FRANK BLACK. Otra entrevista sin pelos en la lengua

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“¡Soy el adolescente del año! ¡Soy el adolescente del año! ¡Soy el adolescente del año!”, grita un histérico Frank Black sobre la temblorosa tarima de la sala Apolo de Barcelona. Que se jodan los Pixies, que se joda Nashville, ¡Dios bendiga a Herman Brood! El artista de culto holandés, torbellino humano, junkie suicida y creador radical, ha marcado a fuego el inesperado, ciertamente sobrecogedor, tour de force acometido por Frank Black, ahora de nuevo Black Francis, en su último disco en estudio, “Bluefinger” (Cooking Vinyl / Discmedi). Después de la gira-karaoke de retorno (a medias) de The Pixies y tras grabar “Honeycomb” y “Fast Man Rider Man”, sus dos incursiones en los sonidos del Sur de EEUU de la mano de veteranos session men como Spooner Oldham, Steve Cropper y Anton Fig, Francis vuelve a salirse por la tangente, cuando ya nadie espera nada nuevo de él. Craso error, ya lo dijo en una entrevista: “Nunca te gustarán mis jodidos discos si solamente los escuchas una vez”.

Es por ello que, a mi entender, el recientemente editado recopilatorio “93-03” funciona solo a medias. Sí, cumple su misión como seductora, directa tarjeta de presentación para neófitos, como una especie de resumen apresurado para aquellos que no quieran hacerse con los once discos editados por el orondo ex –duendecillo desde que mandó al carajo a Kim Deal, pero menoscaba el disfrute que uno halla en las carreteras secundarias que uno transita al escuchar sus trabajos de cabo a rabo, ya sea perdiéndose en la delicadeza de “Every Time I Go Around Here” (“Frank Black”, 1993), en las andanzas del primer colectivo socialista californiano de “Llano del Río” (“Dog in the Sand”, 2001) o en el acento latino de “This Old Heartache” (“Show Me Your Tears”, 2003). Cierto, la sombra de su legado como artífice del grupo que subvirtió las reglas del rock hace ya veinte años sigue siendo demasiado alargada como para ayudar a poner más luz sobre el trabajo en solitario de Francis. Y más aún si, contradicciones de la vida, el propio interesado reactivó el culto con la tan ansiada (¿también por ellos?) gira de reunión. Pero FrankBlackFrancis no ha venido a Barcelona a justificarse. Se la suda nuestra opinión, pero con una elegancia y un sentido del humor que destierra cualquier atisbo de esa prepotencia tan recurrente hoy en día en otros artistas, jóvenes y veteranos, cuya carrera no posee ni la relevancia ni la coherencia de este cuarentón todavía belicoso, un tipo que sigue comiéndose la vida a bocados.

Conocedor de su buen paladar (hay gordos sin él, como demuestra Matthew Sweet), y una vez finiquitada la entrevista en un bar de tapas algo desolador, me atreví a sugerirle un tentempié distendido en una taberna-delicatessen cercana, el Quimet & Quimet. Salivando cosa mala, se sumergió en un festín gastronómico para contarnos a los presentes, entre sorbo de crianza y degustación de ahumados, su apacible vida con su mujer e hijos en Eugene (Oregón), el secreto ancestral de la pesca del salmón guardado por los emigrantes vascos afincados en Massachussets, o cómo se divirtió poniéndole voz al Diablo en la corrosiva serie de animación “Lil’ Bush” (¡y con Jeff Tweedy haciendo de Dios!). Divertidas anécdotas off the record; más risas, alguna que otra puya y el coñazo que supone seguir el videojuego “Sims”, a continuación…

¿Cómo planteaste “Bluefinger” después de tu intensa inmersión en lasmúsicas de Nashville?
Llamé a un nuevo amigo mío, Mark Lemhouse; sabía que era alguien respetado dentro de la escena blues, pero sinceramente desconocía sus discos. Le dije “tú serás el productor” y el reaccionó extrañado, no esperaba que yo confiara en un “desconocido” para encargarse de ello. Mi planteamiento era que a veces necesitas tener a un productor, no es obligatorio que tenga grandes ideas, solo que sea capaz de tener una visión general de la grabación y solventar los problemas que surjan durante la misma. Alguien que ha grabado discos sabe anticiparse a esas situaciones y echar una mano para que no se ralentice todo el proceso. Su background era el ideal porque aunque él viniera del blues yo no quería repetir lo que ya había hecho en mis dos anteriores trabajos, así que le dije: “Mira, ya he estado en Nashville grabando, ahora no quiero saber nada ni de roots ni de blues”. Y él entendió a la perfección lo que no quería, él conocía al enemigo (risas). Me pregunto cómo habrá afectado al concepto general del disco. Siempre he detestado cuando me preguntaban por la idea que subyacía debajo de mis trabajos; ¿qué más da? lo único que importa es la canción; empieza, se desarrolla y llega a una conclusión, ¿a quién coño le importan “Quadrophenia” o “Tommy”? Lo que todos conocemos es “Baba O’Riley”, esa es la esencia que nos llega, que nos emociona.

Pero entonces tu descubrimiento de la obra Herman Brood desencadenó una revolución digamos temática en “Blueprint”, ¿no es así?
Quedé con Mark en un hotel poco antes de empezar las sesiones de grabación, descorchamos una botella de tinto y empezamos a charlar de lo que teníamos entre manos. Le mostré esbozos de las canciones que estaba escribiendo, todavía sin letra y él me contó que estaba preparando un disco conceptual sobre un asesino en serie. No es que en ese preciso instante pensara “¡mola, voy a hacer un disco temático!”. Para nada. Pero ahora veo que todo encaja, que cuando al poco tiempo descubrí a Herman Brood, sentí la necesidad de articular el nuevo disco entorno a él. Su canción “You can’t break a heart and have it” me cautivó tanto que sin darme cuenta empecé a obsesionarme con él, usando BabelFish para traducir los artículos y entrevistas que hay colgadas en su web (www.brood.nl). Así que cuando empecé a escribir la primera de las letras para el disco sólo podía hablar de Brood, lo mismo me ocurrió con la segunda y entonces lo vi todo claro: toda la información acumulada, todo el material sonoro y fotográfico, todas las pinturas, todo aquello relacionado con Brood a lo que me había expuesto de forma tan intensa estaba conectando de forma mágica y surgiendo de manera natural en forma de canciones.

¿Qué crees que te atrajo de Brood para impactarte de tal manera?
¿Quién coño lo sabe? El carisma, supongo. ¿Qué coño le atrae a la gente de Kim Deal? Puede que no esté tocando una nota, que no esté cantando, que sólo esté ahí apoyada en su bajo fumando un cigarrillo. Pero suelta un “heeey!” (pone una voz ridículamente infantil, ndr) y el público se vuelve loco. ¿Por qué? Porque sí, tiene ese carisma.

¿Y por qué has decidido recuperar el alter ego Black Francis para el nuevo disco?
Algún día tendré que sacar uno bajo el nombre de Charles Thompson, ¿no crees? (risas). No sé, echaba de menos lo de Black Francis, que fue el nombre que me propuso mi padre hacer más de veinte años cuando le dije que quería buscarme la vida como músico. No me preguntes de donde lo sacó, mejor mantener el misterio. De hecho, ¡sigo sin saberlo! Lo de Frank Black fue una manera de darle la vuelta a mi identidad una vez disueltos los Pixies. Aunque debo reconocer que lo que disipó mis dudas ante el cambio de nombre fue la anécdota que me contó un amigo del mundillo: una noche estaba llevando en coche a Warren Zevon y le comentó que al día siguiente haría lo propio con un chaval llamado Black Francis, a lo que Zevon, siempre atinado, respondió: «Dile que debería cambiarse el nombre por Frank Black». DIcho y hecho (risas). Después del tour de reunión de los Pixies, nos planteamos seriamente grabar un nuevo disco, así que hicimos algunas sesiones para ver que tal; interpretamos dos temas, uno de Kim y otro de Zevon. Se lo debía.

Hablando de versiones, ¿qué hace Black Francis grabandouna versión del “Gimme Danger” de los Stooges para el videojuego “Ghost Recon Advanced Warfighter”?
Los de la compañía querían una versión potente del tema para el videojuego y los encargados de producirlo pensaron en mí para cantarla. Fue una experiencia agradable, en un estudio de primera y con unos músicos de lo más profesional. Como me eligieron por mi voz, por mi manera de gritar, les di lo que esperaban de mí; fijándome en Iggy, pero también en Jim Morrison y, por que negarlo, en Billy Idol. Creo que quedó una versión muy potente, respetuosa pero con el punto de actualización necesario para el contexto en el que iba a sonar.

¿Cuál ha sido tu grado de implicación en la selección de los temas del recopilatorio “93-03”?
Prácticamente nulo, la verdad. Les dije a los de la discográfica que eligieran ellos las canciones; luego vi su selección y, claro, pensé que éste tema estaría mejor que aquél, pero qué más da. En una primera versión había temas de los dos discos grabados en Nashville, pero vieron que quedaba demasiado largo, se convertía en un disco doble, y decidieron cerrar el recopilatorio en 2003. Tiene sentido, funciona más por ciclos: el final de los Pixies, mis primeros discos en solitario, mis discos con los Catholics, el final de mi relación con ellos. 1993-2003, diez años.

Echando la vista atrás, ¿cómo valoras la recepción de tu primer disco en solitario?
Odio darles crédito a los malditos chavales de la prensa inglesa, la verdad. La primera reseña que se publicó fue de una revista holandesa, pero la primera que entendí, claro, fue una del Melody Maker. Londres. Da igual lo que escriban, te dejen bien o mal, son sólo gilipolleces, banalidades, juicios apresurados para vender la mercancía de la semana. Paso. Y la gente del mundillo, de la industria musical londinense, es todavía peor. No les importa un pimiento la opinión de gente de otros países, son unos vanidosos del carajo que creen que el mundo empieza y acaba en su ombligo. Quizá presten algo de atención a lo que se cuece en Estados Unidos, pero solo por un interés económico, sienten un complejo de inferioridad por los recursos de que disponen al otro lado del charco. Le dan más crédito a lo que un chaval borracho que acude a los conciertos porque entra y priva por la patilla pueda escribir en el NME. Así que mis recuerdos de cómo han sido recibidos mis discos, especialmente los primeros, son los de tener una y otra vez la misma sensación: “Sí, me siguen odiando en Londres”. Sí, con cada disco hay alguien que no me deja del todo mal y sí, en cualquier caso tengo que agradecer que todas las revistas inglesas sigan reseñando mis discos aunque no vendan una mierda y sea más feo y viejo que Arctic Monkeys.

¿No cambió esa compleja relación con el tour de reunión de los Pixies?
¿Para qué? No les necesitábamos, estaba todo vendido de antemano. Hicimos tres entrevistas: NY Times, Spin y The Guardian.

¿Ni tuviste la tentación de leer las reseñas de vuestros conciertos?
Bueno, ya sabes, si caía una revista en tus manos… (risas). En cualquier caso, estuvo bien, nos demostramos que todavía podíamos defender esas viejas canciones en directo y era hasta cierto punto emocionante ver tanta gente coreando todas y cada una de las canciones. Seguíamos siendo la misma banda… Bueno, no exactamente la misma banda, teníamos más músculos. Sí, sí, no pongas esa cara. Ok, más gordos pero con más músculos también, ¿ok? (risas). En serio, con 25 años los conciertos me dejaban molido, sufría de bursitis, me despertaba por la mañana con dolores muy jodidos en las muñecas. Pero luego un día, al cabo de los años, desaparecieron. ¿Por qué? Soy más viejo, sí, pero también más fuerte. Son ya muchos años cargando amplis, sosteniendo guitarras… y niños (risas).

Hace un año dijiste en una entrevista “The Pixies estamos en la encrucijada de determinar si seguimos siendo una fuerza creativa viable o no”. ¿Existe futuro para la banda?
No, ninguno. Los Stooges han vuelto. Bien por ellos. ¿No os gusta el disco? Os jodéis, están en su derecho de cargarse su propio legado. Yo podría hacer lo mismo con los Pixies si me apeteciera, no tengo que pedirle permiso a nadie, ni siquiera a los seguidores del grupo. Si quisiera hacer un disco reggae de los Pixies lo haría, ¿por qué no? Pero hay otros miembros que no piensan igual y, además, yo ya no soy el líder de la banda, así que…

¿Ya no?
No. Es divertido, te lo voy a explicar. Cuando un grupo alcanza cierto éxito, suele organizarse de forma empresarial para tratar que no le roben a uno, que obtenga económica lo que se merece, especialmente en América. Nosotros montamos una corporación y cuando tocábamos en directo, todo los beneficios y todas las facturas se filtraban a través de ella. Era una entidad mercantil para proteger nuestro dinero. Pero, claro, tuvimos que repartirnos los cargos: presidente, vicepresidente, secretario y tesorero. Un mero formalismo. Al principio, yo era el presidente, Joey el vicepresidente, David el tesorero y Kim la secretaria. Algo machista, ahora que lo pienso, sí (risas). Con la disolución del grupo, la corporación se mantuvo dormida durante años, pero seguía contando en los libros, en el registro mercantil, el gobierno tenía constancia de ella, vamos. Cuando volvimos, los contables nos dijeron “bueno, vamos a reactivar esto para organizar los gastos y los beneficios que se deriven de la gira”. Y hablamos de asignar nuevamente los cargos y lo curioso es que Joey pasó a ser presidente, Kim la vicepresidenta, David el tesorero y yo el secretario (risas). Un mero formalismo, sí, pero creo que es significativo de cómo había cambiado todo con los años, ¿no crees? Yo soy el puto secretario, no tengo ninguna influencia en la organización. Así son las cosas. No es que fuera a tener una repercusión sustancial en el futuro artístico del grupo, pero es un símbolo: ya no ostento el cargo y es evidente que ya no soy el presidente de The Pixies.

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (octubre 2007)

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