BLACK LIPS. Arabia Mountain

THE BLACK LIPS
«Arabia Mountain»
Vice / Music As Usual

200 Million Thousand apesta”, me suelta Jared Swilley (cantante – bajista) desde el otro lado del hilo telefónico. “Odiamos ese disco. Lo hicimos demasiado rápido, en unos diez días, el tiempo justo antes de volver a salir de gira. Hay un par de temas que me gustan, poco más”. Es evidente el descontento de Swilley con el anterior álbum de los Black Lips, un trabajo que en su momento se nos presentó como bosquejo apresurado, como grabación sin depurar y lanzada al mundo para seguir cumpliendo con su habitual ritmo de un disco cada dos años y su cada vez más asfixiante agenda de conciertos. Pero cuando uno piensa, dice que su disco apesta es que algo no funciona. Paren máquinas. ¿Quiénes somos y a dónde vamos?

Black Lips no deberían necesitar presentaciones en estas páginas. No porque generen consenso unánime en la redacción ni entre nuestros lectores. Ni tampoco porque su carrera haya sido seguida con igual entusiasmo por aquellos que los abrazaron cuando esta ruta se trazaba en blanco y negro. Los de Atlanta no deberían necesitar presentaciones porque, más allá de gustos, filias y fobias, nadie con un atisbo de criterio, con cierta capacidad para tamizar la producción musical de la última década, podrá negarles su estatus como referente dentro de la renovación, cultural y mediática, del garaje-rock. En parte gracias a su denodada labor —desde las catacumbas con pedigrí de Bomp! a la pátina cool de Vice—, este (sub)género ha vivido un auge mediático que ya hubieran querido para sí anteriores puntales del revival garajero, de Cynics a Oblivians, pasando por Chesterfield Kings, Lyres o The Makers.

Respondida la primera cuestión, les toca a ellos, a Jared, Ian, Cole y Joe, dar respuesta a la segunda. Dónde no ir está claro. Nada de grabar mientras se hacen las maletas. Tiempo muerto. Reunión. Desde su debut homónimo de 2003, Black Lips se han autoproducido todos sus discos. En los dos primeros —descerebrados, brillantes tratados de coprofagia garaje-punk—, asaltan el estudio como si fuera el local de ensayo o la fiesta de una hermandad universitaria a la que nos les han invitado. Pero con Let It Bloom y especialmente Good Bad Not Evil demuestran a los escépticos que tienen más mollera de la que aparentan, que también dominan los resortes de la psicodelia, el freakbeat y el pop zumbón de los girl-groups. ¿Y 200 Million Thousand? Quizá no apeste tanto como asegura Jared, pero sí que enciende la señal de alarma ante su obstrucción de ideas, su colapso lo-fi demasiado gratuito. Auxilio, pensarán ellos, necesitamos que alguien ponga orden, que entre aire fresco que podamos exhalar para recuperar el brío y la lucidez de antaño. Comentan a los de Vice que están listos para recibir a un productor externo, pero que solo tienen un nombre en mente: Mark Ronson. ¿Y quién es él y de dónde viene?

Mark Ronson tampoco debería ser un nombre ajeno para el rutero atento. Básicamente porque este geniecillo londinense fue el artífice de uno de los álbumes más aclamados de los últimos años, el Back to Black de Amy Winehouse. Su profundo, entusiasta conocimiento del legado de la música negra, del R&B al hip-hop, unido a la imparable energía de una banda con el pedigrí de los Dap-Kings, convirtieron el segundo disco de la Winehouse en fenómeno planetario e igualmente revitalizador mediático y cultural del soul. Desde entonces, Amy ha perdido el mundo de vista y Ronson ha tocado con su varita mágica discos de gente tan dispar como Adele, The Rumble Strips y, glups, Duran Duran. Hasta que un día llama a su puerta la gente de Vice con una nueva propuesta, un nombre en principio más alejado de su perfil que los anteriormente citados. Su respuesta: soy fan, acepto. O, como explica el propio Ronson en un vídeo de The Creators Project, la iniciativa que ha auspiciado su encuentro, “Sin duda conocen mejor que yo la tradición del garaje 60’s, pero compartimos una misma devoción por la arqueología sonora vintage (…) Sabes cuando estás trabajando con alguien que siente igual amor por la música cuando se genera una excitación especial”. Y eso se nota sin duda en Arabia Mountain, el disco con el que Black Lips han recuperado al unísono el entusiasmo de sus inicios y las ganas de seguir creciendo como músicos. Nunca han sonado tan bien y eso, digan lo que digan los ayatolás del lo-fi, solo puede ser bueno. Sí, el single de adelanto, «Go Out and Get It!», quizá no haya sido la carta de presentación más acertada. Suena a proclama a favor de la fiesta non-stop marca de la casa, ¿pero es eso lo único que tiene que ofrecer su tan comentada asociación con Ronson? Cuando finalmente nos llega el álbum, la hoja de promo aplaca nuestras dudas: de los 16 cortes solo ése y «Bicentennial Man» —fantasmagórico y reptante, haría levitar a Lux Interior— no han sido tocados por la varita de Ronson, sino grabados en una casette por su colega Lockett Pundt, de Deerhunter. Por los viejos tiempos, ¡qué más da!

«Modern Art», el segundo single, ya expone con locuacidad sonora lo que nos espera: twang enfermizo, beat locomotoro, Jared cantando cual hechicero y, plas, estribillo en todo el jeto espoleado por theremin, campanillas y coros. Jitazo que haría levitar al Dalí cuyo museo recorren tripados en la letra del tema. En «Spidey’s Curse», cachondos ellos, nos cuentan la historia del pobre hombre araña sodomizado, un baladón al estilo de su «Dirty Hands» y que uno imagina cantado por un Frankie Avalon borracho respaldado por los Standells. En «Mad Dog» un saxo chuloputas preside una algarabía garajera que haría agitar el cucu al Alfredo Landa de No Somos de Piedra; y en «Raw Meat» la crudeza ramoniana nos asoma a un estribillo dominado por un silbido eterno y un “Oh, baby” mongolo. Si hasta el momento Arabia Mountain ha ido seduciéndonos irremediablemente, es sin embargo a partir de «The Lie» cuando se apodera de nosotros, cuando encadenan una demostración de savoir faire tras otra, en especial ese «Dumpster Dive» que se incia con cierto letargo para despeñarse cual outtake del Exile On Main St. Hay que escucharlo para creerme, lo sé. ¿Y qué decir de «New Direction», pepinazo powerpop-nuevaolero para surcar el océano o ligarse a una guiri este verano. Sonrisa de oreja a oreja hasta la final «You Keep On Moving, majadería fumeta para alargar el colocón y recuperar, mantener la fe cegata en estos adorables majaretos-más-listos-que-el-hambre. Ñam.

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (mayo 2011)

5 comentarios

  1. Gran disco, amigo. Grandisimo disco. Su mejor disco. El más maduro, el mejor hecho, el mejor consegui9do. Es un disco MUY MUY MUY MUY MUY GRANDE. Creeme.

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