ETHAN JOHNS. Atreverse a saltar al otro lado del cristal

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Heartbreaker, Gold y 29 (Ryan Adams, 2000-05), Rainy Day Music (The Jayhawks, 2003), Youth & Young Manhood y Aha Shake Heartbreak (Kings of Leon, 2003-04), Till the Sun Turns Black y Gossip in the Grain (Ray LaMontagne, 2006-08), I Speak Because I CanA Creature I Don’t Know y Once I Was An Eagle (Laura Marling, 2010-13)… Más discos de Whiskeytown, Counting Crows, Ben Kweller, Crowded House, Joe Cocker o Tom Jones.

Sí, el currículum de Ethan Thomas Robert Johns (1969, Surrey, Inglaterra) es impresionante, como también lo es leer lo que de él y de su manera de trabajar en el estudio dicen los artistas anteriormente citados. El discurso, localizable en Internet, que pronunció Laura Marling para presentar el Brit Award al mejor productor británico que le concedieron a Johns en  2012 resume a la perfección el talento y el talante de este multi-intrumentista formado en una de las mejores escuelas de música imaginables: la casa de sus padres.

Hijo del mítico Glyn Johns (The Rolling Stones, The Band, The Who, Led Zeppelin, Small Faces, Rod Stewart y otros tótems del rock de los sesenta y setenta), mamó desde bien pequeño la pasión y el respeto por la música, algo palpable en su trayectoria discográfica a los controles, en su muy notable primer disco en solitario If Not Now The When (Three Crows Music, 2012) y durante la charla telefónica que mantuve con él y que aquí comparto con vosotros, queridos lectores. En el nombre del padre y del hijo. Respeto.

Después de tantos años al servicio de otros artistas, ¿qué te ha empujado a escribir y grabar tu primer disco en solitario y por qué ahora?
Era el momento justo. Supongo que el tiempo, la experiencia y contar con los aliados o los cómplices adecuados ha sido fundamental para que de algún modo me lanzara al vacío. Llevo toda la vida escribiendo canciones, no es que empezara a hacerlo cuando tomé consciencia de que quería grabar mi propio disco. Tengo un gran archivo, decenas de canciones que escribía para mí, para probarme como compositor mientras iba trabajando como músico y productor para otros compositores. He sido muy afortunado de poder compartir tiempo con artistas con un talento enorme para la composición; estar cerca suyo, verles trabajar, sacar canciones ha sido algo que sin duda me ha dado ciertas pautas o me ha servido para entender qué es el bloqueo del compositor o cuándo hay que dejar reposar una canción, desecharla o darla por finalizada.

¿Y cómo fue compartir con los demás todo ese proceso que habías hecho en solitario? ¿A quién le mostraste por primera vez tus canciones?
A Laura Marling. Fue la primera persona a la que le canté una canción mía; hará cosa de dos años, cuando estábamos trabajando juntos en su disco A Creature I Don’t Know. Una noche, después de una sesión especialmente intensa, nos quedamos hablando sobre las canciones, no las del disco, sino canciones en general. Sobre por qué nos emocionan, cómo nacen dentro de nosotros, qué significa crearlas y compartirlas con los demás… Después de esa charla decidí que eran el momento y la persona idóneas para que cogiera mi guitarra y tocara por primera vez un par de mis canciones secreta. Antes de hacerlo estaba nervioso, ¡jamás nadie había escuchado una canción mía cantada por mí! (risas); pero que sabía que ella era la persona indicada. Fue muy amable, generosa y comprensiva; me animó a perder el miedo, a lanzarme al vacío sin dudarlo. Es más, me dijo que sería genial si me unía a la noche de folk que estaba organizando en el Royal Albert Hall. “Eso es demasiado”, le contesté; pero insistió tanto y ella lo tenía tan claro que no pude negarme. Lo hice y aquí estoy. Es increíble pensar en cómo de importante son las personas que se cruzan en tu vida y las decisiones que tomas… o te ayudan a tomar (risas).

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¿Cómo notas que has evolucionado en directo desde esa primera actuación?
Después de esa noche en el Royal Albert Hall, Ray LaMontagne me invitó a acompañarle en su gira británica. Un nuevo reto, superar el pánico escénico cada noche. Pero Ray es encantador y su público también. Ahora ya disfruto más de la experiencia en vivo. No suelo escuchar mis discos, ni el mío ni los que he producido. Me gusta haber vivido esos momentos, pero no soy de los que miran al pasado en busca de errores o para ver en qué mejorar de cara a nuevas grabaciones. En el caso de mi disco, siento que les debo a mis canciones el compartirlas con la gente en directo. Aunque no lleve muy bien ser el centro de atención, sí que me gusta comunicar y recibir la respuesta del público. El diálogo que se establece en un concierto no se produce ni cuando escribes a solas tus canciones ni cuando las grabas con otra gente en el estudio. Allí hay otro tipo de diálogo, contigo mismo y con tus músicos, pero subido a un escenario todo es más intenso.

Háblame de ese diálogo en el estudio con los amigos músicos que te acompañaron.
Fue todo muy natural, como me gusta a mí hacer las cosas. Nada demasiado planificado; nos reuníamos, tocábamos y mi ingeniero Don Monks se encargaba de que todo sonara bien pero sin adulterar la naturalidad del momento. Contar con Don como ingeniero y con Laura, Danny Thompson y Ryan Adams como invitados fue sido fundamental para mí porque era la primera vez que estaba al otro lado, que era yo el que dudaba de una toma, del sonido de mi voz o de si debía añadir o cambiar un acorde. Llevo toda la vida pidiéndole a otros artistas que confíen en mí, que me hagan caso cuando les digo “Tío, esta toma es la correcta, a mí me ha llegado, olvídate de la perfección y escucha qué estás expresando y cómo lo estás expresando”. Pues ahora era mi turno, tenía que hacerles caso a ellos cuando me decían “Ethan, no le des más vueltas, está genial”. Cuando alguien con su talento te dice que está genial, tienes que dejar de darle vueltas (risas).

Hablemos del origen de todo. ¿Cómo fue crecer en casa de los Johns, rodeado todo el día de música y músicos?
Un privilegio del que no fui realmente consciente hasta al cabo de unos años. Yo nací en esa familia y para mí eso era lo normal. Mi padre alentó desde el principio mis inquietudes musicales, tenía a mi alcance todos los instrumentos con los que quisiera experimentar. Y luego estaba el estudio anexo a nuestra casa, donde me colaba a altas horas de la noche para espiar lo que hacían él y sus amigos. Era como un pequeño águila, revoloteando por allí, aprendiendo, divirtiéndome y a veces también molestando un poco. Aunque pueda parecer lo contrario, mi infancia fue bastante normal, o digamos que no fue nada rock’n’roll. Mi padre se dedicaba a la música y sus amigos eran músicos. Eso sí, esos músicos eran los mejores profesores que uno pueda imaginar.

¿Alguno de ellos que te fascinara especialmente?
Recuerdo una noche, sentado en la cocina de casa con Ronnie Lane. Me dijo: “Persigue tus sueños y sé honesto contigo mismo”. Era una persona encantadora, desprendía algo mágico pero al tiempo muy humano. Era alguien único. También recuerdo otra ocasión en la que estaba en mi cuarto ensayando con la guitarra. Entró Eric Clapton y vio que estaba todo agobiado, peleándome con mi pequeño amplificador. Me dijo “¿Qué te pasa?”. Le dije que no me gustaba el ampli, que sonaba fatal, que no lograba sacar el sonido de guitarra que deseaba. Me cogió la guitarra, tocó unos acordes y sonaba a Eric Clapton; allí mismo, en mi cuarto, con mi guitarra y con ese ampli. En ese momento entendí que el sonido está en tus dedos no en tu ampli.

Glyn Johns en el estudio con Ryan Adams durante la grabación de "Ashes & Fire" (2011)
Glyn Johns en el estudio con Ryan Adams durante la grabación de «Ashes & Fire» (2011)

Eran profesores de música y de vida, sin duda. Y de tu principal maestro, tu padre, ¿cómo valoras el legado musical de Glyn Johns?
Creo que es el mejor productor que ha existido jamás, su contribución a la música es incalculable. Además, fue un productor versátil, que supo adaptarse a cada década que le tocó vivir a los controles. Empezó en 1959 como ingeniero de los IBC Studios londinenses y, a partir de ahí, Led Zeppelin, The Rolling Stones, The Who, Eric Clapton, Humble Pie… Y hasta hoy en día, sigue al pie del cañón; fue muy bonito verle trabajar con mi amigo Ryan en su último disco Ashes & Fire. Es mi padre, mi mentor, una leyenda.

Has colaborado con Jon Brion (músico y productor de, entre otros, Fiona Apple, Aimee Mann o Rufus Wainwright, ndr); ¿cómo os conocisteis y qué es lo que más valoras del tiempo compartido con él?
En primer lugar, nuestra conexión fue musical. La amistad se solidificó un día que compartimos escenario e improvisamos durante 45 minutos. Parecía como si lleváramos años tocando juntos, nos leíamos la mente el uno al otro; fue una experiencia abrumadora tras la que nos hicimos amigos íntimos. Repetimos ese encuentro de improvisación en directo durante algún tiempo, pues él solía invitarme a los conciertos que daba semanalmente en un club de Los Ángeles. A medida que nos fuimos conociendo, vi que compartíamos una misma fascinación por el arte de la grabación, sus secretos, sus posibilidades. Y también reconocí su enorme talento musical, aprendí mucho de él. Su conocimiento o su perspectiva musical era distinta a la mía; él tenía unas bases musicales más académicas, mientras que mi conocimiento era más instintivo. Fue una época muy gratificante, tanto a nivel personal como creativamente. Le volví a ver hace apenas unos días, hacía ya tiempo que no coincidíamos; sigo siendo el viejo Jon.

Has trabajado estrechamente con Ryan Adams, ayudándole a florecer como artista en solitario tras producir el último disco de Whiskeytown. ¿Cómo definirías tu relación con él?
Otro talento inspirador, otro artista con el que me lo pasé en grande. Como en el caso de Jon, con Ryan también dábamos rienda suelta a nuestra capacidad de improvisación, a capturar el momento, a dejar que las cosas fluyeran de forma natural y a capturar en cinta la belleza de lo que surgía de forma espontánea. Lo bonito es comprobar que esa conexión sigue estando allí; cuando vino a las sesiones de grabación de mi disco, ambos fuimos conscientes de que por muchos años que hiciera que no nos veíamos, en apenas unos minutos habíamos recuperado el tiempo perdido. Supongo que es algo similar a lo que sienten muchos músicos de jazz; la música es como idioma y si eres una persona abierta y atenta puedes establecer un diálogo maravilloso con cualquier músico igual de receptivo que tú. Esa es la magia de la música, aunque es algo difícil de explicar con palabras. Me siento tremendamente afortunado de sentir estas conexiones.

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Foto: Andy Willsher

Produjiste los tres primeros álbumes de Kings of Leon; ¿qué opinión tienes del documental sobre ellos, Talihina Sky?
Creo que es un documental muy valiente porque muestra sin tapujos, con honestidad de dónde son los Followhill. Solo lo he visto una vez pero recuerdo que me sorprendió, no me esperaba para nada que un grupo de su envergadura accediera a mostrarse ante la cámara de esa manera. Solo espero que Caleb haya encontrado la senda saludable; hace años que no hablo con ellos, pero por lo que hubo entre nosotros en el pasado solo les deseo lo mejor. Caleb tiene un talento enorme, es capaz de escribir canciones increíbles; cuando trabajamos juntos pude intuir que tenía problemas, pero espero de corazón que se encuentre bien y sea feliz.

Hace diez años produjiste Rainy Day Music, de The Jayhawks, ¿cómo recuerdas las sesiones de grabación y se acercó a ti el grupo tras un disco tan rompedor y en cierta medida conflictivo como había sido Smile?
Siempre me gustaron, la verdad. Cuando trabajé con ellos conecté especialmente con Tim (O’Reagan) y Gary (Louris); creo que Gary es un cantante excepcional, aunque me sorprendió que al principio le tuviera miedo a poner sus voces en directo en el estudio. Yo le decía “Tío, no te preocupes por si cometes errores, déjate llevar, siéntelo, transmite”. Creo que Marc (Pearlman) no disfrutó mucho las sesiones, se largó de allí una vez finiquitada su parte… Aunque no le eché de menos, para qué voy a engañarte. Creo que es un gran disco, me lo pasé muy bien grabándolo.

¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
No hay nada que no me guste… Es el trabajo más gratificante que pueda imaginar… Cuesta expresarlo en palabras, es una pregunta difícil.

¿Te gustaría que tus hijos siguieran tus pasos?
Les gusta la música y eso es lo más importante. En cuanto a dedicarse profesionalmente a ello, si son apasionados y están felices con lo que hacen, yo estaré feliz y les apoyaré se dediquen a lo que se dediquen. El de la música no es un camino fácil, pero ¿cuál lo es al fin y al cabo? Mi hija mayor tiene mucho talento, creo que va a ser escritora; el otro día escribió su primer poema y me quedé maravillado, me voló la cabeza… ¡Y solo tiene ocho años! Mira, la música ha sido mi vida y no sé cómo explicarte lo que significa para mí, lo que ha hecho por mí emocionalmente a lo largo de los años. Es la única cosa que he tenido toda mi vida que me ha dado lo que yo necesitaba que me diera en cada momento. Amo y respeto la música por encima de cualquier otra cosa, aparte de mi familia. Así que si mis hijos acaban teniendo la misma conexión con la música le daré gracias a Dios, porque es lo más extraordinario que tengo en mi vida. Es como hacer y sentir la magia en tu vida cotidiana. Lo más duro de intentar hacer carrera en la música es tener que ponerle precio a algo que amas; eso es muy difícil y a mí me ha costado mucho, ha sido una lucha interna durante años. Llega un momento en que te encuentras con discográficas, empresas que tienen unas expectativas comerciales sobre lo que haces y lidiar con eso no me ha sido fácil. Respeto demasiado la música como para pensar en ella en términos comerciales.

www.ethanjohns.com

Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (num 303, abril 2013)

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