JAY REATARD & JEFFREY NOVAK. Indómitos francotiradores huyendo del garaje

jayreatard

2 de abril de 2005. Lost Sounds actúan en la sala Helldorado de Vitoria. Jay Reatard y Alicja Trout se odian. Sus compañeros Rich Crook y Patrick Jordan sufren en silencio el mal rollo existente entre la ex-pareja. Sobre el escenario la tensión cataliza el concierto de los de Memphis, un set estruendoso, descarnado y virulento a la altura de su mito y de su música. Nacho Cabrera, del sello madrileño Holy Cobra Society y fan de las andanzas de Jay desde que los Reatards, su primer grupo, le sacudieran con Teenage Hate (Goner, 1998), fue también testigo de la olla a presión a su paso por Madrid, última parada de aquella su segunda gira española: “En el escenario había tal duelo entre ambos, todo el rato gritándose y desafiándose con la mirada, que el bolo acabó siendo uno de los mejores que he visto en mi vida. Curiosamente en Madrid fue el único sitio donde pude lograr que se «reconciliaran» y lo pasamos muy bien después del concierto en La Vía Láctea”. Pero la tregua duró un suspiro; un mes después, tras su concierto en Stuttgart, Lost Sounds se separaron.  Un abrupto pero no inesperado final a una intensa trayectoria de seis años que dejaba tras de sí 4 LPs, 3 recopilatorios de demos y rarezas, 1 EP y 5 singles, uno de los cuales, No One Killer, editaría con orgullo el sello Holy Cobra Society. Un catálogo trufado de música singular que, pese a sus deudas con el pasado (The Screamers, Wire, Devo), fue abrazado con fervor por la escena garaje-punk yanqui que abrazó el cambio de mileno. En aquel contexto, Lost Sounds desprendían un halo de misterio y fascinación. Lo tenían todo para el culto futuro. El sonido, ese crujido espectral donde guitarras y sintetizadores te horadaban la espalda hasta incrustarse en tu espina dorsal como los bio-puertos del film eXistenZ (David Cronenberg, 1999). Las letras, grotescas viñetas donde lo surreal se adueñaba de lo cotidiano y donde el descontento de la juventud suburbial era escupido con lírica aprehendida de la ciencia-ficción de serie B. Y la actitud, el peligro, esa sensación de que encima del escenario todo era posible y real, nada impostado. Pero el suicidio alemán acabó con aquella fantasía y dejó a merced de su propio destino a un voluble y asqueado tipo de 25 años llamado Jimmy Lee Lindsey Jr., Jay Reatard para los amigos… y enemigos.

VISIONES ENSANGRENTADAS Y MELODIOSAS CAÍDAS

“La última gira con Lost Sounds fue devastadora (…) Cuando finalmente lo dejamos decidí encerrarme en mi música y alejarme de todo. Mi guitarra, mi batería y mis canciones, con eso tenía suficiente”. Así recordaba el propio Reatard ese doloroso pero necesario periodo de transición en la entrevista que le hice (ver Ruta 239) a raíz de la publicación de su primer disco en solitario, Blood Visions (In The Red, 2007), una salvajada de punk inclemente que disparaba metralla de endemoniado sabor pop. Consciente del material que atesoraba entre sus manos, se lanzó a la carretera para emprender, junto a sus colegas del grupo Boston Chinks, una agotadora gira que, con cada parada, con cada bolo de apenas 20 minutos fue aumentando el rumor acerca de lo incendiario de su directo. Reatard tenía hambre e iba a por todas. Así lo demostró en su set del festival Primavera Sound de 2007, donde dejó atónito a un personal también hambriento de emociones fuertes y siempre a la búsqueda de nuevas sensaciones musicales. Viéndole encima del escenario encadenar histéricamente los mazazos de Blood Visions nadie podía dudar que la hora de Jay Reatard había llegado. Los cazatalentos del sello Matador tampoco lo dudaron y le ofrecieron total libertad artística para que se decidiera a editar con ellos su siguiente disco…

28 de mayo de 2009. Dos años y dos recopilatorios después, Jay Reatard regresa al Primavera Sound para escenificar en directo su transición hacia armonías más deliberadamente pop, una aventura musical espoleada por el descubrimiento de artistas como The Go-Betweens (ojo a la versión de su «Don’t Let Him Comeback» que aparece en Singles 06-07, editado por In The Red) o los grupos del sello neozelandés Flying Nun, con Chris Knox (Tall Dwarfs) a la cabeza. Pero si alguien esperaba ver esa noche a un Jay domesticado por su nueva afición a rasgar la acústica, se habrá dado de bruces con su naturaleza imprevisible; su concierto es más demoledor si cabe que el de hace dos años. Por su caótica belleza, por su arriesgada fusión de metal y pop (han leído bien), por sus desagradables imperfecciones y, en definitiva, por la rotundidad con que Jay y su banda han descerrajado a la audiencia sin importarles una mierda lo que ésta opine. “No me gusta parar entre canción y canción.  No me gusta oír los aplausos de la gente, me parece un ejercicio de egolatría dejar un espacio para que el público te dé su aprobación.  Prefiero mantener la intensidad a un nivel alto en todo momento”.  Y Jay sigue en tensión media hora después del concierto.  La rodilla le va a mil por hora y escupe al suelo como si le fuera la vida en ello. Pero debajo de esa inquietud, de ese nerviosismo post-show, adivino a un tipo más tranquilo consigo mismo que aquél con el que crucé unas pocas palabras antes del concierto de Lost Sounds en Vitoria. “Emocionalmente esa época me trae muchos recuerdos negativos, pero cuando vuelvo a escuchar los discos que grabamos no puedo estar más que satisfecho por el trabajo que hicimos. Ahora  habrá quien diga que me he relajado un poco, pero supongo que sería mejor decir que aprecio más estar vivo. Me cansé de estar siempre enfadado y deprimido, la verdad”. Con todo, Watch Me Fall (Matador, 2009) sigue irradiando la sombría personalidad de un tipo que se cuestiona constantemente la naturaleza de las relaciones humanas. Lo hace felizmente enamorado y a punto de cumplir los treinta, lo que sin duda le ha proporcionado una perspectiva de madurez vital y afectiva con la que calibrar con precisión el objetivo de sus nuevas dianas. “No soy necesariamente la misma persona que era cuando grabé Blood Visions. Entonces tenía 25 años y éste lo he grabado con 28; tres años en la vida de una persona son un mundo. Watch Me Fall quería que fuera un disco de pop oscuro menos agresivo que lo que había hecho antes. Lo grabé a solas en mi dormitorio, como de costumbre, pero por primera vez dejé entrar a un par de personas en mis dominios (risas). Necesitaba a alguien que supiera tocar el violonchelo y le pedí a Billy (Hayes, batería) que me ayudara en cuatro temas”. Órganos, mandolinas, violonchelos y acústicas salpican con gracilidad los momentos más irresistiblemente pop de la carrera de un Jay Reatard que ha aprovechado el dulce momento que vive gracias a su imparable ritmo de trabajo y al apoyo incondicional de Matador para reactivar su propio sello, Shattered Records.  “Espero no cometer los errores que cometí durante la etapa anterior. Tengo un montón de material preparado para que vea la luz en otoño, cosas de Hunx and His Punx, Box Elders, Useless Eaters o Jeffrey Novak, a quien acabo de producirle un segundo disco con el que espero que la gente descubra su gran talento”…

jeffreynovak

A SOLAS CON SUS HÉROES

“Al principio estaba preocupado porque Jay es un buen amigo. Me había ayudado con el proceso de mezcla y masterización en el pasado, pero era la primera vez que grabábamos algo juntos. Por suerte yo tenía muy claro cómo quería que sonara el disco y él lo captó a la perfección”. Jeffrey Novak solo tiene halagos para su amigo y cómplice Jay Reatard, con quien ha trabajado estrechamente en la grabación de Baron in the Trees, un disco que verá la luz en In The Red a principios del año que viene. Será el segundo álbum que Novak lance en solitario desde que decidiera finiquitar (¿temporalmente?) a Cheap Time, el trío con el que editara a mediados de 2008 un ultraadictivo disco homónimo que, vía ménage à trois entre glam, punk y power-pop, logró llamar la atención de un Kim Fowley que, de no estar tan viejuno, habría planeado atrapar con sus zarpas a Novak y compañía. Éste, sin embargo, se muestra extremadamente crítico con lo acontecido en esa grabación: “Prefiero las demos que había grabado en mi 4 pistas, tienen un sonido raro, como descuidado. No sabía que sería imposible reproducir aquel sonido cuando grabara en un estudio real, era demasiado inocente. Fui lo bastante estúpido como para creer lo que me decía la gente que me rodeaba en lugar de confiar en mí. No tengo educación musical, soy autodidacta; aprendo al tiempo que vivo y el disco de Cheap Time fue una gran lección de aprendizaje”. Y lo cierto es que Novak, vecino de Henderson, Tennessee (a escasos kilómetros de Memphis), ha aprendido lo suyo en los escasos cuatro años que separan la grabación de Baron In The Trees del lanzamiento de To Hell In A Handbasket (Sonic Assault, 2004), el primero de los cuatro CD-R autoproducidos y autoeditados que lanzó bajo el nombre de Jeffrey Novak One Man Band, su primer “proyecto” en solitario. A propósito de su quinta grabación, y primera con distribución estándar, Southern Trash (P Trash, 2005), los responsables del e-zine Fungus Boy no pudieron ser más explícitos al calificar su música como “basura sureña en estado crudo que te pateará las pelotas”. Novak, nuevamente modesto, no duda en referirse a aquellas grabaciones como pecados de juventud: “Estuve avergonzado de ellas durante un tiempo. Más que nada porque estaba copiando descaradamente a Reatards y Persuaders. Pero tanto Jay y King Louie me apoyaron desde el principio, lo que fue increíble para mí. Esos tíos eran mis héroes, yo solo era un chaval que vivía a una hora de Memphis y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Lo de la one man band se me ocurrió porque King Louie lo estaba haciendo; yo quería tocar en una banda real pero no encontraba con quien hacerlo, así que tuve que empezar a solas”.

Después de mucho aprendizaje a solas y muchos kilómetros con Cheap Time, en 2008 Novak se dio cuenta que quería algo más, que necesitaba ir un paso más allá. Cansado de lidiar con una rutina de banda en la que no se sentía cómodo, decidió volver a encerrarse para recuperar la confianza en sí mismo, seguir su instinto creativo y marcarse nuevos desafíos. “Quería aprender a tocar el piano y escribir y grabar 30 o 40 canciones nuevas antes de que terminara el año. Me instalé en casa de mis padres y me obsesioné en alcanzar el objetivo que me había marcado. Me pasaba horas y horas aprendiendo a hacer funcionar el Tascam 8 pistas que me acababa de comprar y aprendiendo a tocar el piano de mis padres. Trabajaba en las canciones de noche y dormía de día, fue como tener 16 años de nuevo. Recuerdo escuchar a todas horas el Song Cycle de Van Dyke Parks, la versión mono del White Album de los Beatles y  muchos discos grabados en 1968”. El resultado de ese periodo de enfermiza reclusión fue, ha sido, After The Ball (Shattered, 2009), su primer (nuevo) disco en solitario, una joyita en la que se agolpan ideas y homenajes y que desprende el tembloroso fulgor de esos vinilos sepultados en el tiempo que recuperan su brillo primigenio cuando alguien los rescata del olvido al descubrirlos en una cubeta de saldos y alabar sus encantos por Internet. La naturaleza obligadamente lo-fi de su grabación, el juguetón traqueteo de sus melodías y el espíritu, a ratos bufonesco y a ratos dolorosamente sincero, con que Novak interpreta sus trece canciones, convierten After The Ball en uno de esos discos adorablemente imperfectos que te van ganando poco a poco el corazón. “Tuve el control absoluto. Por fin sabía qué estaba haciendo y toqué hasta la última nota de todo lo que oyes en el disco. Es un álbum tan personal y depresivo, pero mientras lo grababa sabía que me estaba arriesgando al expresarme tan abiertamente. Habrá quien se burle del resultado, pero quizá solo yo y mi ex-novia podamos entenderlo en su contexto. Todo el mundo podría haberme dicho que apestaba pero no hubiese cambiado nada, porque para mí es un disco extremadamente honesto”. El tiempo dirá si la honestidad brutal del bueno de Jeffrey Novak logra hacer diana en otros corazones como el mío, su tránsito del garaje-punk a cierta canción de ambicioso autor pop podría acercarle a un nuevo perfil de oyente, aquel que busca buenas canciones más allá de buenas intenciones. Novak va por el buen camino: es joven (apenas 24 años), tiene talento a raudales e iguales ganas de seguir aprendiendo. Hay ganas ya de hincarle el oído a Baron in the Trees“No sé qué espera la gente de mí, aunque creo que con mis discos en solitario habré ganado tantos fans como los que habré perdido. En cualquier caso, Jay me dijo que no debía repetirme con este segundo disco, así que no lo hice. Es más ecléctico y las canciones son más largas y suenan más potentes”. Larry Hardy, capo de In The Red y ansioso por lanzar al mundo el nuevo disco, se muestra más entusiasta vía e-mail: “Es un álbum increíble, es su Like Flies on Sherbert”. La comparación con esa olvidada, y por algunos denostada, joya que editara Alex Chilton en 1979 puede sonar algo atrevida, sí. Pero tras escuchar por enésima vez After the Ball, no suena descabellado aventurar que Baron in the Trees vaya a rezumar un espíritu de libérrima exploración rockandrollera similar al que rodeó a Chilton y su banda mientras perdían la chaveta bajo la tutela del recientemente desaparecido Jim Dickinson. Así pues, en las complementarias acepciones ofrecidas por Jay Reatard y Jeffrey Novak, gritemos: ¡larga vida al Memphis sound!

www.jayreatard.com
www.myspace.com/jeffreydavidnovak

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (octubre 2009)

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s