BILLY CHILDISH. En carne viva


Elogio de The Milkshakes (situado en su contexto epocal) – Por Àngel Maeztu i Coso

Veníamos de los 70; de haber seguido, entre 1977 y 1979, con singular intensidad y creciente fascinación, las gloriosas eras del pub rock, el punk original y la new wave. Doctor Feelgood, los Sex Pistols, Blondie, Devo, Robert Gordon, Elvis Costello y los Rezillos, entre muchísimos otros, nos habían hecho felices durante tres años decisivos de nuestra educación musical, que también debió mucho a revistas como «Vibraciones» y «Sal Común», al «Popgrama» de TVE, y a espacios radiofónicos realizados por José María Pallardó, Constantino Romero y Rafael Abitbol.

Iniciamos la década de los 80 continuando prestando atención a lo que, en materia de novedades pop, llegaba a nuestro país desde el Reino Unido, en aquel momento vía «Rock Espezial» y Radio 3. Tragamos voluntariamente con el post-punk y las «tendencias alternativas» de aquella infausta etapa hasta 1984, lo cual nos parece hoy verdaderamente cómico y lo dice casi todo acerca de nuestro esnobismo y nuestra ingenuidad de entonces (que teníamos 16-19 años quizás sirva como piadoso atenuante). Escuchamos, pues, a Siouxsie And The Banshees, a The Cure, a New Order, a Bauhaus… Incluso a Simple Minds y a Echo & The Bunnymen. Ay, Señor, Señor. Qué perdidos estuvimos.

Muy poca, poquísima música de ese período suena en la actualidad en nuestro piso. De la justificada quema hemos salvado a Japan, The Durutti Column, Felt, Eyeless In Gaza, Cocteau Twins y algún nombre más. Y, aunque unos pocos números de la época no han dejado de formar parte de nuestro imaginario listado de canciones amadas de siempre («Souvenir», de OMD; «Walter And John», de Ben Watt & Robert Wyatt; «Nobody’s Diary», de Yazoo; «Never Never», de The Assembly; «Louise», de The Human League…), el revival 80sarty que vive desde hace un tiempo la escena indie-bollocks nos parece, claro está, un fenómeno incomprensible y arquetípico de un entorno al que no podemos tomarnos en serio.

El caso es que lo que ahora atrae a tanta gente adulta (nos preguntamos a qué discos debió dedicar su tiempo ésta en el pasado para seguidamente entregarse a cosas tipo «Porcupine»; quizás a las «obras magnas» de Sonic Youth, Pavement y otros «visionarios underground» semejantes), fue apareciendo ante nuestros ojos, cada vez más, a medida que transcurrían los años, como un producto banal y vacuo, mortecino y sin sustancia, mera pose hueca pretendidamente artística a cargo de quien no tiene nada significativo que contar y reviste de algo a fin de cuentas risible su inescapable nada. Nuestro progresivo hartazgo respecto a todo aquello estuvo compartido por otros aficionados españoles, y al respecto recuerdo con claridad un emblemático artículo de Jaime Gonzalo en «Rock Espezial», creo que publicado en 1983, cuestionando agriamente la dirección tomada por el pop de entonces.

Huimos de los 80 cagando leches, pues (adiós y hasta nunca; bendita liberación), y nos refugiamos de tanto despropósito en los prodigiosos vinilos de otros tiempos: las décadas de los 50 y los 60, a las que, como es bien sabido, pertenecen el alma y los mejores frutos de lo que llamamos «rock and roll», y de cuya evidente monumentalidad tomamos adecuada conciencia a partir de aquel momento. Si bien no es que previamente hubiéramos vivido de espaldas a ellas. De hecho, durante los años 70, los artistas más de nuestro gusto fueron los Beatles, los primeros Beach Boys, Elvis Presley y Dr. Feelgood. De ahí que, en nuestro caso, este giro en materia de preferencias estéticas, tras un período de extravío, constituyera, en sentido estricto, un reencuentro y una profundización, no un descubrimiento.

Pusieron música a nuestro 1984 numerosas leyendas blancas de los 50 (Buddy Holly, Gene Vincent, Eddie Cochran, los titanes rockabilly que grabaron para Sun Records, etc.). Vimos entonces «American Graffiti», en un pase que tuvo lugar en la Filmoteca de Barcelona. Nos impactó también «Stranger Than Paradise», y buscamos ansiosamente, hasta que las hallamos, grabaciones de Screamin’ Jay Hawkins («he’s a wild man, so bug off!»). Un viaje veraniego a Londres nos permitió adquirir allí álbumes de difícil localización en nuestra ciudad: buena parte de la discografía de The Velvet Underground y la antología recién publicada «Rockabilly Psychosis And The Garage Disease», por ejemplo. Asistimos a conciertos de formaciones retro españolas como Loquillo Y Los Trogloditas, Los Rebeldes, Desechables… E, igualmente, a actuaciones de algunas figuras extranjeras: Lou Reed, Johnny Thunders, Nick Cave… Como cantó Sinatra, «it was a very good year».

Sentíamos que estábamos explorando un universo deslumbrante, de encanto y profundidad en verdad inagotables, infinitamente más llamativo que la pálida oferta sonora contemporánea. El pasado estaba vivo y lograba conectar con nosotros con especial intensidad. En consecuencia, cogimos el sensato hábito de centrarnos básicamente en él, rechazando lo novedoso que pudiera ofrecernos nuestro tiempo. Los únicos artistas de aquel momento que despertaron nuestro interés fueron los que, como nosotros, miraban hacia atrás, aquellos que tomaban como referencia esencial determinada tradición: la blues-based music, para entendernos.

Antes de nuestro conocimiento del revival garajero estadounidense, escasas bandas de 1984-1985 fueron objeto de nuestra atención: The Cramps, The Gun Club, The Dream Syndicate, R.E.M., Violent Femmes, Los Lobos, The Blasters, Nick Cave & The Bad Seeds… Casi todas ellas eran americanas. En pleno apogeo de The Smiths y The Jesus And Mary Chain, el Reino Unido pasaba por un trance negro y descorazonador. Estaban los Barracudas, los Prisoners, los Milkshakes… Y básicamente era eso (nunca nos dijo gran cosa el psychobilly).

De este último grupo de tres formaciones, tuvimos especial predilección/devoción por el combo de Billy Childish, un inmejorable paradigma de «stripped-down no bullshit good old R&R» practicado a la contagiosa manera británica de 1963-1964. Siendo, desde niños, grandes seguidores de la fase R&R/beat de la trayectoria de los Beatles, resultó muy natural que ello fuera así. El repertorio propio de los Milkshakes era, obviamente, 100% derivativo de las composiciones en su momento interpretadas/firmadas por el sector más agresivo de la explosión beat de comienzos de los años 60. Sin embargo, lo que hacían ellos, lo hacían de modo muy convincente, tras haber estudiado a fondo los discos de los Fab Four, The Swinging Blue Jeans, The Big Three, The Roulettes, The Kinks… Además, no sólo sabían rockandrolear brillantemente con el arrojo y la suciedad pertinentes (escúchese su álbum «Rock & Roll Hits Of The 50’s & 60’s», todavía en catálogo tanto en vinilo como en CD); también contaban con una estimable vena sensible (que, a nuestro juicio, tuvo su mejor desarrollo en la maravillosa pieza propia «I Want You», del elepé «Fourteen Rhythm And Beat Greats»).

No sabemos si ahora mismo recomendaríamos un disco de los Milkshakes a un chaval joven, de la edad que teníamos nosotros cuando compramos su 33 revoluciones «Nothing Can Stop These Men» en Londres. Probablemente le diríamos: «escucha ‘With The Beatles'», o «escucha una antología de Chuck Berry»; «dirígete directamente a los gigantes de los que mamaron Childish y su gente». En efecto, creemos que le aconsejaríamos hacer eso. Pero los de Chatham, como también, poco después, los Crawdaddys (en su caso respecto al R&B blanco) y los Chesterfield Kings (éstos respecto al garaje de 1966), desempeñaron su notorio papel en nuestra etapa de pasional inmersión en cierta tradición musical. Aunque fuera únicamente por este motivo, Billy tendrá siempre todo nuestro afecto.

Por supuesto, hay otras razones de peso que justifican sobradamente nuestra prolongada simpatía por el personaje: su longeva carrera a contracorriente, al margen de lo que se lleve o deje de llevar en la prensa «de tendencias»; su inequívoco amor a los más grandes, en unas décadas en las que la ignorancia del pasado ha sido deprimente ley; su condición de persona con ideas propias, sin miedo a exponerlas… Billy Childish ha estado siempre en nuestra onda. En lo musical y, globalmente, en lo existencial (lo que es mucho más importante). Es siempre un placer y un estimulo leer sus declaraciones. Sin duda alguna, podremos sacar partido a la entrevista con él que le ha hecho Roger Estrada. Seguro que nos dará qué pensar, que es de lo que se trata. Para otra ocasión quedan unas líneas mías sobre el pensar como forma de resistencia ante la homogeneización espiritual.

ESTA ES MI MIERDA Y A MÍ ME HUELE BIEN. UNA CHARLA CON EL SEÑOR CHILDISH – Por Roger Estrada

¿Cómo te sentiste después de ver el documental “Billy Childish Is Dead” (Graham Bendel, 2005)?
Todo arrancó cuatro años antes y fue un proceso complejo debido a la extraña naturaleza del director; era su primera película, pero decidí apoyar el proyecto porque era muy entusiasta. Tuvimos bastantes discusiones sobre el contenido en sí, qué debía y no debía aparecer; en un momento dado me dijeron que el filme estaba terminado y ni tan siquiera me había entrevistado, lo que me pareció bastante extraño y me hizo sugerirles que estaría bien que lo hicieran, ¿no crees? La sensación que me queda es que él estaba más interesado en gente famosa a la que yo conocía y a los que quería contactar con la excusa del documental. A mi me parecía más lógico dar voz a mi mujer, mis ex novias, mi madre… No sé, hay un punto en el documental en el que le digo que creo que es ridículo crearse uno mismo un mito a su alrededor y que uno debe destruir cualquier tipo de ego; a partir de esa declaración, se pensó que todo lo que había contado eran invenciones y se obsesionó en desenmascarar mi supuesta mentida. Fue bastante esperpéntico, la verdad, empezó a corroborar datos hablando con gente que apenas me conocía y tomándose de forma muy literal algunas de mis frases, con una incapacidad total para apreciar el sentido de una metáfora o una generalización. Mi mujer me insistía que no le dejara hacer la película, pero no me pareció apropiado acabar con tanto trabajo, estuviese o no de acuerdo con el proceso y el resultado.

Fue interesante ver cómo funciona la producción de una película de ese tipo, la verdad. Graham quería que la BBC apoyara el proyecto y por eso uno de los entrevistados es Michael Collins, un crítico de arte apreciado por uno de los directivos de la cadena. Pues resulta que Graham quería eliminar del montaje las declaraciones en que Charles Thompson y Charles Hicks contradecían las opiniones vertidas por Collins, porque creía que eso podía afectarle a las posibilidades comerciales del proyecto. Todo porque en un momento de su entrevista, Charles Thompson afirmó que yo fui como el esqueleto de Tracey Enim, los huesos sobre los que se sostuvo en un momento determinado, algo que no sentó nada bien a Graham porque atacaba frontalmente la postura que al respecto de mi relación con Tracey tiene el Sr. Collins. Me dijo que iba a quitar esa declaración para no ofenderle y yo le respondí que eso sería lógico si estuviera haciendo un documental sobre Michael Collins y no sobre mí. A mi me gusta la discrepancia, los distintos puntos de vista, no veo nada malo o perjudicial en ello.

Creo que el documental realmente interesante sería el que mostrara todo el proceso, la locura de su manera de trabajar, nuestras discusiones, etcétera. No sé, hablamos de un tipo que durante los dos primeros años estuvo más interesado en que le pasara contactos que en hablar conmigo. Que me tenía dos horas al teléfono dos horas cada noche discutiendo si no era mejor titular al documental “Billy Childish no existe”, ya que es lo que alguien le dijo en una ocasión; a lo que yo respondía “¿Y qué sentido tiene eso?”, y así horas y horas. Mi mujer me pedía que le matara, pero a mí me acabó cayendo bien el tipo. Es un maníaco, yo suelo atraer a los majaras, me gustan. Hay otra historia divertida sobre cuando su propio hermano vino, le pegó un puñetazo y se llevó la cámara con la que rodaba y que le había dejado hacía demasiado tiempo, según parece. El rodaje estuvo parado durante seis semanas. Como ves, lo interesante estaba detrás de las cámaras, lo que se ve en pantalla es demasiado aséptico…

Un negocio extraño este del cine, ¿no? Como todos los que se relacionan con el arte, por otra parte…
En mi opinión, el “arte” es lo que arruina las pinturas, las esculturas, las películas, las novelas… La necesidad de catalogar las cosas como artísticas, esa pizca de pretenciosidad de mierda con que algunos tratan de impresionar a la gente; parece que todo va bien, la pintura tiene una cualidad distintiva y pura y, en el último minuto, tienen que mandarlo todo al garete dándole ese toque especial para hacerse los interesantes, para mostrar que son distintos porque son artistas.

¿Es la productividad compulsiva una buena manera de mantenerte despierto para no dormirte en la autocomplacencia, para no abandonarte a la creencia de que eres alguien especial, un artista, una pop-star?
Lo primordial es disfrutar con lo que haces y ser conciente de lo afortunado que eres por ello; además, está bien no perder de vista todo aquello que te ayude a mantenerte con los pies en el suelo, que muestre aspectos de ti que quizá no te gusten pero que son parte de ti. Si tienes eso presente, sigues con tu trabajo con entusiasmo y sabiendo en todo momento quién eres realmente. Conmigo, sin embargo, se da la paradoja que siendo bastante vago, trabajo bastante duro. Lo cierto es que nunca he tenido tanto éxito o ganado tanto dinero como para perder de vista la realidad. Por otra parte, creo que si tu objetivo es hacer dinero tienes un problema, y hay mucha gente que se engaña a sí misma pensando que hace lo que quiere, pero si te fijas en la dirección de sus movimientos, verás una bonita caja dorada al final del recorrido. Yo sé lo que quiero y lo que no quiero hacer y me las arreglo para ir tirando.

¿Qué significó para ti montar Hangman Books?
Me dio libertad creativa, la posibilidad de seguir controlando lo que hacía. Fue una extensión natural de los fanzines que editaba a finales de los setenta, ya sabes, una válvula de escape totalmente personal.

¿Cómo describirías tu relación con el establishment del arte británico?
Una de las cuestiones que muchos siguen sin entender es que seguí siendo amigo de Tracey Emin hasta quince años después de nuestra ruptura, hasta 1999 seguí formando parte de su círculo de amistades. El problema es que yo nunca congenié bien con el mundo del arte en el que quería que nos sumergiéramos juntos, el de las fiestas, las inauguraciones con gente importante, los marchantes presuntuosos, etcétera. Cuando ella empezó a ser reconocida por el establishment y la prensa, no quería que mis opiniones al respecto de su arte o su carrera fueran públicas, no quería que saliera a la luz la influencia que yo tuve en el inicio de su trayectoria, ni que mi peculiar, crítica visión del mundo del arte pudiera entorpecer su fulgurante ascenso mediático. Quiso dar la versión de que mis opiniones eran las de un novio resentido y celoso, obviando que fuimos amigos durante tres lustros después de nuestra ruptura.

¿Cómo te sentiste cuando Tracey reaccionó como lo hizo?
No fue algo que me sorprendiera, la verdad. Siempre supe que Tracey quería convertirse en un personaje famoso y era lógico esperar que cuando los focos se pusieran sobre ella, hiciera lo posible por relegar mi presencia a lo anecdótico, por negar cuánto había bebido de mí. Si hubiese sido al revés, un hombre que se aprovecha, que coge ideas de una mujer, tendríamos una historia de portada, un gran titular; pero Tracey tiene una gran maquinaria que la respalda en su ascenso mediático, una campaña de publicidad y prensa que vale muchos millones, así que es normal que los periodistas no investiguen el trasfondo de su historia y se queden cegados por el fulgor de su arrebatadora personalidad en lugar de cuestionar las raíces de su arte. Pero cuanto más hablo de ello, más argumentos doy a los que siguen creyendo que las falsedades que Tracey ha vertido sobre mí son verdad, que yo no soy más que un ex novio envidioso. En fin…

Supongo que la experiencia te reafirmó en tu alergia a la celebridad…
Nunca he perseguido ser alguien famoso, al contrario que Tracey. Sé que soy conocido, pero por mi trabajo, no por cualquier tontería que haga con tal de llamar la atención. Supongo que si en su momento le hubiese dedicado más tiempo a pensar cómo salir en la tele o en las revistas, seguramente hubiese acabado en las páginas del NME o haciendo un anuncio, pero ¿qué tendría eso que ver con lo que yo hago? Yo escribo, pinto y toco música, no quiero perder energía atrayendo a gente que tiene dinero para hacerme popular pero el más mínimo interés real en lo que yo canto, escribo o pinto.

¿Y no temes que la entrevista que Jack White te hizo para la revista “Dazed & Confused” te exponga a esa no deseada repercusión mediática?
Jack sólo se interesó por mí un rato, en cuanto consiguió que le firmara uno de mis libros y le mostré mis reticencias a jugar a su juego de adulaciones mutuas, se esfumó. Mira, él es un chico majo y me parece muy bien que haga lo que crea necesario para estar en el candelero, pero que no espere de mí que le dé una palmadita en la espalda o que vaya diciendo por ahí que White Stripes son geniales. Si me gustasen lo diría, como no es así, me callo.

¿Qué opinas del interés que el garaje volvió a despertar a principios del 2000 entre cierta prensa musical, mayoritaria, que antes le hacía oídos sordos?
Esas revistas están interesadas en el rock, no en el garaje. No quieren lo auténtico, sólo aquello que es más vendible, o digerible. Mi música no tiene ese “beat” que hace que la música de White Stripes sea bailable, que pueda gustar a la gente que va a la discoteca. Y luego tienes grupitos prefabricados como The Stokes, claro. Yo llamo a todos estos grupos The Strives (del inglés “strive”, esforzarse en hacer algo; n.d.e.). Además, si te fijas estos grupos tienen la mente puesta en convertirse en bandas de “rock de estadio”, poniendo cada vez más distancia entre ellos y su público, lo que tiene muy poco que ver con el espíritu del garaje al que se encomiendan. El problema con el “hype” de The White Stripes es cuando lees a algún idiota diciendo que son mejores que Robert Johnson, eso es ridículo y sólo contribuye a idiotizar más a los jóvenes consumidores de música. Jack y Meg son dos chavales enfundados en originales vestimentas con un poco más de interés en la música que la mayoría de malas bandas que salen en la prensa hoy en día y con una determinación muy clara para seguirle el juego a la industria, con gente como John Peel riéndoles las gracias para no perder comba.

En una ocasión dijiste: “Los Rolling Stones eran buenos cuando eran fans de la música blues y no tanto cuando empezaron a ser fans de sí mismos”. ¿No crees que los grupos de hoy en día empiezan a ser fans de sí mismos demasiado pronto?
Por supuesto. Bo Diddley, John Lee Hooker o Muddy Waters hicieron media docena de buenos discos; en los 60, las bandas hacían unos tres discos reseñables y cuando llegó la explosión punk, apenas llegaban a entregar un single decente, quizá un primer disco bueno. Y ahora quizá pongan antes música a un anuncio… No hay sentido de la dignidad o del esfuerzo.

¿Sigues creyendo que un buen sonido es más importante que una buena canción?
Sin lugar a dudas. La música es sonido e interpretación, luego tienes la escritura. Porque de otra manera cualquier canción decente sería buena sin importar quien la tocara, y eso es evidente que no es así. Por otro lado, hoy en día se cree que lo que se entiende por buen sonido equivale a volumen y “overdubs”, pero eso sólo demuestra el poco interés que se tiene por el sonido, por la cualidad del mismo. Hay grupos e ingenieros de sonido ahí fuera grabando discos sin el más mínimo interés en la música, en su naturaleza.

¿Cómo definirías tu relación con la prensa y el público estadounidense?
Es distinto allí, claro. En Inglaterra han pasado bastante de mí durante años, aunque en los últimos años hayan mostrado un repentino interés que no ha tardado en evaporarse… Ya sabes, funcionan así. En su momento pensaron que accidentalmente no sonábamos como Wham y, lo que les sorprendía más, que no nos dábamos cuenta de ello. No se enteraron de qué íbamos en su día y no lo hacen ahora, por mucho que se esfuercen en aparentar lo contrario por la coyuntura de lo que tienen que vender ahora. En Estados Unidos todo es mucho más grande, cuesta controlar lo que quieran hacer contigo o decir de ti las grandes corporaciones mediáticas. Por eso las bandas americanas vienen a Inglaterra a triunfar, EEUU es demasiado grande como para alcanzar la fama meteórica que les espera aquí, donde la prensa y la industria te esperan con los brazos abiertos para auparte en un santiamén para ir renovando sus titulares y la mierda que venden. Fíjate en The Stokes, por ejemplo. Mi mujer ha seguido su caso y responde al caso de la banda yanqui que no se come un comino allí y que viene aquí para recibir la adulación de unos medios que no son capaces de ver la naturaleza artificial de su música; parece que sus canciones hayan sido hechas por ordenador, ya sabes, pones “garaje-rock” y te sale eso, lo envuelves bonito, le sigues el juego a la industria y los focos mediáticos perderán el culo para iluminar tu bonita cara.

Después de tantos años, ¿mantienes el mismo entusiasmo con cada nuevo disco, cada nueva gira?
Sí, porque sigo haciendo lo que quiero. Antes quizá había algún ingeniero que me decía qué podía o no podía hacer, pero ya hace muchos años que tengo libertad total, que trabajo con un grupo de gente que sintoniza con mi filosofía y que, como yo, gusta de grabar en casa, nada de estudio y no más de uno o dos días de grabación. Con las giras sí que he perdido el entusiasmo de antaño, supongo que me hago mayor y ya me cansa tener que conducir la furgoneta, descargar el equipo, etc. Además, no me gustan ni los agentes ni los clubes de rock, prefiero tocar en pubs. Los clubes esperan una banda de rock y no quiero aguantar a un tipo que me diga que tenemos que utilizar su equipo, uno que seguramente suene como el culo pero que el técnico cree que es genial porque puede darle volumen. Prefiero enchufarme a mi equipo y obtener el sonido auténtico para que los que vienen a mi concierto no reciban una versión adulterada de mi música.

¿Crees en Dios?
Creo que hay una fuerza creativa que empuja a la gente a querer sentirse más realizada y humana antes que dejarse arrastrar por la naturaleza animal y la avaricia.

¿Cuán importante es la pintura en tu vida?
Sin ella no hubiera sido capaz de sobrevivir; sonará dramático, pero es la verdad. Fue lo que me salvó durante mi infancia, en la escuela, ya que era lo único que tenía sentido para mí. Mis primeros dibujos, hecho a los dos o tres años de edad, eran meras plasmaciones de mi mundo, pero con el tiempo, cuando la vida me empezó a dar alguna que otra lección amarga, fui capaz de superar los malos tragos, las experiencias traumáticas, a través de la pintura y, también, la escritura. Cuando mis pinturas empezaron a ser motivo de análisis o crítica, perdió parte de su magia, ya sabes, algo privado que se convierte en materia de debate público, pero sigue siendo una vía de conocimiento y expresión de mi individualidad que me ayuda a levantarme cada día y poder mirarme al espejo sin tener miedo de lo que pueda ver.

¿Y qué opina tu hijo pequeño de tus pinturas?
Me gusta su sinceridad, no se muerde la lengua a la hora de dar su opinión y no duda un instante al señalarme qué es lo que no le gusta. Los niños son muy abiertos a la hora de observar una pintura, no están contaminados.

No tienen ese sarcasmo tan habitual en los adultos a la hora de opinar sobre arte.
Exacto, son sinceros al 100%. A los adultos nos enseñan a hacer ver que somos listos y se supone que el sarcasmo es una muestra irrefutable de la inteligencia humana, lo cual es una verdadera estupidez. No deja de ser una manera de protegerse, de ocultar nuestro verdadero “yo” en un mundo que nos asusta; yo no quiero vivir escondido, por eso voy de frente, lo que me hace antipático a ojos de los presuntuosos del mundo del arte. Esos tipos van de sofisticados con su fino sarcasmo, pero en realidad son unos tipos bastantes cortos y bastante acojonados.

¿Te consideras todavía un niño en tu manera de comunicarte artísticamente?
La infancia es una buena época, pero la adolescencia… cuanto antes la dejes atrás, mejor. El problema es que hay quien no se da cuenta que en lugar de madurar, de convertirse en un hombre o una mujer, lo que hace a partir de los veinte es perpetuar la estupidez adolescente de forma inconsciente. Pero en eso tiene buena parte de culpa la sociedad, que no deja de mandar mensajes “idiotizantes” para que creamos que la juventud es un valor, cuando en realidad sería preferible que a partir de los veinte, pasada la estúpida adolescencia, recuperáramos ciertos valores puros de nuestra infancia, empezando por el respeto a uno mismo, la incorruptibilidad. Pero, como te decía antes, los que “mueven los hilos” gustan de adormecernos con aborrecibles primeros ministros adolescentes e insufrible y vacía música adolescente de la peor calaña. Porque, si te pones a pensar, aparte de algunos discos de la era punk y un par de artistas de rock, los jóvenes no son los que mejor música han hecho a lo largo de la historia; en mi opinión, nada hecho por los chavales puede compararse a lo que hicieron Bo Diddley o Howlin’ Wolf, hombres curtidos, con experiencia, quizá jóvenes pero sin ese toque juvenil en su música. Aunque, para ser justos, hay que dejar que los adolescentes actúen y cantes como tales, ¿no? Es más triste ver a un músico mayor comportándose como si tuviese 20 años. En mi caso, y para que no se diga, considero que como nunca he hecho nada relevante, de valor, tampoco puede reprochárseme nada. (risas)

¿Cuán importante fue escribir “My fault”, pasar por el proceso de introspección de tu primera novela?
Muy importante, porque estaba tremendamente enfadado con muchas cosas, necesitaba sacármelo de encima. Fue bastante duro, pero básicamente debido a mi problema de dislexia, que dificultaba tremendamente la escritura. (risas) Vaciarme emocionalmente no es tan duro, la verdad; me cuesta más sobrellevar el aburrimiento del hecho físico en sí de la escritura.

¿Qué tal te sienta la paternidad, qué has aprendido de ella?
Mi hijo tiene seis años ya, pero me sigue fascinando la experiencia de ser padre, es maravilloso. Cuando nació, en los primeros meses, me di cuenta que yo había dejado de ser la persona más importante de mi propia vida, algo que a otros padres aterra y les lleva a distanciarse por su incapacidad de comprometerse emocionalmente con otro ser con el que le han dicho que debe establecer, sentir, un vínculo afectivo. Lo increíble de tener un hijo es darse cuenta que la relación que establezcas con él será la que establezcas contigo mismo a partir del momento de su nacimiento y en los años venideros y esa introspección da pánico a muchos hombres que siguen siendo adolescentes por dentro. Mi padre fue incapaz de asumir mi nacimiento…

¿Y eso te influyó a la hora de enfrentarte a tu papel como padre?
Mi consejo para otros con padres no del todo habilidosos es: Si coges a tu padre como ejemplo de lo que no debes hacer, te atreves a mirar dentro de ti sin miedo y eres capaz de ser más generoso con otro ser humano, estarás en el buen camino para ser un buen padre… ¡Pero es un trabajo diario y duro! (risas). Aunque el arranque es importante, los primeros dos, tres años; no te despistes, tu hijo te necesita y si estás con él en sus primeros pasos, el resto será mucho más fácil. Porque, en definitiva, estamos en este mundo para aprender a ser mejores personas, ¿no?, y si la paternidad te ayuda a ello, a dejar de esconderte y tomar conciencia de tu condición de ser humano activo, influyente en otras vidas, mucho mejor. Puede sonar a que yo lo he conseguido, pero debo estar pendiente constantemente y a veces me equivoco, tropiezo y me vuelvo a levantar.

Es difícil mantenerse alerta en el estrés del día a día, la sociedad no está montada para que nos fijemos en nuestro bienestar interior.
Cierto, pero debemos estar alerta y no dejarnos contaminar; volver a lo que realmente importa, nuestro entorno más íntimo, y tenerlo en mente cuando salgamos a la jungla diaria. Porque lo de afuera es ruido, lo valioso es lo que tenemos cerca, familia y amigos, aquellos que nos cogerán de la mano cuando nos vayamos de aquí. Por eso siempre digo que el alcohol y las drogas no conducen a nada, son sólo obstáculos en este proceso para darle un sentido a nuestras vidas. Yo fui alcohólico y estuve quince años parado.

¿De dónde sacaste la energía para despertar y dejar el alcohol?
De Dios. (risas). Todo viene de Dios, porque todo es un misterio. Porque si todo viene de ti porque crees que eres listo y te lo mereces, tendrás problemas, un ego como el de los Rolling Stones. Yo prefiero ser humilde y para ello integro a Dios en mi valoración de las cosas. No tengo porqué creer en Él, pero sí que lo tengo presente.

http://www.billychildish.com/

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