RUTA 66. 30 años de rock’n’roll

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En 1997 entré a estudiar cine en la Escola de Cinema i Audiovisuals de Catalunya, la reputada ESCAC. De sus aulas han salido algunos de los nuevos talentos que más han hecho por revitalizar el sector en nuestro país estos últimos años: J.A. Bayona, Kike Maíllo, Javier Ruiz, Arnau Valls, Oriol Maymó, Mar Coll, Óscar Faura, Marçal Forés o Jaume Ripoll, así como decenas de profesionales que, con mejor o peor fortuna, se han ido labrando una trayectoria entre el cine, la publicidad y la televisión. Algo de lo segundo y lo tercero he hecho –bueno, también co-dirigí un documental sobre los 10 primeros años de vida del festival In-Edit–, pero sinceramente creo que lo mejor de mi paso por el ESCAC fue conocer a un par de tipos  que fueron cruciales en mi tardía maduración como persona: Dani Torras y, muy especialmente, Xavi Clara.

Gracias a Xavi –la única amistad que he ido manteniendo de forma cercana desde entonces– conocí dos revistas que iban a cambiar lo que venía siendo mi relación con la música hasta el momento: Popular 1 y Ruta 66. Ojo, el pop y el rock me habían estado acompañando desde bien pequeño –mi primo Dani y mi tío Xavier fueron buenos tutores en la materia–, pero durante muchos años viví la música –como también el cine– de manera solitaria, un entretenimiento privado que tenía lugar entre las paredes de mi habitación. Consciente de que ese autoconfinamiento me encaminaba a ser un futuro psycho killer, decidí derribar los muros de mis inseguridades y abrirme a lo que la nueva realidad universitaria tenía que ofrecerme. Y, claro, una vez cruzado el umbral de la zona confortable ya no hubo vuelta atrás…

Abracé ambas publicaciones con igual entusiasmo, tal era el aluvión de nuevo conocimiento musical, cinematográfico y vital que me proporcionaban. Y con Xavi como Cicerone recuerdo la época en la ESCAC más por los discos que descubrí y los conciertos a los que fui que por los rodajes de clase–algo a lo que, dicho sea de paso, siempre fui bastante alérgico–: «Phaseshifter» de Redd Kross, Green Day y DGeneration en Zeleste, «Scared straight» de New Bomb Turks, Come en Mephisto, «Plastic Seat Sweat» de Southern Culture on the Skids, Phish en Zeleste, «El corazón» de Steve Earle, Mark Lanegan en Garatge, «Smitten» de Buffalo Tom, The Posies en Luz de Gas…

Estaba hambriento de música, de conciertos, de experiencias, de nuevas amistades. Y, claro, cuando yo tengo hambre tengo MUCHA hambre. Devoraba cada número del Popu y cada número del Ruta, pues por aquel entonces conectaba con lo que cada una me ofrecía, que no era poco. Pero quería más, quería poder compartir todo aquello no solo con Xavi y mis nuevos amigos, sino con cualquiera que, como yo, disfrutara de la música y/o el cine. A través de Xavi había conocido a Toni Castarnado y fue él quien, en el año 2000, me propuso a Joan S. Luna de Mondosonoro –en la que llevaba un tiempo colaborando–, para que empezara a escribir de cine, primero, y luego me lanzara a reseñar discos; los más «ruteros», de Mooney Suzuki a Zen Guerrilla pasando por Thee Michelle Gun Elephant o todas las bandas de la escudería Estrus.

Gracias al Mondo me desvirgué y me empecé a curtir como plumilla –escribí sobre infinidad de discos, hice algunas entrevistas que recuerdo con cariño y asistí a un buen puñado de conciertos memorables by the face–, pero mis inquietudes –que iban más allá de la rabiosa actualidad– y mi ego –desmedido en esa etapa de autoafirmación– precisaban de más espacio, más páginas, más libertad. Aunque aprendí y, sobre todo, me reí mucho leyendo el Popu, siempre tuve claro que la revista en la que quería colaborar algún día era el Ruta; compartir páginas con Jaime Gonzalo, Ignacio Julià, Rafa Cervera, Kike Turmix (RIP), Eduardo Ranedo, Fernando Gegúndez, JF León, Manolo D. Abad, Oscar Cubillo, Alfred Crespo o Xavi Mercadé, entre otros, era un puto sueño.

¿Pero cómo me propongo yo para colaborar? ¿Qué puedo ofrecer que no tengan ellos ya previsto reseñar o rememorar en uno de sus espectaculares artículos de 10 páginas? [Alto en el camino: el primer Ruta que cayó en mis manos fue el 127 de abril de 1997. En portada «Los escándalos de Courtney Love»; en el interior tres putos textos que me cambiaron la vida: «James Brown: ir deprisa para no llegar a ninguna parte» (Jaime Gonzalo), «Robert Crumb: políticamente incorrecto» (Ignacio Julià) y «Texas Garage Punk memorandum: La conspiración del león» (Aitor Recalde, aka Jaime Gonzalo)] Sigamos: Mando un mail a ruta66ruta@yahoo.com pero, ¿con qué asunto? El viaje que tenía previsto con mi padre para septiembre de 2001 me iba a dar la respuesta: una entrevista con Terry Adams de NRBQ en Nueva York. Not bad, right? Porque, vamos a ver, ¿qué otra revista de nuestro país era consciente de la pequeña grandeza de la banda más infravalorada del pop-rock mundial? Mandé el mail y el propio Julià me contestó al cabo de poco tiempo dándome un entusiasta OK.

Al ser una entrevista y no un artículo –espacio más óptimo para recuperar a una banda como NRBQ, sin novedad discográfica por aquel entonces–, el texto no se publicaría hasta el extra de verano de 2002 –podéis leerlo aquí–, pero una vez abiertas las puertas de la Maison Routier me abalancé sobre sus páginas en B/N cual hiena sedienta de sangre. Lo primero que publiqué fue una crónica del concierto de Neil Young & Crazy Horse con The Black Crowes de teloneros en el Montreux Jazz Festival –un viaje inolvidable junto a Xavi y otros kamikazes del rock–, aparecida en el número de septiembre de 2001 y recuperada por el amigo Manolo Ruiz Baraibar en su imprescindible blog En la Playa de Neil. La primera reseña fue un texto doble, a petición de Juliá, sobre «Heartbreaker» y «Gold», los dos primeros álbumes en solitario de Ryan Adams, un artista al que abrazamos con entusiasmo y fascinación pues en él reconocíamos algunos de los atributos más atractivos y seductores de los grandes nombres del rock y el pop que nos excitan y emocionan, de Bob Dylan a Bruce Springsteen, de Tom Petty a Van Morrison, de Replacements a The Smiths. [Nota: una de las cosas que me acabó alejando como lector del Popu, además de la fuga de sus mejores firmas y de la abulia para con la actualidad del otrora excitable César Martín, fue el cansino tono de burla homófoba con que éste se refería a la banda de Morrissey y a sus fans.]

Suele hablarse de los primeros 10 años de Ruta 66, del 85 al 95, como de los mejores de la revista, seguramente porque fueron los que asentaron las bases de su personalidad: un carácter propio con unas señas de identidad rockeras insobornables y un perfecto equilibrio entre gamberrismo festivo y profundidad analítica en los textos que consiguió ganarse a lo que se conoce como parroquia rutera en un periodo, no lo olvidemos, muy excitante en lo musical con el Nuevo Rock Americano, el Garage Revival, las primeras hordas escandinavas, la parroquia más guitarrera del indie yanqui, etc. Yo devoré esos años de manera retrospectiva acudiendo a librerías y tiendas de segunda mano que vendían viejos Ruta a precios prohibitivos, pero mis años ruteros fueron los del nuevo milenio, cuando por esa ¿adorable? testadurez del binomio Gonzalo / Juliá la cabecera quizá perdió su trono como la revista-musical-que-hay-que-leer pero sin duda conservó su personalidad, no bailando al son que dictaban las modas. Y es que el Ruta siempre se mantuvo fiel a ese reducto del rock-rock a lomos del cual otros quisieron luego subirse cuando los globos de la electrónica y del indie patrio se desinflaron y The White Stripes recuperaron las guitarras señalando como padres putativos a unos Gories de los que no se recordaban muchas páginas a todo color en la prensa musical de nuestro país…

¡Ahhhhh, las batallitas, las rivalidades entre cabeceras, el Sálvame del music journalism patrio, los exabruptos de ¿lectores? del Ruta ocultos tras risibles nicknames. Eran chiquilladas sin menor trascendencia más allá de nuestro ombliguista gremio y de la descerebrada parroquia que poblábamos esa jungla virtual que se conocía como Ipunkrock, ¡pero qué bien nos lo pasábamos en la era pre-Facebook, pardiez! Porque, como decía antes, uno escribe bien o mal para compartir, para perder horas y neuronas hablando del amenazante riff de Cheetah Crome en el «Sonic Reducer» de los Dead Boys, del lascivo y a su vez temible flash de PJ Harvey en Benicàssim 98, de cómo temblaba Sidecar la primera vez que tocaron Jim Jones Revue en Barcelona o de cómo temblaste tú cuando Neil Young cantó «Old Man» en el Primavera Sound 2009. Gracias a Ruta 66 he podido conversar con algunos artistas a los que admiro –la mayoría recuperables aquí–, he podido publicar algunos artículos de los que me siento orgulloso –en especial los dedicados a Wes Anderson, Warren Zevon, Jay Reatard y el Austin Psych Fest–, he intentado contagiar mi pasión por un buen puñado de álbumes –el «síndrome disco del mes del Estrada» que dijo uno con altas dosis de certera sorna– y, quizá lo más importante, he compartido momentos inolvidables con algunos de los compañeros de la revista…

… Ese viaje a Santurtzi con Gonzalo en 2005 con la excusa de ver a los DTs de Dave Crider y que recuerdo más por las horas compartidas con Gegúndez y Ranedo; las peregrinaciones de cada año al Azkena Rock Festival para ver a algunas de las mejores bandas del momento y, también, para ponernos finos a base de todo lo que de rico y malo para la salud hay en esas tierras; o ese fiestón en Bilbao por el 20 aniversario, memorable tanto por el show de versiones que hicieron Atom Rhumba con Josetxo Anitua (RIP) como cantante –Them, Doc Pomus, Caetano Veloso, Velvet Underground…; piel de gallina al recordarlo–, como por la que liamos toda la troupe routera allí reunida…

Pasarlo bien es para mí la clave: en un concierto de Dictators en Mephisto o escuchando el «Make Yer Own Fun» de los Monarchs en el Badlands, comiendo un grove en el Frankfurt de al lado de Sala Apolo o bailando en una terraza desconocida a las 7h40, leyendo el informe sobre el rock norguego «Olaf is a punk rocker» de Kike Turmix (Ruta 133) o escribiendo un artículo sobre la escena punk de Chicago titulado «Asesinémonos a nosotros mismos, será divertido». Los últimos 15 años han sido los más importantes de mi vida y esta maldita revista siempre ha estado a mi lado, como refugio en el que perderme para dejar atrás los malos momentos y, sobre todo, como proveedor de un caudal inmenso de música / cultura / vida con el que enriquecer mi día a día. Gracias, Ruta, de corazón. Semper fidelis, ¡Routier Forever Forever Routier!

Texto: Roger Estrada
Sigue al Ruta a través de su web, en Facebook y Twitter.

PD: Se oye y se ve como el culo pero la esencia –ruidosa y fea, desastrada y nostálgicamente romántica, necesaria como el aire– de Ruta 66 está condensada aquí:

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