse a conocer en 2013, con apenas 16 años. Al hablar de Bird Eyes parece inevitable hacer hincapié en la juventud de su autora, en el pasmo que produce escuchar a alguien de su edad hilvanar unas melodías tan sugerentes y picotear con personalidad de unos referentes nada obvios o, como mínimo, no tan de uso común en el pop hecho aquí. Pero la cantautora de Vic –ciudad fértil para alumbrar propuestas musicales de distinto pelaje; de ahí son L’Hereu Escampa, Ohios, Joana Serrat, Furguson, Mates Mates, La Iaia…– prefiere (/ hace bien en) hacer oídos sordos a etiquetas como “joven promesa” o “diamante en bruto”; a buen seguro que mientras leen estas líneas, Graham (pronúnciese Greiam) está buceando en su océano de creatividad particular en busca de nuevas ideas, esbozando arreglos, experimentando con su ordenador, escribiendo – borrando – reescribiendo estrofas con las que plasmar en canciones cómo se ve el mundo a través de los ojos de un pájaro de pelo cobrizo que vuela alto y que volará lejos.
Hace unos días te vi cantando junto a Càndid Coll, del grupo Autodestrucció, en la exposición de la ilustradora Júlia Bertran. Un dueto sorprendente o cuanto menos nada previsible de antemano.
La gente se extraña de que hayamos colaborado o cuando digo que he ido a conciertos de su banda, pero creo que sus canciones son muy buenas. Pero es que no me gusta cerrarme a nada, tengo gustos eclécticos y amigos que tocan en grupos hardcore, así que cuando Julia nos propuso cantar juntos para la inauguración de su expo fue como “¡Wow, sí!”. Luego como los dos somos un poco desastre apenas ensayamos, pero creo que estuvo bien.
Aquí en el Vida Festival has tocado en solitario pero actualmente cuentas con una banda que te respalda; ¿cómo dirías que ha influido en tu proceso creativo el tener a Jordi Casadesús y Aleix Bou a tu lado?
Ahora cuando escribo una canción lo hago teniendo en mente a mi banda; he abierto el enfoque y por eso cuando toco en solitario siento como que me falta algo, porque el sonido que quiero lo consigo cuando estoy con Casa y Àlex. Hay una parte del proceso que necesito hacer a solas, es cierto, pero me gusta hacerlo sabiendo que luego podré compartirlo y ensayarlo con ellos y que el resultado molará; confío en ellos plenamente.
¿Eres una compositora discipliada o más bien caótica?
No soy muy disciplinada a la hora de escribir, ni tengo un método o un momento del día favoritos para hacerlo. Eso sí, cuando me viene la inspiración, cuando tengo algo metido en la cabeza siento la necesidad de encerrarme a solas y sacarlo. Normalmente surge del aburrimiento, como estos días de tanto calor; se está mejor en la habitación que en la calle, así que enciendo el ordenador y me pongo a grabar.
¿Enseñas las canciones a medio gestar a tus amigos o personas de confianza?
Comparto piso con tres estudiantes de Bellas Artes y me gusta observar cómo trabajan; en cambio yo soy más reservada, no expongo las canciones hasta que no creo que están listas. Por suerte estoy rodeada de personas que entienden eso y saben acompañarme y alentarme para que mi música sea como yo tengo en mente.
¿Y cómo acogieron en casa tu precoz carrera musical? ¿Son tus padres melómanos?
Al principio eran cautos, normal si tienes una hija que empieza a dar conciertos con 16 años y te preocupa cómo podrá gestionar eso con los estudios. Pero han visto que pese a no ser la profesión más segura del mundo es lo que me gusta y me apoyan totalmente. Mi padre toca la guitarra por hobby y creo que algo de eso se me pegó de pequeña. A ambos les gusta la música, no en plan coleccionistas de vinilos, pero digamos que pude descubrir muy pronto música muy guay. Recuerdo un vídeo en el que tenía grabados capítulos de Bola de Dragón y luego un directo de Pink Floyd, ¡me lo sabía de memoria! Luego con 13 años me empezó a gustar mucho John Mayer y su rollo a la guitarra; no es algo que diría que se nota en la música que hago ahora, pero sí creo que todo lo que escucho me influye de un modo u otro. Porque yo me considero ante todo una oyente, necesito escuchar música todos los días.
¿Y estos días qué andas escuchando?
A Ron Sexmith, al que teloneé en Barcelona, y a través de él he recuperado los discos de Rufus Wainwright, del que soy muy fan. Pero tengo épocas de todo, suelo hacerme playlists con lo que me viene en ese momento y luego me gusta reescucharlas y acordarme de cómo o dónde estaba cuando las hacía. Puede haber en ellas de todo, hasta música más bailable.
¿Electrónica?
Sí, también, pero sobre todo música negra; hay algo en ella, un flow que me encanta y que ya me gustaría a mí tener. Soy una amante del soul, del jazz y últimamente me ha dado bastante fuerte con el afrobeat, estoy obsesionada con Fela Kuti.
Con 19 años recién cumplidos, ¿estás un poco cansada de la etiqueta de joven promesa? ¿Crees que la edad te ha jugado a favor o en contra?
A favor, sin duda, pero eso me da un poco de rabia; pienso: “¿Y si tuviera 30 años?” o “¿y si fuera un hombre?”. Intento no darle demasiadas vueltas, el tiempo pasará y yo justo estoy empezando. Ser joven está bien porque significa que tengo mucho tiempo por delante para seguir aprendiendo, seguir creciendo. Pensar que he alcanzado algo grande ahora mismo sería ridículo.
Pero no es poco lo que has vivido estos dos últimos años.
Sí, claro. Pero para mí empezar a dar conciertos ya fue algo especial, como que no me lo creía; desde entonces cada actuación ha sido importante porque de cada una de ellas he aprendido algo. Eso sí, telonear a St. Vincent fue algo especial; cuando me llamaron para decírmelo me puse a llorar, algo que no suelo hacer, pero es que me emocioné al pensar “vas a actuar con St Vincent, tienes sus discos firmados en casa”. Compartimos camerino y tuve la oportunidad de charlar con ella y su banda y fijarme en todos los pedales de guitarra que llevaba; ahora que estoy explorando cómo quiero sonar, tengo más fijación en los pedales. Ahora acabo de comprarme una guitarra con el dinero de una beca de transporte que me dieron; dejé la carrera en febrero y pensé que antes de que me reclamen el dinero pues mejor invertirlo en algo que sé que necesito.
¿Qué estudiabas?
Musicología, pero duré apenas cuatro meses. En realidad quería estudiar música pero no entré; quizá mejor porque ahora mismo no podría combinarlo con los conciertos. Pienso que si puedo dedicarme a esto, a tocar y grabar, mucho mejor; un concierto es como cuarenta clases.
Supongo que la experiencia de tocar fuera, como los conciertos que diste en las tiendas Rough Trade de Nottingham y Londres, fue como una masterclass, ¿no?
Sin duda, porque era un público que no sabía de mí, al que no le sonaba mi nombre e iba más a dejarse sorprender. Pero también creo que tengo todavía mucho trabajo por hacer en España, donde apenas he tocado y donde me gustaría también ver cómo se reciben mis canciones. Soy de las que piensa que hay que picar mucha piedra, concierto a concierto, ciudad a ciudad.
¿Cómo acaba una obra del cantante Adam Green convirtiéndose en la portada de Bird Eyes?
María –Blay, mánager de Núria y también de Anímic, Ferran Palau i La Iaia, n.d.r.– sabía que yo era fan de su música y de sus cuadros y sin decirme nada contactó con él, le hizo llegar el disco y le preguntó si querría hacerme la portada. Mandó distinas propuestas y justo la que más me gustó era una pintura que se titulaba Bird Eyes; me inspiró para hacer una canción y decidí que el disco debía llamarse así, porque no me gusta estar mil horas dándole vueltas a las cosas. Su cuadro llegó en el momento justo y fue como un regalo inesperado y oportuno porque ya había visualizado mentalmente qué colores quería para la portada.
Si tuvieras que elegir tres discos importantes para ti, ¿cuáles serían y por qué?
Kind of Blue de Miles Davis es mi disco favorito de jazz y también mi disco favorito del mundo, lo digo en serio. Es lo mejor que ha parido Dios; de hecho Miles Davis es Dios, o sea que se ha parido a si mismo. No tengo ninguna duda sobre ello. Luego el In Rainbows de Radiohead es el disco que más veces he escuchado entero en toda mi vida. Es como una biblia para mí, me siento muy reflejada en cómo está producido. Creo que es su mejor trabajo, aunque la verdad es que todos los suyos son muy buenos. Luego eligiría La figura del buit, de El Petit de Cal Eril; fue la banda sonora del verano en que empecé a tocar por ahí y me trae recuerdos de una época de felicidad. El Petit me ha marcado mucho y ese disco me cambió la vida, o la adolescencia.
Texto: Roger Estrada Fotos: Sergi Fornols Publicado en Ruta 66 (octubre 2015)