DON LETTS. Punk-reggae celluloid party

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Impresionan sus interminables rastas e impresiona su infatigable labia. Don Letts (10 de junio de 1956; Londres, Inglaterra) estuvo a finales de octubre en Barcelona invitado por el In-Edit Beefeater, el Festival Internacional de Cine Documental Musical que, en su quinta edición, le rindió homenaje con una retrospectiva que incluía dos de sus filmes más aclamados –Punk:Attitude y The Clash: Westway to the World– y tres de sus últimas producciones, estrenadas en España en el marco del festival –Franz Ferdinand: Rock It To Rio, Tales of Dr. Funkenstein: George Clinton y Soul Britannia–. Analista lúcido de un presente musical en el que no acaba de encontrarse cómodo, cronista de una época pasada, la de la explosión punk británica, que evoca aunando nostalgia y mordacidad, Letts mantuvo clavado en su asiento al arriba firmante durante más de una hora de conversación apasionada y llena de frases-sentencia cargadas de verdad. “Quiero hallar en el presente cosas que me apasionen y me hagan vibrar. Pero cada vez resulta más difícil dar con algo nuevo, fresco y excitante. No encuentro hoy en día bandas que me lleguen al corazón como entonces, no conecto con unos nuevos Clash o unos nuevos Sex Pistols, ¿dónde están? Yo no los veo. Cuando yo empecé, las bandas eran 100% anti-sistema, iban en contra del orden establecido, a nivel estético, musical, industrial y social. Hoy en día, la mayoría quieren ser parte del sistema, me aterra comprobar el conservadurismo de la gente joven. En los días del punk rock solíamos decir ‘nunca te fíes de alguien mayor de 30 años’. Bien, pues hoy en día miro a mi alrededor y pienso que quizá no deberíamos confiar en los menores de 30. Hace poco unos chavales me dijeron que sonaba como un viejo cascarrabias; le di vueltas a ello y llegué a la conclusión que si estoy cabreado es porque los jóvenes de hoy no lo están bastante. Pero, hey, el mundo es algo enorme y maravilloso y si tienes la fortuna de dar con lugares recónditos donde a los críos no les han comido la cabeza con la MTV, apreciarás ideas muy interesantes. Creo firmemente que la auténtica revolución la promoverán los más inocentes y amateurs; el resto estarán todos leyendo el mismo libro, esa es la parte negativa de la globalización”. Hijo de una pareja de inmigrantes jamaicanos llegados a Inglaterra a finales de la década de 1940, el pequeño Letts mamó de una doble fuente cultural, la que surgía de la tradición jamaicana familiar y aquella que aprehendía de sus compañeros de clase en la Escuela Primaria del Arzobispo Tennyson, en el Sur de Londres, donde durante seis años fue el único estudiante negro. Allí se empapó de la música que gustaba a sus amigos blancos (The Beatles, The Rolling Stones), unos sonidos que se mezclaron de forma natural con los efluvios negroides que emanaban del estéreo familiar. En casa, siempre presente, la música de Bob Marley, leyenda socio-cultural para los jamaicanos a quien Letts idolatró desde su más tierna infancia y con quien acabaría trabando una sincera amistad, como recordó en el perfil que trazó para la web de Marley este mismo año bajo título Don Letts: In his Own Words: “Mis padres son jamaicanos, pero como miembro de la primera generación de negros nacidos en Gran Bretaña, sentía que formaba parte de una tribu perdida. Yo y los míos sabíamos cómo debíamos sonar gracias a discos como Catch a Fire de Bob Marley, que supuso una revolución para todos nosotros, tanto por su contenido lírico como por la fuerza de su música. (…) Pero a pesar de que teníamos la banda sonora, no gozábamos de acompañamiento visual, pero eso cambió gracias a dos cosas: ver el filme The Harder They Come y asistir al concierto de Bob Marley en el Lyceum de Londres, el 19 de julio de 1975. Ahí estaba un hombre que había alcanzado el éxito por méritos propios y sin esperar la bendición de la sociedad. Salí de allí siendo otra persona, más poderoso e inspirado. Tras verle en uno de sus últimos shows, en el Hammersmith Odeon a mediados de 1976, seguí el autobús de gira hasta su hotel y logré colarme en su habitación. Allí, entre la muchedumbre, Bob se fijo en mi porque estaba hundido en un sofá con una seductora bolsa de hierba. Me invitó a sentarme junto a él y estuvimos charlando hasta que salió el sol… y se acabó mi hierba. Fue el inicio de nuestra relación”.

Por aquel entonces, el inquieto Letts había conseguido trabajo en la tienda de ropa Acme Attractions gracias a su amistad con John Krevin, dueño del negocio junto a Steph Raynor. Acme empezó siendo un pequeño puesto en las galerías The Antiquarius de King’s Road, en el distrito londinense de Chelsea. Pronto tuvieron que reubicarse en el sótano, debido en gran medida a las quejas de los demás comerciantes ante el estruendo de los discos reggae en clave dub que Letts pinchaba a todas horas para amenizar las compras de los clientes. Acme estaba ubicada en la misma calle que SEX, la famosa tienda que regentaban Vivienne Westwood y Malcolm McLaren, epicentro estético-social de la explosión punk londinense. En 1976, Andy Czezowski, contable de Acme y actual dueño del club londinense The Fridge, percibió que la creciente clientela que se arremolinaba entorno a Acme y SEX no tenía un garito en el que quedar para tomar algo y escuchar su música favorita y decidió abrir el club The Roxy en la calle Neal de Covent Garden. A finales de ese año organizó tres conciertos: el primero, el 14 de diciembre, lo dieron Generation X, banda de la que era mánager; la noche siguiente actuaron los Heatrbreakers de Johnny Thunders y el día 21 un doble cartel con Siouxsie & the Banshees y Generation X. Con todo, la gala de inauguración oficial vivió una velada inolvidable con los shows de The Clash y The Heartbreakers. Czezowski, sin embargo, tenía un problema: llenar el tiempo muerto entre concierto y concierto. Como por aquel entonces no había muchos discos de punk en el mercado le dio vía libre a Letts para que amenizara la espera con su amplia colección de vinilos.

Así fue como, desde su puesto de DJ residente del Roxy, introdujo a la comunidad punk-rock en los sonidos reggae que también formaban parte de una educación musical, la suya, abierta al mestizaje, al intercambio cultural. Si el speed era la droga de moda entre los punks que exponían su mente al desgarro sonoro de MC5 o The Stooges, cuando Letts introdujo los ritmos penetrantes, el groove psicodélico de temas como «Under Heavy Manners» de Prince Far, los canutos empezaron a apoderarse del Roxy. Amigo íntimo de John Lydon y los chicos de The Clash, Letts solía llevárselos de juerga a los sound sytems de pioneros locales del roots reggae como Jah Shaka, Moa Ambessa o Coxsonne, donde el mensaje socio-político se adentraba en su mente de forma alta y clara, y donde los pasos de sus amigos destacaban de forma notoria. “Me alegra haber ayudado a mis amigos blancos a conocer mi cultura y que ellos hicieran lo mismo conmigo. Fue reconocer y respetar nuestras diferencias lo que nos hizo íntimos, no pretender que éramos lo mismo. Recuerdo un día que fui a casa de Marley porque me debía algo de dinero. Llevaba puestos mis pantalones punk y Bob empezó a reírse de mí. Me dijo: ‘Pareces uno de esos sucios punks’. Él solía leer los tabloides británicos y la imagen que daban de los punks era siempre negativa. Le dije: ‘Bob, esos tipos son mis amigos, compartimos un espíritu, unos ideales’. Él reaccionó en plan ‘vete a la mierda, hombre’. Así pues, la última vez que hablé con Bob discutimos acerca del punk. Tres meses después parece que ya había entendido de qué iba la cosa y escribió el tema «Punky Reggae Party». Estoy muy orgulloso de haber formado del movimiento punk y haber sido partícipe de su credo, DIY (do it yourself, hazlo tú mismo, ndr). Algo importante de aquel movimiento es que no establecía barreras entre el grupo y su audiencia; la idea era decirle al chaval que te venía a ver: ‘hey, tú también puedes formar parte de esto’.”

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Esa misma actitud participativa a la que alude Letts fue la que le llevó a tomar cartas en el asunto y aportar su granito de arena al movimiento. Siempre se ha reconocido un cero a la izquierda con un instrumento en las manos, así que optó por armarse con la cámara Super 8 que le había regalado Caroline Baker, por entonces editora de moda de la revista Vogue, y filmarlo todo. Hizo un primer tanteo de su nuevo jueguecito siguiendo a The Slits –grupo para el que hizo de manager durante un breve periodo de tiempo– cuando estás hicieron de teloneras, junto a Subway Sect, de The Clash en la gira White Riot. La experiencia le dejó exhausto y de vuelta a casa decidió centrar el objetivo de su cámara en el escenario del Roxy para dejar constancia de todo lo que acontecía cada fin de semana en él. El resultado final, de incalculable valor histórico (más que cinematográfico), sería The Punk Rock Movie, documental crudo como la música que contenía, esputos de descontento lanzados desde el escenario por Clash, Hearbreakers, the Banshees, Generation X, Wayne County & the Electric Chairs, Slaughter and the Dogs, The Slits, Eater, Subway Sect, X-Ray Spex y Alternative TV. La actuación que aparece en el filme de Sex Pistols es la única no rodada en el Roxy sino en el cine Screen On The Green de Londres, el 3 de abril del 77, noche que supuso el debut oficial de Sid Vicious en directo. También pasean palmito por la cinta Debbie Juvenile, empleada de SEX y modelo para Westwood y McLaren, o un jovencísimo Shane MacGowan que por aquél entonces militaba en The Nipple Erectors y que ya había lucido piñata en un tabloide inglés cuando, bajo el título “Canibalismo en un concierto de The Clash”, se publicó una foto suya cubierto de sangre tras el mordisco en la oreja de una novia celosa durante un bolo de Strummer y compañía. Por increíble que parezca, The Punk Rock Movie se proyectó en muchos cines de Gran Bretaña como peli de serie B en una doble sesión con el estreno del año, La guerra de las Galaxias, de George Lucas. El boca-oreja funcionó de tal manera que Martin Scorsese –que ese mismo año filmaría El último vals– pidió una proyección privada y el mismísimo Federico Fellini aplaudió la cinta y afirmó que Letts era un terrorista visual.

“Echando la vista atrás es muy fácil sentirse fascinado por la explosión punk, pero en aquél momento no éramos para nada conscientes de que estuviéramos viviendo algo que fuera a perdurar en la historia. Lo vivíamos en presente, era reconfortante tener algo que servía de plataforma de expresión a tu decisión de no quedarte lamentándote ante el estado de las cosas, de tomar partido. Es lo que se decía por aquel entonces: los Pistols te darán ganas de romperte la cabeza contra la pared, pero los Clash te darán un motivo. Me enerva que afirmen que el punk fue un movimiento nihilista; para nada, te daba fuerza, libertad y energía para tomar cartas en el asunto, te activaba. En mi opinión el punk-rock murió por dos motivos. Murió cuando Sid Vicious nació, no literalmente, sino cuando surgió el personaje, el “poster boy” que necesitaban los tabloides. Y murió cuando los Sex Pistols aparecieron en el show de Bill Grundy y se comportaron como imbéciles. Al día siguiente, todo el mundo creía saber de qué iba el punk: chavales cabreados y maleducados, que escupían e insultaban. Pero eso era falso; de hecho, cuando sucedió ese incidente, buena parte de los grandes grupos punk sufrieron un cambio. Y, curiosamente, la música que vino a continuación acabaría resultando mucho más interesante; el post-punk me parece más atractivo e inteligente que el arranque inicial del punk, crudo y ruidoso. Sí, el punk sirvió para que los chavales exteriorizaran la rabia acumulada, pero una vez escupida del interior, llegaba el momento decisivo: ‘qué voy a hacer ahora’. Y fue entonces cuando los grupos crecieron artísticamente: compara el debut de los Clash con London Calling; el disco de los Pistols y el debut de P.I.L.”

Fue precisamente con el bueno de John Lydon, con quien Letts establecería una relación de amistad más intensa. Tras la disolución de los Pistols, Richard Branson, el presidente de Virgin, decidió llevarse a Lydon de viaje a Jamaica para escapar de los paparazzi y, de paso, fichar nuevos talentos para su nuevo sello reggae, Frontline. Letts se unió a la tropa y fue testigo directo de como la exposición directa al dub profundo y espacioso de los sound sytems de Kingston fue un elemento clave en la cristalización del mantra de drones y líneas de bajo pesado con el que Lydon, Jah Wobble, Keith Levene y Jim Walker sentarían las bases del nuevo orden post-punk a través del primer disco de Public Image Limited. Durante su estancia allí, el imprevisible Lydon solía salir a la calle vestido de negro de la cabeza a los pies, incluyendo gruesas botas de motero negras, sombrero negro y un abrigo de lana ¡también negro! La explicación de Letts: “no quería volver a Londres bronceado”. Los rastas acogieron a Lydon como uno de los suyos, le veían como “el Don punk de Londres”, sabían de sus problemas en Inglaterra y respetaban su determinación y su valentía. “Aterrizamos en Jamaica y se empezó a correr la voz: ‘hombre blanco rico busca nuevos talentos’. Fue llegar al hotel y todos los músicos o aspirantes a músicos del país, a excepción de Bob Marley, Peter Tosh y Burning Spear, nos estaban esperando para conseguir un contrato. Para nosotros fue increíble conocer a toda esa gente; todavía éramos unos chavales mitómanos y estábamos conociendo a algunos de nuestros héroes, como I-Roy, U-Roy, Big Youth, The Gladiators, The Abyssinians, Culture… Un día acabamos en el estudio de Lee Perry y ese genio alocado se sacó de la manga dos versiones reggae de los Pistols. ¡Fue muy divertido, absurdo pero divertido! (risas).”

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Coincidiendo con la publicación del debut de P.I.L., Wobble y Levine se sacaron de la manga un EP titulado Steel Leg vs Electric Dead para el que invitaron a Letts a rapear en el tema «Haile Unlikely», debut discográfico (inencontrable) de nuestro protagonista. La conexión P.I.L. espoleó también su salto a la palestra en un nuevo formato que acabaría siendo su sustento principal durante muchos años: los videoclips. Letts puso su talento y su cámara al servicio de artistas tan dispares como Black Uhuru, Funboy 3, Elvis Costello, Bob Marley, The Pretenders, Jimmy Cliff, Ratt, Beenie Man, The Pogues, Eddie Grant, Musical Youth, Deep Forest, the Jungle Brothers o Black Grape… Y Big Audio Dynamite, claro. En 1984, Mick Jones, recién expulsado de The Clash, decidió montar un nuevo grupo y su buen amigo decidió apuntarse a la juerga, claro. “Aceptar la invitación de Mick no fue nada difícil; era en plan ‘¿quieres estar en una banda de rock’n’roll con un tío cool?’ (risas). Creo que lo más interesante de nuestra propuesta es que éramos un claro reflejo de la multiculturalidad presente en la sociedad británica; sí, había blancos y negros en el grupo, pero musicalmente también era mestizo: sonido de bajo jamaicano, beats que eran puro hip-hop neoyorquino, la guitarra rock’n’roll de Mick… Fue una época muy divertida. Recuerdo un viaje a Jamaica con Mick Jones; acabábamos de terminar nuestro segundo disco –No.10, Upping St, de 1986, ndr- y decidimos irnos allí para descansar. Keith Richards nos invitó a pasar unos días en la casa que tenía en Ocho Ríos. Un marco incomparable y peculiar, custodiado por seis o siete rastafaris que le vigilaban la choza mientras él se ausentaba y que se unían a él en las jams que organizaba hasta que salía el sol”.

Letts ha vuelto a “la madre patria” en varias ocasiones desde entonces, aunque guarda muy especial recuerdo de cuando estuvo en la isla rodando dos de sus proyectos más personales, sus dos filmes de ficción hasta la fecha. Dancehall Queen, rodada en vídeo digital en Kingston en 1997 junto a Rick Elgood, fue concebida como una versión moderna del clásico local The Harder They Come, y está considerada como una de las producciones más relevantes del cine jamaicano. One Love (2003), estrenada en Cannes con cierto éxito, narra una más convencional historia de amor ambientada en Kingston. Con todo, el prestigio como realizador que ha ido adquiriendo Letts en la última década lo ha alcanzado a través de una serie de documentales musicales en los que, pese a las limitaciones presupuestarias, se ha volcado de forma vívida y sentida a glosar las trayectorias de artistas a los que admira y respeta por su singularidad. A parte de los títulos dedicados a artistas de la popularidad de The Clash –por cuyo documental obtuvo un Grammy en 2003– o Franz Ferdinand –“Echaba de menos salir a la carretera y vivirlo todo en primera línea de fuego, como en los viejos tiempos del punk-rock”–, Letts pone especial énfasis en hablar de sus filmes, algunos de ellos todavía inéditos en España, sobre George Clinton, Gil Scott-Heron, Sun Ra o Lee “Scratch” Perry. “Cualquier proyecto en el que decidas involucrarte y que no sea popular, olvídate de tener un gran respaldo económico. ¿Sun Ra? ¿Gil Scott-Heron? Eso no le interesa a nadie; es triste, pero era totalmente consciente de ello y no por eso iba a dejar de ponerlo todo de mi parte para hablar de ellos. Lo que me atrajo de George Clinton es que siempre me han atraído los artistas negros que no se definen por su color. Y en mi búsqueda de la creatividad individual siempre fijo mi mirada en ese tipo de gente. Gil Scott-Heron es un tipo sumamente importante porque te fuerza a analizar tu propia conducta; ¿pero dónde encontramos hoy en día voces como la suya? En los viejos tiempos podían culpar a la compañía de discos, al gobierno, al sistema; hoy en día los chavales deberían hacer autocrítica y darse cuenta que ellos también forman parte del problema, porque si no cuestionas la autoridad, acabas siendo cómplice de sus errores”.

Punk: Attitude (2005), uno de los títulos más aplaudidos en In-Edit, es la esperada aproximación de Letts al boom del punk, británico y neoyorquino, y a su posterior crecimiento, ramificación y asimilación por parte del establishment, con divertidas, agudas, certeras, punzantes declaraciones de personajes clave como David Johansen, Wayne Kramer, Legs McNeil, Mick Jones, Tommy Ramone, Jello Biafra, Henry Rollins o Thurston Moore. Aunque extraña la ausencia de Iggy Pop y Patti Smith y descoloca el apresurado y superficial resumen de lo acaecido las dos últimas décadas en el género, Letts se siente incómodo ante su obra por otros motivos. “En el filme se habla del aspecto musical del punk, pero el punk no se reducía solo a eso. Cuando empecé a trabajar en el proyecto mi intención era hablar de directores como Luis Buñuel, artistas como Marcel Duchamp o humoristas como Jenny Bruce, todos ellos tenían un espíritu punk. Creo que es importante que la gente entienda que la actitud punk no solo se circunscribía al aspecto musical. En la actualidad, la música es el lugar menos indicado para dar con una actitud punk; si quieres estar en la MTV y en lo más alto de las listas; ¿cómo de radical puedes ser? Marilyn Manson puede quemar unas monjas en el escenario y a la semana ya puedes comprar el DVD del show en cuestión. El estallido punk británico produjo toda una subcultura que va más allá de lo estrictamente musical: fotógrafos, diseñadores, directores como yo… Suele decirse que después de ver en directo a los Clash o los Pistols muchos chavales formaron sus propias bandas; eso es cierto, sí, pero también hubo otros jóvenes que cogieron esa actitud, esa energía y con ellas impregnaron lo que fuera que quisieran hacer con su creatividad. Es por eso que hoy en día se sigue hablando del punk, si fuera solo por el aspecto musical no creo que estuviéramos hablando ahora mismo de ello. Cambio la vida de la gente, cambio la mía. Me gusta creer que la música sigue teniendo esa capacidad de hacerte cambiar la manera de pensar y no sólo empujarte a cambiar de zapatillas”. Amén.

** Nota: Como se han quedado cosas en el tintero, nada mejor que invitar al lector a devorar la autobiografía de Don Letts Culture Clash: Dread Meets Punk Rockers. Para ambientar la lectura sugiero el doble recopilatorio Don Letts Presents the Mighty Trojan Sound: Selected from the Trojan Vaults.

http://www.bbc.co.uk/6music/shows/don_letts/

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (diciembre 2007)

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