
Ali Smith es una de las artistas más inquietas surgidas de la escena musical neoyorquina en estos últimos veinte años. Durante casi una década fue la tercera en discordia en el núcleo duro que formaban Matt Verta-Ray y Ron Ward al frente de Speedball Baby, grupo de culto a medio camino entre el garaje-rockabilly y el punk-blues arty que facturó tres potentes discos – “Cinema”, 1996; “Uptight!”, 2000; “Cinema”, 2002 –, antes de desaparecer ante la indiferencia de un público mayoritario que justo empezaba a volver al rock a rebufo del “Is this it?” de The Strokes. Verta-Ray se juntó con su viejo amigo Jon Spencer para dar vida a ese divertimento alocado e intoxicante bautizado como Heavy Trash. Ali Smith se unió a la juerga liberadora poniendo voces y disparando una metralla distinta a la que escupía su bajo cuando formaba la sección rítmica de Speedball Baby: el objetivo de su cámara retrató a los chulapos para el libreto de su único disco hasta la fecha. Paralelamente a su carrera musical, Smith ha desarrollado una quizá más reconocida trayectoria como fotógrafa y realizadora, faceta que ha tenido sus inevitables puntos de conexión con el mundo de la música. Ha sido la responsable de las fotos que ilustran discos de Chrome Cranks, Subsonics, Knoxville Girls, Parker & Lily, Velvet Crush o Kid Congo Powers y ha retratado para revistas como Rolling Stone, SPIN, Guitar Player o Time Out New York a artistas como The White Stripes, The Donnas, Devendra Bahart, Muse, Superchunk, Peter Murphy o Kim Shattuck (The Muffs). Sus retratos, sin embargo, no se limitan a plasmar en imágenes sus vivencias yendo de gira con Speedball Baby teloneando a Lemonheads, JSBX o Firewater; su capacidad expresiva se desdobla con la palabra escrita, como demuestra un revelador artículo sobre una accidentado concierto en Croacia en los estertores de la Guerra de los Balcanes. Pero donde su poliédrico talento ha alcanzado mayor notoriedad ha sido en los dos libros de fotografías que ha publicado hasta la fecha: “Sophie’s Bar”, crónica de sus años como camarera en el Lowe East Side neoyorquino, y “Laws of the Bandit Queens”, ambicioso proyecto nacido, según sus palabras, con el objetivo de encontrar una comunidad de mujeres que le inspirara. Una reseña lo alabó como “el homenaje de nuestra generación a las numerosas mujeres fuertes, inteligentes y extraordinarias cuyas acciones han ayudado a lograr un cambio positivo y una revolución en el pensamiento”.
En los últimos años, Ali ha compartido vida sentimental y musical junto a Steve Almaas, artista también tocado por la necesidad de explorar el arte de forma transversal y heterogénea. A mediados de los 70, formó junto a Chris Osgood y Dave Ahl el grupo de post-punk The Suicide Comandos (disco esencial: “Make a Record”, 1978), muy influyente en la escena de Minneapolis que vería nacer a Hüsker Dü, Replacements o Soul Asylum; en los 80 se escoró hacia la emergente escena roots como integrante de Blue Rodeo (disco esencial: “Home In The Heart Of The Beat”, 1986) y tras su disolución se lanzó en solitario como singer-songwriter de amplios registros y voluntad de recuperación de los antepasados del Americana, en sintonía con otro arqueólogo inspirado como Dave Alvin. Los tres álbumes que ha grabado para el sello Parasol – “Kingo a Wild One”, 2000; “Steve Almaas & Ali Smith”, 2002; “You Showed Me”, 2006– son de obligada escucha para cualquier amante de ese cruce de caminos sonoro en que confluyen country, pop, folk y blues. Al poco tiempo de colaborar de nuevo en el último disco de Almaas, Smith decidió poner fin a la relación y seguir adelante con nuevos proyectos fotográficos y musicales; la creatividad como válvula de escape, el arte como bálsamo para cicatrizar las heridas de la vida.
¿Por qué saliste de Speedball Baby?
Formé parte del grupo desde los veintitrés años y fue una experiencia muy buena, pero con el tiempo las cosas cambian. No pretendo enfrentarme continuamente a problemas, y la banda era un poco eso. Y después está mi amistad con Matt Verta-Ray, necesitábamos convertirnos en iguales en lugar de que siguiera siendo el hermano mayor del que tanto aprendí. Cuando Matt y Ron Ward comenzaron, el proyecto era parecido a un espectáculo con partes habladas, algo muy raro, con músicos de otras bandas. Yo me sentía muy insegura, había tocado el bajo en una banda de punk rock, no lo hacía bien, aunque tenía energía. Matt vivía en un apartamento con un estudio, y allí grabamos casi todos los discos, con gente de paso… Fue el centro de nuestras vidas durante años. Comencé a ir porque se organizaban comidas y fiestas en las que bebíamos, tocábamos y escuchábamos música, y Matt y yo congeniamos, teníamos mucho en común, el sentido del humor o las ansias por dejarnos arrastrar por la excitación del momento. Ron era el perfecto catalizador, pero somos muy diferentes. Nos apreciamos, pero me veía como una madre a la que prefería no tener demasiado cerca. Sentía que yo le reñía cuando se portaba mal, y yo me ponía muy tensa con sus bufonadas. Pero ellos dos siempre han tenido una conexión especial. En el primer show, Matt me enseñó las canciones el día antes y no conocí al batería hasta el mismo concierto. Durante la tercera canción, Ron se desnudó por completo y empezó a saltar de mesa en mesa, Matt se despidió y yo me fui del escenario pensando que ya nos los vería nunca más, pero ya me había convertido en la bajista… y el batería y yo empezamos a salir juntos, cosa que duró mucho menos que mi estancia en la banda.

¿Cómo crees que la vida en la carretera ha afectado a tu manera de acercarte a las cosas a través de una cámara?
Me considero una exploradora que se me mete en las situaciones. Entiendo la música, y eso me permite adentrarme en ella cuando fotografío. No tengo timidez ni reparos.
Tu primer libro fue una crónica de los años en que trabajaste como camarera.
Ya no quiero sobrevivir en las situaciones más complicadas para demostrar que soy fuerte. Trabajé en dos bares duros, fui acosada por un violador, atendí a la policía delante de las fotos de un chico muerto por sobredosis, encontré a otro chaval muerto en el baño al final de la jornada, me agredieron con un cubo de basura lanzado contra el cristal del bar, y un veterano de Vietnam loco solía intimidarme con un murciélago mientras se le caían los pantalones. Pensaba que tenía que poder soportarlo todo, pero ahora creo que algunas situaciones son demasiado estúpidas como para aguantarlas. Y siempre me impresionó el que los viejos del bar no sólo se necesitaran los unos a los otros, sino también a mí para ser felices, olvidados por sus familias. Los vi morir uno a uno, también eran mis amigos, personas olvidadas que simplemente desaparecieron.
¿Cuáles eran tus objetivos en el proyecto “Laws of the Bandit Queens”?
Estaba muy sobrepasada por el componente machista de las giras y de la carretera: quería mirar fuera de lo que veía como un mundo cerrado de gente de negro y drogadictos en clubs nocturnos… Y encontrar gente que tenía el talento para aportar algo nuevo. Así que me decidí a buscar a esas mujeres. Janeane Garofalo había entrevistado a Speedball Baby y me pareció perfecta, adoro su actitud, su inteligencia y su carrera. Es una persona muy receptiva y funcionó. Ahora siento que no sólo una parte de mí tiene posibilidades de ser vista. Janeane me dijo que sí siempre y cuando no hubiese artificios de peluquería o maquillaje y eso se agradece mucho. Después hablé con músicos que conocían a Lydia Lunch, me pusieron también en contacto con Ann Magnuson. La artista Sandra Bernhard era la ex esposa de Ron, le mandé unas fotos de muestra y accedió a colaborar. No había ningún plan más que hacer las cosas de la manera que yo quería. Conocí a un agente literario al que le gustó la idea, y me ayudó a lograr un acuerdo con Random House. Me asombra pensar lo afortunados que fuimos al tenerlo tan fácil, no sé si fue la suerte del principiante. Fue un periodo que cambió mi vida.
¿Cuáles fueron las mujeres que más te sorprendieron en las sesiones?
La mayoría de ellas me sorprendieron por su generosidad. Con Camille Paglia, sin embargo, hubo muchos problemas. Me dio tan mala impresión antes de la sesión que decidí anularla para evitar una experiencia terrible. Me envió un montón de correos electrónicos muy desagradables antes y después de la cancelación.

¿Cómo fue la respuesta de los lectores?
He recibido tanto correo de hombres como de mujeres contándome cómo el libro les ha afectado. El más importante fue el mensaje de un hombre que había comprado un ejemplar para su mejor amiga, que aunque padecía un cáncer, encontró tiempo para escribir y contarme que le había hecho sentir más fuerte. Cada día leía un fragmento y eso le ayudó a seguir adelante. Fue un gran honor, y me hizo darme cuenta de que el libro podía servir para algo.
¿Qué pasión te atrapó primero, la música o la fotografía?
Fueron pasiones simultáneas. A los veinte años un amigo me dijo que tendría que elegir y mi corazón se estremeció. Creo que se integran perfectamente.
¿Recuerdas entonces el primer disco que pusiste y la primera foto que tomaste?
La primera foto fue de mi amigo Karl Leblanc. Siempre fue muy paciente, se quedó esperando mientras yo colocaba las luces y un rollo de película tri-x 400 en blanco y negro en mi Pentax para sacar una foto muy dramática mientras jugueteaba con una navaja sobre su mejilla. Aún la tengo, con una anotación que señala que fue la primera que hice. De niña tenía una colección de discos extraña y ecléctica. No sé cómo me aficioné, quizás fue por mi madre. Recuerdo cantar en la habitación “Parallel Lines” de Blondie, “Hair, the musical”, o “Combat Rock” de The Clash. Y recuerdo un disco de mi madre, «Dick Clark’s 50 years of rock and roll», que me hizo conocer a artistas como Ottis Redding o Van Morrison. Otra fuente de conocimiento musical en la época fue la emisora WLIR, en la que escuché lo que se hacía en Inglaterra, como Siouxsie and The Banshees, The Cure, The Clash, The Damned, luego llegaron X, The Stooges o Nina Hagen. Miraba la contraportada de su disco “Prima Nina” en éxtasis, incluso imité el peinado.
¿Cómo fue el trabajar con Steve? ¿Eras capaz de desconectar de las sesiones y volver a otras actividades?
Todo el proceso fue muy cómodo, dejando aparte que nos podemos enfadar mucho el uno con el otro. Steve en el estudio es muy educado y amable. Creo que consideraba el disco como un regalo de amor mutuo, lo que no descarta conflictos en la colaboración. Los cantantes siempre quieren controlarlo más, y según me he hecho mayor he querido tener más decisión en todo, aunque sin obstaculizar las habilidades de los demás. Yo no podría hacer un disco sola, tal y como él hace. Al fin y al cabo, me lleva trece años de ventaja.
Entrevisté a Mitch Easter hace tiempo; qué tipo tan enorme y qué músico tan formidable. ¿Cómo fue la experiencia con él?
Es un tipo sencillo y divertido, y aún conserva la ilusión. Pregunta a Steve sobre él, han sido amigos y han trabajado juntos durante mucho tiempo. Y vivir en su apartamento-estudio fue muy inspirador.
¿Crees que este disco es más personal, que te involucraste aún más que en los que hiciste con Speedball Baby?
Sí, aunque trabajar en Speedball Baby también me ayudó a conocerme, allí todo partía de una estética determinada. Tanto en esa banda como en la otra que Matt y yo formamos, The Oubliettes (con los que tenemos un disco que esperamos publicar un día, es en la onda de The Raincoats o Young Marble Giants, dulce pero inquietante), tratamos de explorar otros mundos. En éste me apetecía ser simplemente una versión llana de mí misma.
¿Hubo gira para promocionar el disco?
No, nos gusta grabar y hacer algún concierto, pero no lejos. Tocamos con músicos magníficos como Jon Graboff o el guitarrista de Laura Cantrell, Mark Sidgwick, que había estado en Holly and The Italians. Ir de gira tendría que ser muy cómodo, en un vehículo adecuado y en habitaciones de hotel bonitas. Hemos girado demasiado como para disfrutarlo de nuevo, la verdad, pero Steve y yo a veces fantaseamos sobre hacerlo cuando seamos más viejos, conduciendo de ciudad en ciudad y visitando a nuestros nietos por todo el país. Steve sí ha tocado con otra gente y fue fantástico, pero son sus proyectos.

Has fotografiado a bandas que han terminado teniendo un éxito muy grande, como JSBX o White Stripes, y también has trabajado para sellos como MCA y Maverick. ¿Qué diferencia, en términos de presión o libertad artística, hay entre colaborar con una banda de In The Red o con una revista grande; o cuando fotografías a la candidata a la vicepresidencia Geraldine Ferraro?
El momento en el que siento presión es cuando conozco a la gente. Siempre quiero hacer un gran trabajo, pero si la fastidias con un amigo es lo peor. Con personas como Ferraro sí tuve cierta incomodidad, estoy acostumbrada a tratar con gente del mundo del espectáculo, pero la política es un mundo muy distinto. Peter Murphy de Bauhaus fue el primero realmente importante que retraté. Fue muy dulce, supongo que yo le parecía una cría. Ser joven te libera, te da las pelotas necesarias para cualquier cosa. Hice una broma muy poco acertada que podía haber sido malinterpretada, pero Peter simplemente se rió. Citabas a Jon Spencer, él es una puta lumbrera, un gran procesador de información, pero también es muy amable. Y siempre es agradable fotografiar a la Blues Explosion. Los acorralaba en sitios como un lavabo; siempre son graciosos. A veces era raro fotografiar a Ron de Speedball Baby en la carretera. Es un espíritu libre, siempre en el filo. Tengo unas fotos que le muestran triste, por fortuna ahora está mejor. Intento no recordar las malas experiencias, prefiero pasar de la gente que ha sido desagradable conmigo, les pongo en mi lista mental de gilipollas y les hago el vacío. Como hay mucho tiempo muerto en la carretera y a la gente de las bandas les suele gustar la cámara, eso facilita que se les pueda fotografiar constantemente. Si llegas a un pueblo y ves un lugar fantástico, una tienda o un bar o un hotel, te animas para fotografiar sin parar. Me habría gustado fotografiar algo más en los grandes tours de la Blues Explosion, que fueron maravillosos. Pero siempre era la única chica, así que no quería distanciarme todavía, más no quería ser “la fotógrafa”. Fotografiar y pasármelo bien al mismo tiempo habría sido lo mejor. Nunca sabes lo bien que te lo estás pasando hasta que se termina las cosas.
¿Qué más puedes contarme de ese The Oubliettes?
Matt y yo grabamos un disco muy personal que tiene mucho que ver con nuestra relación personal. Antes que los White Stripes, escribimos la historia de que éramos hermano y hermana o marido y mujer. En cierta forma éramos marido y mujer, y hermano y hermana. También hicimos un gran video que Toby Amies rodó para la canción «Angel Baby». Fue la primera vez en la que sentí que podría ser capaz de cantar. Se habló en su momento acerca de un tour de The Oubliettes en Europa con nuestros amigos Parker + Lily, que habían aparecido en nuestra grabaciones. Lily incluso se unió a Oubliettes algunas veces en directo para cantar o tocar el órgano.
¿Cuáles son tus planes futuros?
Me concentro simplemente en hacer el trabajo, no tanto en los objetivos, que es lo que solía hacer. Quiero tener aventuras, sentirme motivada son lo que hago… He estado trabajando en fotos relacionadas con temas familiares, pero no olvido pensar en nuevos proyectos musicales, me encanta grabar… y tal vez preparar esa gira con Steve para dentro de veinte años.
¿Has estado alguna vez en España?
Sí, pero como se dice en esa canción sobre los lugares que se visitan en una gira… “¿Quién sabe dónde o cuándo…?”. Adoro España, ojalá pudiera vivir allí una temporada para empaparme de la hermosa lengua española. También me gustaría vivir en Portugal, de donde viene la familia de mi madre.
Texto: Roger Estrada
Fotos: Ali Smith (excepto la de Speedball Baby, abajo)
Publicado en Mofo! (2007)

[…] Publicado en Mofo! número 3 (diciembre 2007) Puedes leer mi entrevista con Ali Smith para Mofo! aquí. […]