USELESS EATERS. Lunas de sangre

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Un sótano, un cuatro pistas, un adolescente esputándole su cacofónico hastío al botón de REC. Cada vez que se repite esta escena en algun lugar del mundo, todo esto sigue teniendo sentido. Para los chavales y para nosotros, pues el diálogo que se establece a ambos lados de la grabadora –el mensaje encriptado que el primerizo intérprete encapsula a solas con la (no confesa) esperanza de que alguien lo descifre en un futuro–, sigue siendo la fuerza motriz que empuja esto que aquí nos reúne y llamamos música.

Seth Sutton fue uno de esos miles de adolescentes. Nació y creció en Memphis, vive en San Francisco, pero esta noche de martes está sentado en un paquistaní de Barcelona tomándose una cerveza a la espera de tocar en el Lupita del Raval con su grupo Useless Eaters. Es su primera gira europea, pero no la primera vez que nuestro protagonista cruza el charco, pues estuvo viviendo una corta temporada en la base aérea de Ramstein–Miesenbach, en Alemania, donde su padre, piloto militar, fue destinado cuando Sutton era un crío. Puede que la constricción cotidiana de esa temporada en el exilio dejara huella en él, pero sabiendo como sabemos que luego su juventud fue moldeándose en los suburbios de Memphis, parece evidente que fue en sus decadentes, a veces violentas calles donde se formó el caldo de cultivo en el que fermentaron los cacofónicos esputos que lo acabarían arrastrando muy lejos de allí.

Fue otro iracundo vecino de la ciudad del estado de Tennessee, el malogrado Jay Reatard, quién alentó a Sutton a perserverar en una compulsiva necesidad de grabar y tocar que reconocía como propia. Le editó varios de sus primeros singles y se lo llevó de gira por Estados Unidos; una amistad breve pero intensa que le marcó a fuego pues comparten, o compartían, una similar urgencia comunicativa. Hasta el momento son cinco LP, un recopilatorio e incontables singles en apenas siete años; del inclemente, abrasivo punk de sus primeras grabaciones caseras al percutante, angular sonido con sustrato pop y oleaje surf de su última referencia, esa furibunda, desafectada oda a un mundo en perpetuo derrumbe titulada Bleeding Moon.

Memphis, Toronto, Nashville, ahora San Francisco; ¿qué has aprendido de cada una de las ciudades en las que has vivido?
Al crecer en Memphis me influyó especialmente la escena garage-rock local, con Goner Records como epicentro. Recuerdo ir a la tienda con quince años y pasarme horas rebuscando en las cubetas o dejándome aconsejar y descubrir discos increíbles. A los diecinueve me mudé a Toronto y al ser una ciudad más grande tuve la posibilidad de ver en directo a bandas que no solían pasar de gira por Memphis; fue una experiencia enriquecedora que me abrió de miras. Pero no hay duda de que los dos años que llevo viviendo en San Francisco han sido los más importantes a nivel musical para mí, los que más han influido en mi sonido.

Es una ciudad muy atractiva, geográficamente hermosa y creativamente en constante ebullición; tiene una escena muy potente, históricamente California ha sido un buen lugar para hacer música, así que estoy rodeado de artistas de todo tipo de los que aprender y con los que colaborar. He tenido la suerte de encontrar un buen sitio donde vivir, una warehouse que comparto con personas que también intentan ganarse la vida creativamente. Está ubicada en The Mission, el barrio mexicano de San Francisco, una zona muy guay pero que se está poniendo muy de moda últimamente, lo que se traduce en subidas de alquileres, éxodo de vecinos de siempre y llegada masiva de imbéciles con mucho poder adquisitivo. La clásica gentrificación de las grandes ciudades.

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Foto: Brian Pritchard

¿Qué recuerdos tienes de tu infancia en Memphis?
Recuerdo escuchar la música que mi padre ponía en casa, era ruidosa pero me gustaba. Con los años fui enterándome de que eran discos de Devo, The Ramones, Clash y cosas de new wave y post-punk, así que podría decirse que tenía buen gusto para ser un papá. Cuando tenía seis o siete años hicimos un largo viaje en coche y casi tanto como el paisaje que veía a través de la ventanilla recuerdo que me impresionó el álbum de Kraftwerk que sonaba en el radiocasette. De mayor recuperé sus discos y me metí bastante a fondo en las bandas alemanas de esa época; fue como cerrar el círculo. Escuchar esos discos y que me regalaran mi primera guitarra con once años fue lo que echó la piedra a rodar para mí.

¿La pediste tú o tus padres querían inculcarte la tradición familiar de tocar un instrumento?
Fue cosa mía, en casa no hay nadie que toque nada; bueno, mi padre tocó el saxofón en el colegio pero no pasó de ahí. El único miembro de mi familia con una carrera artística fue mi tía, que fue bailarina de ballet para una compañía bastante grande de Estados Unidos y giró por el mundo. Pero aparte de ella, nadie más. Así que no he crecido en un entorno que me haya alentado con conocimiento de causa a desarrollar mis inquietudes creativas, he ido aprendiendo sobre la marcha y de forma autodidacta; quizá lo más complicado de todo este proceso haya sido saber cómo gestionar las dinámicas propias de tener una banda, entender cómo hacer que funcione.

¿Qué fue lo que te empujó a abandonar Memphis?
Nací en un pueblo en las afueras, una comunidad bastante cerrada de mente. Recuerdo estar en el colegio y en el instituto, entre los doce y los diecisiete años, escuchando discos de punk y pensando “tío, tienes que largarte de aquí de una puta vez”. A esa certeza de saberme incómodo donde había nacido se unía el hecho de que al ser mi padre militar siempre estábamos viajando, con lo que no sentía un apego emocional muy fuerte a lo que podríamos entender como un hogar. Creo que eso ha provocado o ha facilitado que para mí no sea ningún problema cambiar de sitio cuando siento la necesidad de hacerlo, cuando quiero experimentar y vivir cosas nuevas. Con todo, conforme me voy haciendo mayor noto que echo más de menos ciertas cosas, ciertas personas de Memphis; pasan los años y las visitas son cada vez más intensas, reencontrarse con viejos amigos y  regresar a según que sitios me afecta más ahora de lo que hubiera imaginado cuando me largué.

¿Cómo fueron tus primeras tentativas de grabación, las primerísimas demos de Seth Sutton?
De chaval toqué en algunas bandas muy influenciadas por el sonido hardcore-punk 80’s y en la última de ellas me hice muy amigo del bajista. Me enteré de que tenía una grabadora Tascam de cuatro pistas a la que no le hacía mucho caso; un día se la pedí prestada y empecé a experimentar con ella, a grabar mis primeras idas de olla. Así empezó todo para mí y Useless Eaters. Tenía 17 años, me había largado de casa, había dejado el instituto, tenía un trabajo de mierda y vivía con unos colegas en una casa enorme en cuyo sótano había instalado la Tascam. En los ratos libres antes o después del curro, me encerraba allí abajo y me ponía a jugar con el cuatro pistas que el colega se había olvidado de reclamarme. Si escuchas las primeras referencias de Useless Eaters es evidente el rollo minimalista, casi primitivo que tienen esas canciones, pero es que todo lo que suena lo tocaba y grababa yo mismo.

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¿Te consideras un perfeccionista?
Llevo desde los catorce haciendo música y es lo que más disfruto, lo que siempre he querido hacer y lo que quiero hacer siempre, a todas horas; no me cuesta nada motivarme para aprender más y más sobre cómo grabar y, también, sobre cómo gestionar mejor toda la logística que implica tener una banda. Porque estar encerrado en casa delante del ordenador grabando temas es solo una parte, a veces incluso puede que la menos importante si quieres que tu proyecto sea viable, llegue a la gente, tenga un futuro. Pero aunque me gusta tener cierto control sobre las cosas, como una especie de plan, es interesante que juegue su papel lo fortuito, lo imprevisible, que la espontaneidad afecte al proceso creativo.

¿Incluso lo imprevisible de compartir ese proceso con el resto de la banda? Lo comento porque las entradas y salidas de miembros han sido una constante desde que empezaste Useless Eaters.
Bueno, quiero pensar que esa época ya quedó atrás, la actual formación es la más sólida y espero que así lo sea durante mucho tiempo. Con estos chicos ya he girado dos veces por los Estados Unidos y ahora ya llevamos unas cuatro semanas aquí en Europa y nos quedan dos más por delante; solo tengo buenas palabras para ellos, piensa que tres de nosotros vivimos juntos, así que si la cosa no funcionara de gira tampoco lo haría en casa. Sé lo que es compartir furgoneta con personas con las que no hay conexión, con las que no tienes nada de que hablar o sencillamente preferirías no hacerlo, así que no podría estar más feliz ahora. En un sentido es mi banda porque yo la empecé, pero no quiero actuar como un dictador controlador, prefiero estar abierto a lo que mis compañeros tienen que aportar. En última instancia se trata de crear un ambiente positivo y alegre porque estar de gira puede ser jodidamente intenso: conduces ocho horas, llegas a la sala, haces la prueba de sonido, comes algo, tocas, se acaba el concierto, unos quieren emborracharse, otros quieren irse a dormir… Así cada día durante varias semanas.

¿Cómo explicas que se hayan editado más singles de Useless Eaters fuera de Estados Unidos que en sellos de tu país?
Creo que en Europa la gente es más abierta, no solo en lo que a música se refiere; ok, sé que es una generalización y que cada país es diferente, pero basándome en mi propia experiencia es la impresión que tengo. Con los sellos europeos siempre me ha sido mucho más fácil sacar adelante un single, incluso cerrar una gira con un promotor; no soy muy entusiasta en lo que a la actual escena underground estadounidense se refiere, hay mucha competitividad y prima una visión eminente capitalista del asunto que empuja a las partes implicadas a subirse al carro de lo que esté de moda en cada momento. Tenemos buenos amigos en sellos, claro, pero en líneas generales siento que la música en sí es lo que menos importa y eso es un poco triste.

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Foto: Giulia Mazza

Para aquellos que sí les importa, para los seguidores de la banda, seguir tu ritmo de producción no es tarea fácil. Cuando vio la luz Hypertension (Jeffrey Drag Records, 2013) era tu cuarto LP en apenas tres años, sin contar docenas de singles. Visto ahora, ¿crees que marcó un antes y un después, por cuanto era el primero que grababas en un estudio profesional y no en tu habitación con el cuatro pistas?
Esa fue una época extraña para mí. Me acababa de trasladar a Nashville desde Toronto, tenía 21 años y salía con una chica que me trataba como una mierda. Diría que estaba empezando a abrir los ojos, a ver el mundo y a relacionarme con las personas de una forma más madura. Fue un proceso confuso y no exento de dolor e Hypertension fue un fiel reflejo de cómo me sentía. Quizá por eso lo detesto, pienso que es un horror; en parte porque me recuerda a todo aquello, en parte porque verdaderamente creo que podría sonar mucho mejor. Lo de grabarlo en un estudio fue porque el dueño era colega y me dijo que me lo hacía gratis; pero luego eché de menos el sonido que conseguía al hacerlo en cinta. Tampoco ayudó a mi satisfacción final el que un sello me dijera que iba a editarlo y luego estuviera dándome largas durante casi un año. Sé que hay gente a la que le gusta pero no guardo un buen recuerdo de todo el proceso.

Avancemos, pues. ¿Cómo surgió la posibilidad de trabajar con Castle Face Records para el lanzamiento de Bleeding Moon?
Conocí a John Dwyer –responsable del sello de San Francisco junto a Brian Lee Hughes y Matt Jones y líder de Thee Oh Sees, n.d.r.– en el festival South By Southwest, en Austin, hace unos años a través de un amigo común. Nos mantuvimos en contacto y cuando me vine a vivir a su ciudad las cosas se desencadenaron bastante solas. En San Francisco siempre conoces a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien, así que hacer algo con John y compañía tenía que suceder. Ha sido un paso importante para el grupo; me cuesta valorar si eso nos dará más repercusión, pero por el momento ya puedo afirmarte que es el mejor sello con el que he trabajado jamás. Son muy profesionales y cercanos, puedo llamarles para resolver cualquier duda o pedirles que me echen un cable sin problemas y ellos no dudan en descolgar el teléfono si quieren proponerme algo que piensan que puede ser interesante. Todo muy fácil, muy fluido; me siento afortunado. Recuerdo que vi a Thee Oh Sees por primera vez en 2007 en Memphis y me volaron la cabeza, así que imagínate lo guay que es para mí, para nosotros poder trabajar ahora con ellos.

En una entrevista reciente comentabas lo siguiente: “Cuando me pongo a escuchar mucha de la música que se hace hoy en día, lo único que oigo es a un puñado de bebés hablando de nada sobre unas melodías mediocres y oídas mil veces”.
¡¿De dónde has sacado eso?!

SF Weekly, 07 de noviembre de 2014. Y seguías: “Creo que es mejor ser agresivo y apasionado que llorón y flácido”. La pregunta de rigor, pues, sería: ¿Alguna banda agresiva y apasionada allí afuera?
Primero tengo que decirte a Scraper, nuestra banda hermana, también de San Francisco. Punk directo, sin tonterías y con unas letras muy originales. Luego hay un grupo de Berlín que no dejo de escuchar últimamente, Puff; synth-punk muy jodido, extraño y molón. En Australia hay una escena muy interesante, con bandas como Total Control, Nun o Eddie Current Suppression Ring, aunque estos ya se separaron y es una verdadera lástima porque eran la hostia. Tocamos con ellos en Memphis durante su última gira; creo que lo dejaron porque querían hacer cosas distintas, pero por suerte tenemos esos tres discos para recordarles.

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Hace ya seis años que nos dejó Jay Reatard; ¿cómo crees que su pérdida afectó a la escena musical de Memphis?
Afectó a mucha más gente a lo largo de Estados Unidos e incluso en Europa. Cuando murió hacía apenas tres años que lo conocía pero nos habíamos hecho muy amigos y habíamos vivido experiencias inolvidables estando de gira. Sé que no tenía la mejor de las reputaciones porque tenía una parte desagradable, pero creo que era su mecanismo de defensa ante el mundo, ante la mierda de mucha de la gente con la que tenía que lidiar. Era directo y honesto, decía las cosas por su nombre y a la cara y en este negocio está lleno de gente que no sabe encajar eso o que te pone buena cara y luego habla mal de ti a tus espaldas. Esta actitud frontal unida a su absoluta entrega a la música me marcaron profundamente; no sé, era un gran tipo, como una especie de hermano mayor  del que aprendí muchas cosas. Fue una mierda que muriera.

En 2012 te juntaste con Ty Segall en Nashville para grabar “I hate the kids”, tema que acabaría siendo la cara A de un single editado por Nashville’s Dead. ¿Quién se lo propuso a quién?
Yo vivía en Nashville en esa época y Ty vino a pasar unas semanas de vacaciones. Ya nos conocíamos porque habíamos tocado juntos con anterioridad, pero fueron amigos comunes los que nos alentaron a grabar algo aprovechando la ocasión. Fue divertido, Ty es muy majo y es genial que alguien como él mantenga el rock de guitarras como algo excitante y con lo que un público no minoritario puede conectar todavía. Grabamos dos temas, uno acabó como comentas en ese single, pero se editaron solo 150 copias y desaparecieron en una sola noche, en la fiesta del tercer aniversario del sello. [Puede escucharse Singles: 2011-2014, recopilatorio editado por Slovenly Recordings, n.d.r.]

Última pregunta. Cuando no estás escribiendo, grabando o girando, ¿en qué te gusta ocupar el poco tiempo libre que te queda?
¡Cocinar! Me defiendo bastante bien, aunque estoy intentando ampliar mi repertorio de recetas. Mi especialidad es el curry estilo thai; ok, puede que no sea algo muy difícil pero te aseguro que el mío está por encima de la media. La pasta también se me da bastante bien y ahora quiero empezar a probar con la cocina española; he comido algunas cosas que ¡wow! Estando de gira por el mundo tienes la posibilidad de probar tipos de comida muy distintos y siempre me apunto los platos que me han gustado para luego buscar en Internet cómo se preparan. ¿Otras aficiones? Disfruto saliendo a patinar con mi skate y últimamente estoy bastante focalizado en aprender más sobre artes visuales y diseño. Es algo que me ha interesado desde siempre, la mayoría de los diseños de Useless Eaters son míos, pero me apetece profundizar en ello y creo que San Francisco es la ciudad perfecta para hacerlo. La música es solo una vía de expresión, hay muchas más que quiero, necesito explorar.

Texto: Roger Estrada

Publicado en Karate Press #1 (2015)

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