
Pocos documentales me han conmovido tanto en los últimos años como Unfinished Plan: the Path of Alain Johannes. La película de Rodolfo “Fito” Gárate, proyectada en la edición de 2018 del festival In-Edit, funciona como incontestable reivindicación de uno de los músicos más respetados y solicitados del rock estadounidense contemporáneo; ahí están los testimonios de amigos / colaboradores como Mark Lanegan, Josh Homme, Jack Irons, Alex Turner o Soundgarden en pleno. Pero lo que la hace trascender más allá de la hagiografía aduladora es cómo se cuenta la verdadera gran historia de la película: la relación, vital y artística de Alain Johannes y Natasha Schneider, dos seres destinados a encontrarse, crear arte juntos y quererse hasta el fin de sus días. Y ese fin llegó, demasiado pronto.
“Tú no tenías miedo de dejarte ir / Así que yo no tengo miedo de dejarte ir”, canta el artista chileno-americano en «Unfinished Plan», última canción de un disco, Spark (Ipecac, 2011), con el que empezó a poner letra y música al largo proceso de sanación por el que sigue avanzando desde que Schneider se fuera. El pasado octubre hizo una única actuación en solitario en España, en Rocksound y en el marco del décimo aniversario del blog Binaural. Fue una velada íntima y emotiva en la que sonaron temas de Spark y Fragments & Wholes, Vol. 1 y de Eleven, el grupo que formó con Schneider y Jack Irons; también ese «Hangin’ Tree» de QOTSA co-escrito con Homme o una devastadora lectura de «Disappearing One», una de las gemas de Euphoria Morning, álbum donde se plasmó la profunda amistad que unía a Johannes y Schneider con Chris Cornell. Él sigue aquí, escuchémosle.
¿Cómo surgió el proyecto del documental Unfinished Plan y qué huella ha dejado en ti?
Cuando falleció Natasha, Josh cuidó de mí como un hermano porque tenía miedo de que no fuera capaz de sobrevivir a su ausencia después de una relación tan profunda de 25 años que él conocía de cerca. Me metió como ingeniero en las grabaciones de Arctic Monkeys y Them Crooked Vultures y fue gracias a la música que logré seguir adelante teniendo a Natasha siempre presente. Curiosamente, no tengo muchos recuerdos directos de ella, quizá están bloqueados, pero grabar mi disco Spark fue como escribirle una carta de amor, una elegía para no olvidarme nunca de ella. Han pasado once años de su muerte, pero todavía la siento; cada vez que canto las canciones de Eleven es como si me comunicara con ella y la fuerza que tengo para seguir es que la gente conozca y valore su legado como artista. Durante esta gira he conocido a distintas personas que han compartido conmigo sus historias de pérdida y me han dicho cuánto han conectado con Spark; es algo alucinante ante lo que solo puedo estar humildemente agradecido.
Volviendo a Josh, él me animó a volver a Chile después de seis años de ausencia, pues sabía que no había conocido nunca a mi padre y creía que reconectar con mi país sería terapéutico. Me invitó a la gira que hicimos allí con Queens y un día, en una emisora de radio, conocí a Fito y me comentó que quería rodar un documental sobre mi regreso a Chile. No era un enfoque que me pareciera muy interesante y él mismo se dio cuenta que tenía que darle una vuelta a su planteamiento, que había otra historia mucho más interesante que contar.
Es sobrecogedor pensar que una película que habla de la pérdida y cómo afrontarla haya estado marcada no solo por la muerte de Natasha: durante el largo proceso de producción perdí a mi madre, a mi padre, a mi tío y, finalmente y de forma totalmente inesperada, a Chris. Dos semanas después de su muerte fui a Santiago de Chile para asistir al primer estreno, la primera vez que me enfrentaba a la película y encima rodeado de todo el público. Fue una experiencia muy intensa, pero creo que Fito consiguió una película hermosa y sensible.

En el caso de Natasha pudiste despedirte de ella, estar a su lado durante la enfermedad, pero nadie de los que queríais a Chris Cornell tuvisteis esa oportunidad.
Todavía no sé cómo gestionar su pérdida. Habíamos hablado no hacía mucho, parecía en paz e ilusionado con su carrera y con su vida. Éramos amigos desde hacía muchos años, sabía de sus depresiones y había visto cómo las había superado y cómo usaba su arte, su música para navegar por sus zonas más oscuras. Y, además, tenía auténtica pasión por su familia, por sus hijos y su esposa… No sé, procuro no pensar demasiado en ello porque no alcanzo a entenderlo.
La tragedia ha marcado también a Eagles of Death Metal, con los que colaboraste en Death By Sexy y Peace, Love and Death Metal.
¿Sabes que estuve a punto de ir a su concierto en la sala Bataclan? Estuve con ellos el día anterior cuando tocaron en Londres y tenía que volver a verles en París, pero la amiga francesa con la que iba a ir tuvo que sustituir a una compañera en el trabajo; le dije que ya les había visto muchas veces, así que quedamos que iría a visitarla a Perpiñán. Llegando allí empezó el tiroteo y nos pasamos toda la noche despiertos viendo las noticias. Intentábamos contactar con Dave [Catching, guitarrista y co-fundador del estudio Rancho de la Luna], pero estaba encerrado en el baño de la sala y no tenía cobertura. Fue muy angustioso y finalmente muy triste y totalmente incomprensible.
Sé que resulta inquietante, pero con Queens tuvimos que cancelar nuestro concierto en Londres por el atentado en el autobús de 2005 y con PJ Harvey llegamos para tocar en Barcelona pocos días después del atentado de 2017. Teníamos el hotel precisamente en Las Ramblas y vimos todas las ofrendas florales.
Creo que necesitamos cambiar de tercio.
Bueno, son experiencias de vida trágicas que me hacen ver que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Hay que confrontar los golpes de la vida, protegerse de los problemas es como vivir anestesiado y tener una relación más plana con uno mismo. Yo necesito sentir las cosas para sentir que estoy vivo.
Hablemos de tu participación en el disco de PJ, The Hope Six Demolition Project.
A Polly la conocí en 2003 durante las Desert Sessions 9 y 10; se mudó a Los Ángeles y se compró un apartamento donde solíamos quedar casi cada semana. Desde el principio hubo una conexión especial y se creó una gran amistad. Siempre que volvía de gira nos veíamos y llegó un día que me escribió para hablarme de este proyecto en el que estaba trabajando y para el que estaba contactando con músicos amigos con los que había colaborado a lo largo de su carrera. Volé a Londres, llegué a Somerset House, bajé al estudio rectangular que habían construido en el sótano y allí me encontré con John Parish, Kenrick Rowe, Mick Harvey, Alessandro Stefana, Enrico Gabrielli y el resto de músicos. Surgió una química especial entre nosotros mientras tocábamos en esa especie de instalación de arte: al otro lado de los cristales el público asistía tanto a los ensayos como a la grabación, podía observar cómo tocábamos, pero nosotros no lo veíamos porque de nuestra parte los cristales estaban tintados.

Luego salimos de gira y seguimos una disciplina bastante estricta; no en cuanto a coreografías de directo sino de una cierta actitud que debíamos mantener y que nos obligaba a no mantenernos estáticos, a movernos por el escenario. Fue año y medio de gira, admirando cada noche la capacidad de Polly para liderar ese grupo de diez músicos que formábamos y su manera de enfocar y dar vida a las canciones.
Hace un año editaste «Luna A Sol», la primera grabación de tu trío junto a los hermanos Felo y Cote Foncea. Volviste a contar con la complicidad de Ipecac Records, el sello de Mike Patton que había respaldado Spark. Háblame de vuestra conexión.
No nos conocimos hasta años después de que editara Spark, en una fiesta organizada por Josh donde nos caímos muy bien. Luego apareció algunas veces en la gira con Polly, pues es amigo de Alessandro y Gabrielli, con los que toca en Mondo Cane. En paralelo, yo iba dando forma al proyecto del trío, tocando temas de Eleven y del disco en solitario, hasta que en un viaje decidí intentar escribir una letra en español. No quería hacer una traducción forzada del inglés, así que estuve trabajando en ella dos meses para que finalmente me surgiera de manera natural: cuando lo logré invité a Mike a cantar y me dijo “claro que sí”.
Grabamos «Luna A Sol»y Greg [Wreckman, co-fundador de Ipecac] me ofreció un contrato para editar el disco, pero tuve que volver a grabar con Mark Lanegan y a actuar con él acompañando a Dead Combo, una banda portuguesa a la que produje su último disco. Y entonces tuve una recaída emocional fuerte, depresión, y me sentía muy mal; me hice un chequeo y tenía la presión muy alta y hierro tóxico en la sangre. Decidí cuidarme, comer mejor y dejar de fumar, y me di cuenta de que necesitaba reconectar con la gente: contacté con mis amigos en Europa y de ahí surgió esta gira, luego con mis compañeros en el trío para grabar ese disco pendiente el año que viene. Pero antes entraré al estudio para un nuevo disco en solitario, siento que necesito comunicar algo más del proceso del que hablaba en Spark, contar dónde me encuentro ahora.
Hace veinte años, en octubre de 1999, te encontrabas no muy lejos de aquí, en el Casino L’Aliança del Poblenou, actuando junto a Natasha y Chris en la presentación de Euphoria Morning. ¿Recuerdas esa noche?Recuerdo la locura que se desató cuando terminamos: cogimos el bus para ir al hotel y empezaron a seguirnos más de veinte coches de fans. Natasha dijo “paremos y busquemos un restaurante cerca del hotel para estar un rato con ellos”. Y eso hicimos: salimos todos, nos hicimos fotos, firmamos discos y estuvimos charlando más de una hora. El dueño del restaurante lo observaba todo entre enfadado e incrédulo, pero comimos muy bien y compartimos un momento muy especial con esos chicos.

No puedo terminar sin preguntarte por esta ouija que vendes en tus conciertos.
Fue idea de Röel, un gran amigo sin el que esta gira no hubiera sido posible: ha diseñado y planchado manualmente sobre madera cada una de las tablas que hemos puesto a la venta en edición limitada. Hay quien le tiene miedo a la ouija y hay quien se siente atraída por ella, yo no pienso que sea negativa o positiva por ella misma. Con Natasha tuvimos una casa en la que se sospechaba que había espíritus, pero siempre aparecían cuando estábamos de gira y dejábamos a alguien cuidando de ella. No estoy seguro de que uno pueda realmente hablar con los muertos porque su esencia ya se fue, pero es posible que permanezcan ciertas energías que puedan ser notadas por las personas más sensibles. Creo que la ouija sirve para aquellos que sienten que se han dejado algo por decir a los que se han ido o para preguntarles debajo de qué árbol escondieron el dinero. (Risas)
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (diciembre 2019)
