Ironías del destino. En septiembre de 2001, dos semanas antes de que el mundo cambiara para siempre, se encontraba un servidor en Nueva York a la caza y captura de nuevos recuerdos imborrables y cd’s a precio de saldo. Un buen día, escudriñando una cubeta de “0.99 cents” en una tienda de St. Mark’s Place apresé, con una mezcla de alegría y asombro, el enigmático disco de Bellvue, “To be somebody”, primera referencia discográfica de Jesse Malin tras su ruptura con mis queridos D-Generation. El descoloque, debo reconocerlo, fue total. No me esperaba esa extraña mescolanza de arrebatos hard-rockeros y medios tiempos dignos de una college radio en plena era alternativa. Por suerte, “The fine art of selfdestruction”(Discmedi) ofrece un perfil más nítido del compositor de delicadas formas que brillaba ocasionalmente en una grabación que ahora se revela como necesario puente entre el punk post-adolescente de los últimos D-Generation y el aire confesional que se respira en este flamante nuevo trabajo.
Una pequeña maravilla que quizá haga huir en masa a sus antiguos seguidores, pero que no deberían pasar por alto aquellos que reconozcan que junto a la orgiástica y nocturna celebración de la alegría de vivir, coexiste la amargura de ver pasar el día desde la ventana, en la penumbra de nuestra soledad. “El refinado arte de la autodestrucción” nos asoma a un Malin que, pese a continuar sabiéndose extranjero en una realidad en la que nunca encajó, ahora afonta sus penas con sosiego y saludable sentido del humor. El pasado mes de noviembre aterrizó en Madrid para actuar, en formato acústico, como telonero del enfant terrible Ryan Adams, amigo y productor de este neoyorkino que al fin saborea ese reconocimiento que siempre se le denegó. Nunca es tarde.
¿Cuáles dirías que son las diferencias principales entre “The fine of self destruction” y tu anterior disco al frente de Bellvue, “To be somebody”?
El disco de Bellvue fue un trabajo de transición, un paso necesario entre el hard-rock-punk de D-Generation y lo que yo quería hacer, un disco más basado en las canciones, más personal. Bellvue marcó el inicio de ese nuevo camino, pero allí las canciones estaban respaldadas por el empuje sónico de una banda tocando con mucha intensidad, como Neil Young en Ragged Glory, y no como en Harvest que es como creo que suena “The fine art of self destruction”. En esa época escuchaba mucho a Flaming Lips, Jane’s Addiction y Radiohead, y eso es algo que creo que se notaba en las texturas que envolvían esas canciones, aunque bajo el elaborado manto eran bastante similares a las nuevas. El disco de Bellvue tuvo una distribución casi nula porque el sello que lo editaba quebró, y ahora he querido recuperar dos de mis temas favoritos, “Brooklyn” y “Solitaire”.
Tengo entendido que las nuevas canciones sufrieron una notable transformación entre como las habías concebido inicialmente y como han quedado finalmente plasmadas en el disco.
En las primeras demos tocaba los temas con la guitarra acústica o sentado en el piano, con lo que sonaban muy reposados e íntimos, esa clase de producción espaciosa de algunos discos de Tom Waits, Nick Cave, Bob Dylan, o el Springsteen más introspectivo. Pero cuando me reuní con la banda y empezamos a ensayar ese hálito ténue que envolvía las canciones se fue electrificando: Ryan enchufó su guitarra, el batería llenó el estudio con su bramido y las canciones empezaron a vibrar. En ese momento me di cuenta de que íbamos a 200 por hora en otra dirección y fue una experiencia rara y excitante a la vez. Creo que esa es la grandeza de hacer un disco: entras en el estudio con una idea preconcebida, empiezas a tocar con otra gente y surge una química que lo envuelve todo, el espacio, los músicos, las canciones. Es algo casi mágico
¿Cómo os conocísteis Ryan y tú?
En 1995, D-Generation tocamos en Raleigh, North Carolina Sabíamos que allí había una banda llamada Whiskeytown y que Ryan Adams, su cantante, era muy fan nuestro. Él vino a vernos, se pasó por el bus después del show y empezamos a charlar. Teníamos gustos similares, Replacements, Neil Young, Black Flag, y también comprendía nuestra admiración por el oscuro romanticismo que se respira en Nueva York. Whiskeytown y D-Generation se separaron, Ryan se trasladó a Nueva York y empezamos a quedar para tomar unas copas, compartir ideas, tocar canciones y, al ser vecinos, nos fuimos haciendo cada vez más inseparables hasta convertirnos en dos muy buenos amigos. Cuando volvió de su última gira me dijo: “Si hace este disco, quiero producirlo”. Era lo primero que producía en su vida. Y lo hicimos: en seis días, muy rápido, en vivo y barato. Estoy muy contento con su trabajo, logró captar ese algo que yo perseguía.
¿Qué recuerdos tienes de D-Generation?
Fue una época muy divertida y alocada. Me sentía bastante decepcionado con nuestra discográfica porque creo que podían haber hecho mucho más por nosotros. Cuando vinimos a Europa en la gira de «No Lunch» apenas se preocuparon de promocionarnos, conseguirnos entrevistas para que la gente nos conociera mejor. Hubo momentos en que todo eso de ser la nueva sensación, “the next big thing”, me hacía perder la perspectiva de lo que queríamos como banda; es fantástico estar hambriento y querer más, pero a veces creo que tendríamos que haber parado y valorado los pros y los contras de ir tan rápido. Pero, en general, fue una etapa muy excitante para mí. Girar con Kiss, Ramones, Social Distortion fue algo acojonante; y estar en un grupo al lado de cuatro tipos con los que has crecido es algo intenso y maravilloso: muchas risas, muchos tequilas, muchos condones… Buenos recuerdos, pues.
¿Y cuándo te diste cuenta que había que parar?
Justo antes de la última gira que hicimos con Offspring, en el 98 o 99. Con D-Generation sentía que la gente se fijaba más en la imagen que en el contenido; hablaban más del pelo y los zapatos que de las canciones, y como autor de las letras eso era algo que me molestaba bastante ya que, aunque quizá haya evolucionado como letrista, es algo de lo que siempre he estado muy orgulloso. Pensé que era lo suficientemente joven como para formar un nuevo grupo empezando desde cero, limpiando mi escritorio y atacando la hoja en blanco con entusiasmo.
En “Brooklyn”, una de las canciones que has recuperado del disco de Bellvue, ofreces una visión apasionada de Nueva York como fuente de creatividad y expresión artística. Tras el 11 de septiembre, y aunque el tema fue compuesto con anterioridad, ¿qué emociones recorren tu mente cuando lo interpretas en directo?
Es curioso observar como un suburbio como Brooklyn, históricamente habitado por gente de clase trabajadora y con las calles contaminadas por la violencia y las drogas, se ha convertido en una de las zonas de moda de la ciudad. En parte porque en Manhattan los precios estaban por las nubes y en parte porque, tras la tragedia, la población, aterrorizada, empezó a abandonar la isla. Antes, los que vivíamos en el ghetto cruzábamos el puente en busca de excitación y libertad, para dejarnos atrapar por el rock’n’roll; pero ahora las cosas han cambiado y la gente busca cierta sensación de sosiego en las afueras. Desgraciadamente, las cosas van mal económicamente, también a nivel de todo el país, y eso ha provocado que haya más yonquis y vagabundos en la calle, y que mucha gente ha perdido su trabajo. Pero creo que, a pesar del horror y sus consecuencias más negativas, debemos apreciar como tragedia ha unido a la comunidad y como esta se siente más orgullosa de vivir en Nueva York. Y además, muchas personas están aprendiendo a apreciar las cosas que realmente importan en la vida, a preocuparse más por vivir el momento con plenitud en lugar de obsesionarse con sus cuentas bancarias, sus vacaciones y su próximo coche. La canción habla de un sentimiento de devoción hacia la ciudad y quería que ese fuera mi particular homenaje a sus gentes. Escribí otro tema con explícitas referencias a lo ocurrido, pero pensé que podía sonar demasiado pretencioso y que era mejor que los Bonos y los Springsteens de este mundo trataran el tema porque era algo demasiado grande para mí. Pero grabar este disco en Nueva York, en el primer invierno después del ataque fue una experiencia turbadora. El miedo habitaba las calles y mis canciones, que ya eran de por si sombrías, se oscurecieron aún más al empaparse de esa espesa niebla de abatimiento que recorría la ciudad.
¿Qué opinas de las nuevas bandas que están surgiendo en la ciudad y de su exposición, o sobreexposición, en la prensa?
Bueno, hay un montón de buenos grupos, pero también hay muchos que se suben al carro. Se cortan el pelo y se ponen nombres como The Lights, The Bombs, The Bills, The Traps, The Sniffs…. y en tres años tendrán el pelo largo para volver a parecerse a Aerosmith. Me gustan The Strokes, creo que abrieron la puerta a otras bandas, como Yeah Yeah Yeahs e Interpol que también me gustan, pero hay otras cien bandas intentando hacerse oír. Creo que al final uno debe quedarse con las dos o tres bandas que realmente destacan y son consistentes… aunque, qué carajo, estoy orgulloso de que el rock de Nueva York esté dando que hablar y de que las guitarras suenen de nuevo en la radio. Prefiero escuchar el garage lo-fi de White Stripes que toda esa mierda de música asexual del gorilla bizkit o como quiera que se llame ese atajo de los machitos holgazanes blancos haciendo hip-hop metal. Además, los chavales que escuchen a estos nuevos grupos puede que se interesen a investigar el orígen de ese sonido y así descubrir a Modern Lovers, Velvet Underground, Seeds, todo ese legado.
Hay quien ha comparado tu sentida forma de cantar a la de Shane MacGowan; ¿qué opinas al respecto?
(Risas) Un periodista británico me dijo hace poco que parecía un cruce entre Woody Allen y Shane MacGowan. Y yo “ok, gracias” (risas). Soy un gran admirador suyo, es uno de mis compositores favoritos. “Fairtale of New York”, “A pair of brow eyes”, “If I should fall from grace”… grandes canciones. New York es parte esencial de mi disco, pero las emociones y las historias espero que sean apreciadas en cualquier lugar del mundo. Mi acercamiento narrativo a la ciudad se nutre de esa tradición americana que he mamado durante toda mi vida, ese áurea presente en las pelis de Bogart o en las canciones de Sinatra. Y creo que gente como Shane MacGowan, The Clash o The Rolling Stones entendían y sabían transmitir esa visión a la vez romántica y oscura de la ciudad.
¿Qué tal fue la experiencia de actuar, aunque fuera en un breve papel, en “Al límite”, de Martin Scorsese?
Fueron dos días de rodaje muy instructivos, aunque creo que no es una gran película. Scorsese ha sido uno de mis héroes, una inspiración para todo, a nivel creativo y como ejemplo de tesón y entrega. Nicolas Cage es un capullo, pero la banda sonora y la fotografía estaban muy bien. Tuve la oportunidad de charlar con Scorsese y fijarme en su manera de comportarse durante el rodaje. Verle trabajar con tanta energía y con una actitud tan positiva, creando una atmosfera agradable a la vez que intensa con los actores y el equipo, pero sin perder el control de la situación, fue algo muy aleccionador para mí.
¿Qué visión de Nueva York te seduce más, la de Scorsese o la de Allen?
Son dos enfoques sobre dos de las múltiples caras que tiene la ciudad. Scorsese muestra los recovecos del downtown, con personajes al límite y en ocasiones explosivos; recorriendo ese Nueva York criminal y sangriento, pero aún así romántico y humano. Woody retrata más la gente del upper-town, saludables, educados e inteligentes, pero también con sus problemas. Sus pelis tienen un telón de fondo más elegante pero menos rock’n’roll que las de Marty.
Y como amante del cine que eres, ¿que películas se fijaron con más intensidad en tu memoria?
“Alguien voló sobre el nido del cuco”, “Tarde de perros”, “Malas calles”, “Taxi Driver”, “Broadway Danny Rose”, “Casablanca”, “La ley del silencio”, “Una mujer bajo la influencia”, “El rey de la comedia”, “De repente, el último verano” y “El prisionero de la Segunda Avenida”. ¿Qué te parece?
¿”Un día en Nueva York”?
¡Sí, maldita sea! (risas). La olvidé. Gene y Frankie, ya no hay actores como esos.
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (febrero 2003)
