Mientras esperábamos la continuación del esplendoro tercer álbum de los canadienses The Deadly Snakes, uno de sus puntales creativos, André Ethier, nos sorprendió con un debut en solitario que sacaba a la luz su lado más dylaniano, la vertiente más singer-songwriter de un talento acostumbrado a trabajar en la refriega de la creación en equipo. Una revelación que se presentó de tapadillo, sin hacer ruido mediático, pero que abrió la incertidumbre ante la posible fuga de cerebros de su proyecto madre hacia esta nueva aventura en primera persona. Pero entonces llegó “Porcella” (In The Red) y con él –disco del mes en el último Ruta 66, obra ineludible de este año que termina- se acentuó el peso creativo del otro cerebro pensante y ejecutante de la banda, Max McCabe (a.k.a. Age Of Danger). Decidimos contactar con Ethier para hablar de su conflictiva relación laboral con el perfeccionista McCabe, de la rectitud del “hermano mayor” Greg Oblivian, de lo idiotas que son algunos seguidores puristas del garaje-rock y de muchas otras cosas. Eran las nueve de la mañana y la noche anterior se había alargado tras uno de los bolos que está realizando en compañía de Chad Ross (bajista de Deadly Snakes) y Will Kidman (teclista de The Constantines), en los que cada uno toca su repertorio durante una media hora.
¿Cuándo empezaste a plantearte la grabación de tu disco en solitario?
La idea surgió hace muchos años, cuando vivía en Montreal. Allí tenía un amigo, Christopher Sandes, con el que compartía gustos musicales y con el que siempre hablábamos de grabar algo juntos. Pero se fue de viaje, más bien a recorrer mundo ya que estuvo por Europa, China, Vietnam, y no fue hasta que volvió tres años más tarde que retomamos el proyecto y empezamos a trabajar en él en serio.
¿Sentías la necesidad de darle salida a canciones que quizá no encajaban en el repertorio de Deadly Snakes?
Llevamos casi una década juntos y siempre hemos funcionado de forma peculiar, tenemos una dinámica de trabajo muy especial. El conflicto es el catalizador de nuestra creatividad, las tensiones y discusiones nos espolean para sacar lo mejor de nosotros mismos cuando estamos juntos. Pero también me gusta trabajar sin esa tensión y Christopher es el compañero perfecto para eso, disfruta tanto tocando, se le ve feliz e irradia entusiasmo. Además, es un tipo muy creativo y trabajador, con el que se puede construir una canción sin dejarse la paciencia y la voz en ello, es mucho más relajado y amistosa.
Así pues, ¿fue una grabación más fluida que la de “Porcella”?
Bueno, nuestro último disco ha abarcado un periodo de trabajo más amplio, aunque la verdad es que fue divertido hacerlo, nos lo pasamos muy bien… a pesar de las disputas (risas). Nos encerramos en la casa que tiene Andrew en el campo durante diez días y lo dispusimos todo para no tener porque salir de allí: buena comida, buenos vinos… Nos lo tomamos con calma, grabando cada día pero de forma relajada, para que el disco se impregnara de ese ambiente entre campestre y bon vivant nuestro. Luego llevamos las cintas al estudio, donde hicimos los overdubs de vientos, arreglos de cuerda, voces, etc.
Y hablando del “modus operandi” del grupo, ¿cómo ha evolucionado a lo largo de estos años?
Empezamos con el grupo cuando todavía íbamos al instituto, cuando todavía no éramos hombres, por lo que desarrollamos una manera de comunicarnos que podría definirse como inmadura y que, al haber sido establecida durante la génesis del grupo, luego ha costado mucho de modificar con los años. Pero no creo que eso tenga que ser visto como algo negativo, creo que ha ayudado a la banda. No sé, creo que somos más una familia que “trabajadores” de un mismo proyecto, así que no es de extrañar que nos relacionemos de forma extrema, con estallidos de afecto y gritos.
¿Definirías tu relación con Max como la de una pareja o como la de un par de hermanos?
(Risas). Somos más como hermanos, una relación bastante extraña, eso sí. Max y yo nos peleamos mucho cuando estamos de gira, muchísimo… Así que quizá sí que seamos como marido y mujer, pero un marido y una mujer sin ningún tipo de atracción física (risas). La última vez que estuvimos de gira por Europa, nuestro tour manager decía que éramos como una familia en la que los críos, el resto de la banda, se preguntaban porque discutían sus padres, Max y yo. Pero para ser sincero creo que nos llevamos muy bien, más allá de las giras, cuando trabajamos juntos hay un sentimiento que nos une con una gran fuerza. Existe cierta rivalidad porque ambos componemos para el grupo, pero es una competitividad sana.
¿Crees que desde que has empezado con tu carrera en solitario, Max ha tomado más control sobre el grupo?
Sí, así ha sido. No fue algo de lo que habláramos o que acordáramos, simplemente ha ocurrido. También puede haber influido en ello que el proceso de producción del disco en el estudio coincidiera con mi boda y todo lo que eso conlleva, no sé… No estaba en posición de tomar el control de la grabación y Max sí, él estaba muy excitado con el disco. De hecho, veo “Porcella” como “su disco”, no como si fuese un disco en solitario, sino como su idea de lo que deberíamos o podríamos ser como grupo. Y debo reconocer que es una idea interesante, especialmente en la parte de los arreglos de cuerda, teclados, sección de vientos… Max decidió organizarlo todo, también el tipo de comida que debíamos comer mientras grabábamos, es un tipo que cuida todo los detalles de forma un pelín obsesiva (risas). Pero creo que todo ha sido en beneficio del disco y ayer lo volví a escuchar después de dos meses sin hacerlo y debo decir que me gusta mucho.
A mi me tiene fascinado. Admiro vuestros cuatro trabajos, pero creo que con “Ode to Joy”, un disco que al principio me descolocó, disteis un gran salto adelante. ¿Qué significó para vosotros ese tercer álbum?
Fue un disco importante para nosotros, un trabajo del que nos sentimos muy orgullosos y con el que cogimos mucha confianza en nosotros mismos. Nuestro anterior disco lo hicimos con Greg Cartwright en la banda y él fue importante para el grupo…
¿Como un hermano mayor?
Sí, exacto. Era como un “añadido” en un grupo cuyos miembros llevaban juntos desde el instituto y no acabó de encajar con esa manera de funcionar que te decía antes que tenemos. Llegó a condicionarnos porque le admirábamos tanto, tenía tanto talento y tanta experiencia en el mundillo, que siempre estábamos como a la expectativa de su opinión, cuando antes siempre habíamos hecho lo que nos daba la gana, sin pensar mucho en las cosas. Creo que en el disco que hicimos con él, “I’m Not Your Soldier Anymore”, se nota que estábamos como desenfocados, sin una idea clara de lo que queríamos como grupo, como si hubiésemos tratado de responder a sus expectativas. Por otra parte, el vivía en Memphis y era bastante difícil trabajar juntos, plantear con claridad el disco, y por eso salimos decepcionados de la experiencia, aunque creamos que es un buen trabajo. Por todo ello quisimos que nuestro siguiente disco fuera más conciso y elaborado, y trabajamos a conciencia para dar con algo que nos hiciera sentir satisfechos de nuestro esfuerzo. Y eso fue “Ode To Joy”.
Así, ¿sientes que “Ode to Joy” se ajusta más a tu idea del grupo que “Porcella”?
Buena pregunta… No… Me identifico con la idea del grupo en ambos discos, ya que entiendo Deadly Snakes como algo cambiante, nuestros intereses van variando y cada disco es el resultado del anterior. Además, me gusta ver como cada vez más todos los miembros del grupo participan activamente en la creación de las canciones y, aunque siento que “Porcella” refleja a un grupo más desarticulado, también nos muestra como más creativos y apasionados con las canciones. Porque aunque creo que es un muy buen disco, creo que estilísticamente no es tan cohesionado como “Ode To Joy”.
Larry Hardy me dijo que estaba un poco asustado con la reacción de la gente ante un disco que le encantaba pero que consideraba extraño, difícil quizá.
Larry reaccionó muy positivamente ante el disco, conectó a la primera con él y nos felicitó de forma entusiasta; no paraba de hablarle a todo el mundo en Los Ángeles acerca de lo que habíamos conseguido y generó muchas expectativas. Yo sí que estaba asustado porque creía, y sigo creyendo, que es un disco raro; pero Larry me tranquilizó leyéndome los mensajes que había recibido de Mick Collins y el propio Greg, a quienes les había encantado. Larry nunca dudó de nosotros a nivel musical, pero estaba esa incertidumbre ante lo que iba a decir el público. O la prensa, que allá donde vamos nos describe como un grupo fiestero y desastrado de “garage-punk-blues-etílico”, algo que quizá éramos muy al principio, pero que creo que ya no se ajusta a la verdad. Quiero decir, nos encanta beber y tocar a toda ostia, pero no nos tiramos cerveza por la cabeza y armamos bronca para seguir cierto cliché de grupo de garaje marrullero. Creo que lo de Deadly Snakes confunde a la gente (risas).
Yo os veo más como The Band, por como habéis evolucionado, por como trabajáis…
Estamos conectados a toda una escena, la canadiense, en la que hay un espíritu de comunidad muy fuerte, con los músicos tocando en varias bandas a la vez. No sé, los propios The Band empezaron como The Hawks, una banda realmente fiestera, para ir evolucionado hacia esa formación apegada a las raíces de la música autóctona de una manera más introvertida que extrovertida, aunque nunca perdieron su capacidad de contagiar a la audiencia con su entusiasmo por la música que creaban y escenificaban encima de un escenario.
Háblame de vuestra relación con la escena de Montreal, que os ha abrazado como una banda hermana.
Cuando Deadly Snakes empezamos en Toronto no había bandas de garaje con las que nos identificáramos por aquí, bandas que compartieran nuestro amor por el soul, el pop 60’s, los Mummies y los Oblivians. La única banda realmente “cool” de Canadá eran los Spaceshits y los conocimos cuando vinieron a tocar a Toronto. Nos hicimos amigos al instante, nos invitaron a tocar a Montreal, conocimos a Serge y Édouard (Gendron y Larocque, respectivamente, ambos entrevistados en Ruta 218, n.d.r.) y a todas las bandas de la ciudad. Para ser claros, los Deadly Snakes no habrían sacado un maldito disco de nos ser por los Spaceshits, porque fueron ellos quienes nos llevaron a Montreal y quienes convencieron a Sympathy For The Record para sacar un single compartido, lo que nos llevó a poder sacar nuestro primer disco.
¿Y qué tal anda la escena de Toronto ahora mismo?
Bien, bien. Quizá hay demasiados grupos, o puede que sea que me sienta mayor viendo a las nuevas bandas; tengo 28 años y no paran de aparecer grupos cuyos miembros apenas tienen 18 0 19 años. Aunque tampoco comparto su noción de lo que debe ser la música, creo que pasan demasiado tiempo en las escuelas de arte y luego les sale esa música “noise” aburrida. Yo que sé… A parte de eso, Toronto es una buena ciudad para vivir, ahora en septiembre está lleno de chavales que empiezan el curso, vienen de Ontario para la vuelta a las clases y la ciudad se anima bastante. Me encanta el otoño en Toronto.
¿Crees que la gente de la ciudad aprecia vuestra música?
Sí, más o menos. Tenemos seguidores más entusiastas en sitios como Austin, Seattle o Chicago, pero lo cierto es que al no tener una audiencia más o menos estable a lo largo de Estados Unidos, preferimos cien veces más girar por Europa. En serio, sería genial sólo girar por allí; la gente parece tomarse la música más en serio, o al menos son más abiertos con un grupo que no es tan garaje como dicen por ahí. En Estados Unidos, los seguidores del garage-rock son un poco bobos, porque si no suenas como los Mummies ya dicen que no molas, que no eres garage. Son tíos que viven encerrados en casa leyendo cómics y que necesitan que todos los grupos suenen como una mierda para así darle un sentido a sus apestosas vidas. En fin, no sé, creo que estoy siendo demasiado cruel, ¿no? (risas). Hay peña muy rara por ahí, auténticos fans a muerte del garage-rock, una personificación de esa costumbre de los yanquis de construirse su personalidad volcándose total y exclusivamente en algo relacionado con la cultura pop.
¿Hablas sólo de los consumidores estadounidenses a nivel masivo?
Bueno, es curioso ver como los apóstoles de la cultura underground reproducen conductas exclusivistas del consumidor mainstream. Es un fenómeno extraño, pero creo que estoy hablando demasiado… Estoy tomando el primer café del día, así que…
Volviendo a tus canciones, ¿cómo las trabajas?
Suelo partir de una melodía de guitarra y, si todo encaja, procuro no perder el ritmo, el hilo de la melodía, para poder aprovechar ese momento de inspiración, esa energía. Es muy distinto cuando escribes algo forzado, siguiendo las instrucciones de un maestro que te obliga a ello, de cuando tú eres tu único guía. Por otro lado, no tengo ni idea cómo ni cuándo compongo mis canciones a nivel específico, no lo recuerdo. El otro día, Will me preguntaba por una canción que le encanta y tuve que reconocer que no recordaba de dónde diablos había salido. De hecho, acabo de grabar mi nuevo disco en solitario y no creas que recuerdo todo el proceso creativo con exactitud.
¿Sigue la estela del primero?
Es más cálido, no lo grabamos en un día como el anterior. Pero todavía está muy reciente como para poder decirte cómo suena, aunque sigue el enfoque singer-songwriter del primero, sí. Creo que es un disco extraño, con varias canciones de amor que lo hacen muy interesante. Ya me dirás… Saldrá con Paperbag Records, aquí en Canadá, y he vuelto a trabajar con Christopher quien, por cierto, se marcha hoy a Francia, de donde es su novia. Pero vendrá para girar conmigo y puede que yo vaya a tocar a Francia. Lo que es seguro, es que los Snakes volveremos a España el año que viene, seguramente en marzo o abril.
THE DEADLY SNAKES
“Porcella”
In The Red / Discmedi
“Creo que hemos crecido de forma considerable desde 1996 y es algo que puedes escuchar en nuestros discos. Estoy satisfecho con lo que hemos logrado, porque hemos sido capaces de dedicarle el tiempo que deseábamos a nuestras vidas privadas y nuestros intereses. Si nos hubiéramos concentrado exclusivamente en la banda durante estos diez años y sólo hubiéramos grabado cuatro discos estaría decepcionado. Sí, me gustaría que nuestra música fuera más conocida, porque creo que lo que hacemos podría gustarle a gente que ni tan siquiera sabe que existimos, pero no quiero dedicar toda mi vida a girar y tocar en una banda”. Max McCabe (a.k.a. Age Of Danger) nos da pistas que pueden ayudarnos a entender por qué un grupo como The Deadly Snakes no ha acabado de eclosionar más allá de ese reducto del garage undeground que les aúpo gracias a discos-cañonazos como “Love Undone” (SFTRI, 1999) y “I’m Not Your Soldier Anymore” (ITR, 2001) y a su asociación con Greg Cartwright (Oblivians, The Reigning Sound), productor de su debut y séptimo miembro oficial con su segundo disco. Pero para crecer había que “matar al padre”, volar solos para demostrarse a sí mismos que eran capaces de sacar adelante su proyecto con sus propias armas. “Su ayuda fue tremenda al principio, nos consiguió giras y nos descubrió todo tipo de música… Pero aquello llegó a su fin de forma natural. Él vivía en Memphis y nosotros en Toronto, pero también estaba el hecho que Greg es un frontman no un guitarrista y en la época que empezamos a trabajar en “Ode To Joy” ya éramos dos frontmen compitiendo entre nosotros”. Max se refiere a André Ethier (a.k.a. André St. Clair en sus dos primeros trabajos), escurridiza mente creativa que destapó su vena dylaniana en el excelente “Andre Ethier With Christopher Sandes Featuring Pickles and Price” (2004, Sonic Unyon) y que parece haber cedido buena parte del control creativo en estudio a Age Of Danger, quien -con la ayuda de otro miembro clave, Matt Carlson, trompetista-, ha sacado adelante un trabajo portentoso, nueva vuelta de tuerca a lo expuesto en “Ode To Joy” (ITR, 2003). Fue aquél un golpe de timón providencial para sacarse de encima el sambenito de banda de garage’n’roll, una etiqueta con la que nunca se sintieron cómodos. Temas como “I can’t sleep at night” o “Trouble’s gonna stay awhile” seguían exudando ese vapor de olla a presión que en directo estallaba cual orgiástica banda tabernera, pero tras el interludio de 37 segundos de “Nick and Chico” todo cambió, nada volvió a ser igual. El lamento apesadumbrado de la resacosa y dolida “I’m leaving you” de Age Of Danger abría las puertas a una segunda cara en la que Ethier y los suyos levantaban tres de los mejores temas hasta ese momento de las Serpientes Mortales, “There goes your corpse again”, “Everybody seems to think (You’ve got some kind of hold on me)” y “Sink like stones”, sombríos, serpenteantes y hermosísimos medios tiempos que dieron al grupo confianza a la hora de afrontar el siguiente paso.
“Con ese disco aprendimos a tener una idea clara sobre cómo eran las canciones y cómo iban a sonar antes de grabarlas, y nos tomamos nuestro tiempo en que lo hicieran como queríamos. En este sentido, creo que “Porcella” es una cima en nuestra carrera. Es un disco grabado sin prisas, de manera cuidadosa y mimando cada detalle. Siempre habíamos soñado con lograr que un disco sonara como éste lo hace, pero el estilo de música que en él se escucha no es algo que necesariamente hayamos intentado antes”. Uno de los primeros afortunados en escuchar “Porcella” fue Ed Oblivian, quien sorprendió al personal comentando en el foro de Garagepunk.com que el nuevo disco “suena como el primer disco de Blood, Sweat & Tears, antes de la entrada de David Clayton Thomas. Muy Terry Melcher, con un sonido a lo Curt Boetcher. Pensad en “Odessey & Oracle”. Muy diferente. ¡Muy bueno!”. Max me asegura que no ha escuchado a esos artistas, al tiempo que las comparaciones con Love y los Bad Seeds de Nick Cave son demasiado simples: “La fanfarria trompetera le recuerda a la gente a ‘Alone Again Or’, pero Love no fueron sus inventores. Los Bad Seeds no fueron una influencia en ninguna de las canciones. Los Zombies sí”. Comparaciones aparte -¿alguien dijo Kinks, Leonard Cohen o Captain Beefheart? ¡Oops!-, “Porcella” es la culminación de diez años de trayectoria insobornable, de creatividad a hectolitros, de fe ciega y capacidad de sobreponerse a la errática existencia en los márgenes de la industria. Gracias al apoyo de los organismos culturales canadienses –has leído bien- The Deadly Snakes han podido financiar parcialmente una carrera artística edificada paso a paso, que ha ido madurando desde la bronca fiestera de “Love Undone” hasta este “Porcella” que sobrecoge y estremece con su emotividad a flor de pentagrama.
Persiste ese estallido de emociones desbocadas, esas ansias por aprehender la realidad, por beberse cada día como si fuera el último, superando desamores y noches de soledad. Pero se ha intensificado el reverso lúgubre, retorcido, críptico y fantasmagórico de su música y sus letras, medios tiempos arrastrados por arreglos de vientos y teclados más terrenales que ampulosos, de esos que le mecen a uno como si estuviese descendiendo en barca por un riachuelo al anochecer. “Estuve leyendo mucho a Faulkner mientras gestábamos el disco, también empecé a interesarme por Passolini”, me cuenta McCabe, “pero no es algo de lo que haya hablado con el resto de la banda”. Creador meticuloso y perfeccionista, multi-instrumentista dotado de un sexto sentido que haría buenas migas con Robbie Robertson y Richard Manuel, Max encaró la producción vaciándose al 100%: “trabajé muchas horas en cada canción, pensando en qué necesitaba cada una para poder darla por finalizada. Todo el proceso me llevó semanas y semanas de trabajo en el estudio y en mi casa”. El resultado es una obra maestra que no pertenece a este presente nuestro, un disco redondo construido sobre unas maderas similares a las que sirvieron de cobijo a The Band durante la gestación de sus inmortales grabaciones. Blues, rock’n’roll, soul, gospel, pop, folk… Las esencias de la música popular calando hasta los huesos unas canciones que rehuyen la búsqueda del estribillo radiable para reclamar del oyente una escucha reposada, atenta y participativa, aquella que acaba obligándonos a volver a escuchar un disco en busca de eso que creemos intuir en una primera escucha, ese estímulo que cosquillea nuestro demasiado acomodaticio oído y nos devuelve esa sensación de excitación ante algo que es música pura porque no hace sino invocar esas primeras grabaciones con las que descubrimos el poder curativo de eso que llamamos música. En nuestro día a día estresante, desbordados de novedades y reediciones que nos saturan y no nos dejan escuchar, un disco como “Porcella” ejerce de bálsamo desintoxicante y de refugio en el que pueden venir a buscarnos cuando el mundo se haya ido al garete. ¿Exagerado? Puede. ¿Mi disco del año? Vuelvo a escuchar la flauta de “Gore veil” y sé que sí, que ahora sí.
www.myspace.com/thedeadlysnakes
www.myspace.com/andreethier
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (diciembre 2005)
Compañero Routier, te linkeo en mi blog. Pedazo blog y formato el tuyo.
saludos
sfb72