
Un minuto y treintayocho segundos y ya me tuvieron pillado. Es lo que dura “Girls”, el primer tema que escuché de Royal Headache en uno de mis periódicos barridos por Mess+Noise, magazine digital de referencia para saber lo que se cuece musicalmente en Australia. Fue allí donde descubrí a Eddy Current Suppression Ring o Total Control, ambas formaciones con Mike Young en sus filas, un personaje indispensable –“el Phil Spector de Melbourne”, en palabras del dúo Super Wild Horses– para entender la eclosión en la última década de una nueva escena local digásmosle garaje-punk. Decía que había bastado con 1’38”, pero en realidad fue pocas milésimas después de darle al play que mis sentidos se pusieron en alerta: un único, metalizado acorde de guitarra desemboca en un molestro acople que nos anuncia que ahora viene lo bueno. Y llega, claro, como un hostión con la mano bien abierta al grito de “GIRLS!” y una sección rítmica que te voltea al tiempo que la guitarra más metálica que te has echado en la cara te agarra de la pierna para arrastrarte por el suelo como si fueras un pobre vaquero a merced de su caballo desbocado. Es frenético y suena lo-fi, pero también tremendamente pop; la banda es jodidamente precisa, pero el amo de la función es el tipo que escupe las frases como si fueran proclamas, con la voz bien arriba aunque parezca esconderse algo tímida entre el tumulto. Un tipo carismático, sin duda.
“Chicas / Creen que son demasiado para mí / Ohh, las chicas! / Me inclino a estar de acuerdo / Sí […] No te he dicho una y otra vez / Que quiero la llave de tu corazón / No te he dicho una y otra vez / Que quiero la llave de tu corazón”. Ahhh, el amor… Ayssss, la falta de él. Dos realidades contrapuestas que alimentan la historia de la música desde que alguien hizo por primera vez pop y ya no hubo stop. No hay tampoco tregua en Royal Headache, el disco, editado en enero de 2011 por el sello de Sidney R.I.P. Society –que ya había despachado su primer EP de seis canciones un año antes– y de cuya versión europea se encarga la disquera parisina XVIII Records. Producido por Mike Young y Owen Penglis – líder de Straight Arrows, otros fieras–, es un debut muy notable, quizá algo amateur o reduccionista en sus planteamientos pero apasionante en lo que transmite y cómo lo transmite; sin duda aquí hay banda de futuro. Y por lo que leo en la Red, hay sobre todo y desde el minuto cero una banda con un gran directo en cuyo epicentro se sitúa él, Shogun. Su voz y su manera de meterse en sus canciones para expulsar toda su verdad sobre el público le convierten en el cantante más carismático que ha conocido Australia en años.
La prensa se vuelve loca con ellos. Y el público también. Gira por Estados Unidos, legión de fans en aumento en casa y fuera de ella. Un concierto tras otro: estrés, intensidad, emociones a flor de piel, vacío post-gira, vuelta a la realidad. En el caso de Shogun, regreso a su curro como teleoperador; lleva allí diez años, afirma que esa rutina le aporta estabilidad en el caos que es su vida. Es el mayor del grupo y tras dos años viviendo el rock’n’roll a fondo está quemado. Y, además, no soporta la presión de ver a Royal Headache, una banda que surgió del circuito DIY punk de Hornsby, un suburbio de Sidney, convertida en una banda de tamaño mediano –pero expectativas grandes– en su país. Así, a mediados de 2013 anuncia que lo deja y todo parece indicar que la trayectoria de la gran esperanza australiana llega a su fin.
Tras unos meses fugado –tiempo para dar algun bolo en solitario, echar de menos a sus compañeros y darse cuenta de que lo único que le da sentido a su errática vida es su banda–, Shogun regresa. En agosto de 2015 ve la luz High (Distant and Vague Recordings / What’s Your Rupture), un álbum inconmensurable –en el top 14 de 2015 según los redactores de Ruta 66– con canciones que funcionan como auténticos himnos; eso es, pedazos de la vida de Shogun –de un periodo muy concreto, inestable emocionalmente y que sigue persiguiéndole, como veremos– a los que uno se aferra tanto para celebrar con él sus subidones como para empatizar con sus momentos de abatimiento. El amor, que lo es todo; y más intensamente, por desestabilizador, cuando no es.
Marco el teléfono de Sydney que me hacen llegar desde la oficina de Primavera Sound, el festival que auspicia su primera actuación en nuestro país, una de las cuatro únicas fechas de su mini gira europea. Tras dos intentos infructuosos –“Llámame en treinta minutos”, “¿Te importa volver a llamar en cinco minutos”–, a la tercera va la vencida. Lo que sigue es la transcripción –ligeramente editada, eliminando alguna divagación que no iba a ninguna parte– de la conversación que mantuve con Shogun. Una charla intensa, quizá incómoda pero sin duda reveladora. Al colgar sentí un nudo en el estómago y por un instante dudé sobre si debía publicarla pues era consciente de que acababa de hablar con alguien que estaba en un momento muy vulnerable. Esto solo ofrece un retrato parcial de mi interlocutor –al que espero volver a entrevistar más adelante, con otro ánimo–; la verdad completa está en sus canciones y, en última instancia –o así lo siento–, en cómo el oyente se relacione con ellas. Cuando acabes de leer esto, persíguelas.

Hola, Shogun, ¿te llamo en un mal momento?
Todo me perturba ahora mismo. Hemos ensayado y ha sido una mierda; ahora es medianoche y no estoy de humor.
Bueno, déjame al menos intentarlo. Echemos la vista atrás, ¿cómo recuerdas tus años en el instituto, la época en que música y personalidad suelen estrechar sus lazos?
[Murmullo de desaprobación] Parecía la Alemania nazi… Todos los chavales se creían mejores que el resto: yo soy el más fuerte, yo soy el más listo; tú eres el débil, tú eres un marica. Yo era una mierda para ellos y como tal me hacían sentir. Tenía dos opciones: plantar cara y recibir o aislarme en mi mundo, huir mentalmente de esa opresión, pues la huída real no era posible. Y la música fue mi pasaporte para sobrevivir a todo aquello.
¿De qué manera te ayudó?
En esos años, el hardcore más agresivo de los 80 me sirvió para canalizar toda la rabia que sentía; con el tiempo, al cumplir dieciocho y empezar a escuchar otras cosas, como David Bowie por ejemplo, me di cuenta de que la vida era algo más que rabia, que ésta solo era el ingrediente preliminar a la comprensión de por qué me sentía tan solo… Aunque sigo sin comprenderlo, la verdad.
¿Sigues en esa búsqueda de respuestas?
Claro. ¿Acaso tú no? ¿Acaso tienes todas las respuestas?
Para nada. Me acerco a los cuarenta y siguo teniendo conflictos por resolver. Eso es la vida, eso transmiten tus canciones: calambrazos de entusiasta vitalidad, pero también momentos de zozobra melancólica.
Ojalá estuvieras aquí, podríamos desahogarnos juntos. Sería bonito, sería verdadero. No me sentiría tan solo.
¿Esta soledad desaparece cuando estás ante tu público? ¿Cómo te sientes subido a un escenario?
Ojalá pudiera responderte… A menudo siento el rechazo, la desaprobación de una parte del público que simple y llanamente es homófoba; tipos duros a los que les da asco ver a un hombre expresar sus emociones con franqueza… Yo soy la araña y la telaraña… Soy la enfermedad… Rompo la cáscara de mis huevos ante ellos y les obligo a tragárselos para ver cómo enferman poco a poco.
¿Y cómo te sientes al contemplar eso?
Odiado. Como siempre me he sentido. Me miran como si fuera basura, escoria.
Pero supongo que habrás conocido a gente no tan reacia a comprenderte…
No. Cuando los periodistas empezásteis a escudriñar nuestras canciones para elaborar, cada uno de vosotros, vuestro particular y afilado retrato sobre mí, sobre el por qué de la desesperación que tengo dentro de mí, me sentí desnudo e indefenso. Y seguía sintiendo el desprecio, como si vuestras palabras no fueran sino argumentos con los que aquellos que quieren hundirme desde que era un chaval pudieran seguir atacándome.
Es evidente que no te he llamado en un buen día, Shogun. ¿Quieres que lo dejemos?
No, anótalo todo. Ya está. Soy un bocazas. La cagué con el primer disco y la estoy cagando con este segundo. La honestidad me ha arruinado la vida, lo he perdido todo. Pero, ¡hey!, intento hacer algo de rock’n’roll.

Leyendo entrevistas que has dado en estos años, en algunas te muestras optimista y diríase que en paz contigo mismo, mientras que en otras transmites inestabilidad y altas dosis de autocrítica. Como ahora…
Creo que puedo hablarte como a un colega, ¿no? Me estoy ahogando, tío. Amo tanto el rock’n’roll, pero no puedo luchar contra esta especie de monstruo que me aprisiona, que succiona todo mi amor por la música, la vida y la gente, que quiere dejarme seco, vacío. Hay días en los que todo parece encajar, en los que las cosas van bien y soy positivo; pero luego todo se llena de nubarrones y es como si boicoteara lo que estamos construyendo, quizá porque sé como soy y no me veo capaz de enfrentarme a esa responsabilidad. No sé si podré cumplir las expectativas de todo el mundo.
¿Eso te da miedo?
Miedo no, angustia y rabia. Siento el peso de esa gran losa, saber que la banda está viviendo su mejor momento y que al mismo tiempo yo me siento tan roto. Todo el mundo nos dice que disfrutemos el éxito, pero para mí esto es el vivo retrato de un fracaso personal.
Lamento oír eso, te digo de corazón que desaría que vivieras todo esto de otra forma.
Siento estar tan enfadado, llevo un par de días realmente mal. No es nada personal, pareces un buen tipo. Y hablar contigo me sale más barato que hacerlo con un loquero.
¿No puedes soltarte con el resto del grupo?
Ellos son tíos normales que llevan una vida normal. Les mola ver el béisbol y tomarse unas cervezas. Me apoyan, pero comprensiblemente a veces marcan distancia. Supongo que no entienden por qué soy así, pero sin ellos todo sería peor para mí… No sé, ¿qué tipo de entrevista esperabas? Dime y quizá pueda darte mejores respuestas.
No esperaba que fueras tan sincero o, mejor dicho, que te abrieras como lo estás haciendo. Te lo agradezco. Ahora solo tengo ganas de veros en el Primavera Sound; conversar contigo está añadiendo una nueva capa en mi relación con vuestras canciones. Eso es especial y quiero que lo sepas.
Oh, gracias… Espero que demos un buen concierto. ¿Cómo te llamas?
Roger. Lo daréis, hombre.
Escúchame. Ojalá todo fuera tan sencillo como dar un gran concierto en Barcelona, estar flotando sobre vuestras cabezas mientras cantamos juntos esas canciones. Ojalá no sintiera este dolor, ojalá yo pudiera ser solo ese concierto. Sería tan feliz… [Larga pausa]… Echo de menos a esta chica… El disco habla de ella… La echo tanto de menos, tío, y cantar esas canciones me la recuerda.
Lógico…
Es por eso que me sentía un poco incómodo con lo de la gira europea. Quiero dar esos conciertos y conocer a nuestros fans de allí, pero no puedo cantar más esos temas; las conversaciones siempre acaban girando entorno a ese disco y es mentalmente agotador… Quizá lo único que quiero es conocer a una chica y deshacerme de todo este sufrimiento.

¿Te importa que te pregunte por el retrato que te hizo el pintor Janis Clarke, titulado Truth (Verdad)? ¿Qué pensaste al verlo por primera vez?
Que era honesto, oscuro, triste, feo. Sentí que mi propia mirada me atravesaba con la precisión de un halcón. Fue impactante y revelador.
Para terminar, ¿podrías decirme el título de un disco que te haya afectado de una manera especial, con el que hayas establecido un vínculo íntimo distinto?
Heaven or Las Vegas, de Cocteau Twins. Es un disco precioso… [Respira profundamente]… La música de Cocteau Twins pinta un paraíso en el que todo es de alguna manera hermoso, incluso aquello que nos hace daño; eleva las emociones humanas despegándolas de esta realidad desagradable en la que vivimos.
Texto: Roger Estrada
Publicado en Ruta 66 (mayo 2016)